jueves, 3 de mayo de 2012

Lo malo de las evaluaciones educativas

Nadie duda que las evaluaciones en Educación han logrado una gran importancia, pero ¿Atenúa o profundiza las desigualdades? ¿Responden a necesidades pedagógicas o administrativas? ¿Promueven cambios para mejorar? En los siguientes párrafos se reflexiona sobre el tema.



Una evaluación que profundiza la desigualdad
Las tradicionales prácticas de evaluación suelen favorecer a los vencedores de antaño en un sistema educativo inequitativo, al tiempo que hunden en el pozo del desánimo a los perdedores, a quienes seguramente les costará trabajo encontrar buenas razones y no tendrán la motivación suficiente para querer mejorar la situación en la que se encuentran, toda vez que la evaluación se ha encargado de confirmar públicamente su fracaso. Se olvida que el punto de partida es distinto, por ende, no se puede esperar que el punto de llegada sea el mismo. No hay una evaluación diferenciada ni ajustada a realidades tan distintas.

El descuido en la difusión de los resultados de la evaluación del aprendizaje, desde luego, mina la confianza y la moral de las escuelas, daña la autoestima de los alumnos y sus profesores, con lo que se discrimina a los grupos desfavorecidos y se perpetúan las diferencias entre escuelas e individuos. Entonces, ¿de qué equidad se está hablando cuando en el Programa Sectorial de Educación 2007-2012 se alude a la equidad como un reto pendiente del sistema educativo mexicano? ¿Cómo garantizar el carácter formativo de la evaluación una vez que se hacen públicos los resultados?

Evaluación que refuerza una cultura de fiscalización
Una dimensión negativa de la evaluación es cuando se emplea con fines de control de los alumnos. Este es un rasgo muy común en nuestro sistema en el que la evaluación tradicionalmente ha sido empleada con un carácter punitivo. A partir de los resultados de la evaluación, se establece un ranking y según la posición que se obtenga en dicha clasificación, se reparten premios y castigos a los individuos evaluados. 

Desde esta postura se concibe a la evaluación como un mecanismo de control a distintos niveles: de los profesores sobre los alumnos, del centro educativo sobre los profesores y alumnos, y de los administradores y diseñadores del currículo sobre el sistema, o sea, sobre todos y cada uno de los anteriores (Fernández).

Este tipo de evaluación tiene como eje central al alumnado, sobre el cual recae no sólo el peso de sus propias evaluaciones (reducidas a calificaciones) en las diferentes asignaturas académicas, sino que incluso los profesores, las escuelas y el sistema educativo en general, se valoran, ya sea directa o indirectamente, por ese parámetro llamado índice de éxito o fracaso escolar, entendido como las puntuaciones obtenidas en los exámenes por parte de los alumnos.

Evaluación que prioriza sus funciones administrativas
Es común que el profesorado emplee la evaluación en el aula para la selección, la clasificación, o bien para la certificación de los alumnos; si bien éstas son algunas de las funciones sociales de la evaluación, al enfatizarlas inevitablemente se descuidan sus funciones pedagógicas: formativa, retroalimentadora, motivadora. Al hacer esto, se desdibuja el carácter formativo que la evaluación debe tener para lograr aprendizajes significativos. 

Las prácticas de evaluación en nuestro medio presentan como principales limitantes las siguientes:
a) fomentan un significativo individualismo al estimular la competencia entre los alumnos para la obtención de ciertas recompensas;
b) criterios de evaluación poco claros;
c) informes de evaluación deficientes;
d) la evaluación en manos de personal improvisado, lo que pone en duda su formación, capacidad y objetividad en la tarea;
e) evaluación al servicio de satisfacer las necesidades de información del sistema burocrático-administrativo, antes que de los alumnos y los profesores;
f) prácticas que refuerzan el esquema del “garrote y la zanahoria”, toda vez que a partir de sus resultados se reparten premios y castigos a los evaluados;
g) evaluación que modela el tipo de alumno al que se debe aspirar si se quiere tener acceso a los beneficios que promete, entre otros.

Mucha evaluación pero sin cambios
Una idea errónea, bastante generalizada por cierto, consiste en pensar que por el simple hecho de hacer muchas evaluaciones, automáticamente los alumnos van a mejorar su actuación, coadyuvando de este modo a elevar su rendimiento académico. Falso. Como dicen los escoceses: “por mucho que se pese al puerco no pesará más, quizás pese menos de tanto llevarlo y traerlo por la báscula”.

La evaluación por sí misma no mejora la educación, aunque bien entendida y bien practicada, sí que puede convertirse en una poderosa herramienta que contribuya a la mejora de la educación. Santos Guerra, con la lucidez que lo caracteriza, menciona en uno de sus textos que “la escuela es el lugar donde más se evalúa pero donde menos se cambia", con lo cual hace una crítica a este afán desmedido y hasta esquizofrénico por evaluarlo todo. Para contextualizar el caso mexicano, A. Díaz Barriga afirma que:
La evaluación se ha convertido en un acto compulsivo en el sistema educativo, casi podríamos afirmar que se evalúa para evaluar, se evalúa para mostrar indicadores; las prácticas y los procesos educativos sencillamente no son contemplados en la tarea de evaluación. Estos rasgos le dan una identidad a la evaluación que se realiza en el medio nacional, que la diferencia de la que se hace en otras partes del mundo.

Insistimos en la idea de que no se trata de hacer muchas evaluaciones, ni siquiera de hacerlas bien desde un punto de vista técnico, sino de tener claro el para qué de las evaluaciones que hacemos y qué valores son los que se están promoviendo. En el caso de la evaluación del aprendizaje, el profesorado tendría que preguntarse al servicio de quién está la evaluación que practica, quién espera que se beneficie de esas evaluaciones, en definitiva, dónde está puesto su compromiso profesional.

En el 2009 se aplicaron en todo el país 15 millones de ejemplares de la prueba ENLACE, que por vez primera incluyó al bachillerato, ¿cuánto dinero nos costó a los ciudadanos esta evaluación?, ¿el gasto económico se compensa con los beneficios que representa para la educación la aplicación de esta prueba?; éstas son preguntas que quedan en el aire, para las que no tenemos respuesta. Lo que sí tenemos claro es que una evaluación de tal envergadura, si no se traduce en cambios que mejoren la educación pública del país, es un ejercicio inútil y desafortunado que representa un derroche de recursos que ningún país en estos tiempos de crisis económica puede permitirse, menos un país como el nuestro, históricamente lacerado por una grosera desigualdad social, con más de 50 millones de pobres.

Implementación de programas educativos que después no se evalúan
La literatura especializada menciona que cuando se elabora un programa o proyecto educativo, su diseño debe incluir un dispositivo de evaluación, de modo que se pueda conocer su eficacia y valorar sus resultados. Bueno, pues esto que se sabe desde hace tiempo, en nuestro medio muchas veces simplemente se ignora; así hemos sido testigos de cómo surgen iniciativas referidas a la evaluación del aprendizaje para las que se destina una suma considerable de recursos sin que posteriormente se evalúen sus resultados. Por ejemplo, tenemos más de 15 años haciendo evaluaciones a través del Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior (CENEVAL) sin que exista una metaevaluación de estas prácticas, es decir, una evaluación de la evaluación para conocer los resultados de tantas evaluaciones.

Autor
Tiburcio Moreno Olivos
Doctor en Pedagogía por la Universidad de Murcia (España). Profesor Investigador de Tiempo Completo Titular C. Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades. Académica de Ciencias de la Educación. Coordinador de la línea de investigación: Currículum, Innovación Pedagógica y Formación. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel 1 y del COMIE. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran el libro. «La Evaluación de los Alumnos en la Universidad: Un estudio etnográfico». (2010).Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.


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