Existe una estrecha relación entre el juicio de valor sobre
una realidad educativa y la orientación para la posible adopción de decisiones.
En el imaginario de los evaluadores opera la creencia de que sería deseable que
las informaciones que proceden de evaluaciones rigurosas sirvan como referente
principal en las decisiones de los políticos para orientar los proyectos educativos.
Sin embargo, como fácilmente puede constatarse por la
experiencia de evaluadores y de políticos, la situación es bien distinta. La
razón fundamental no es tanto el rechazo de los resultados de las evaluaciones,
sino el hecho de que las decisiones políticas han de tener en cuenta diferentes
fuentes de información, necesitan tomar en consideración las demandas,
justificadas o no, de los actores concernidos por la decisión, aconsejan
negociación y consenso en muchas ocasiones, han de tener en cuenta objetivos
políticos generales y no deben olvidar las repercusiones sociales de la decisión. La
valoración del momento y de la oportunidad, así como la necesidad de aunar
fuerzas, son condicionantes importantes de las decisiones políticas. En este
juego de fuerzas en las que se mueven las decisiones políticas, lo que hoy
parece acertado porque resuelve un problema inmediato, mañana se vuelve
equivocado porque ha abierto otros muchos problemas. No es extraño por todo
ello que no pocos evaluadores consideren que los resultados de las evaluaciones
van por un lado y las decisiones políticas por otro, y que los políticos
tienden en demasía a utilizar la información proporcionada por las evaluaciones
al servicio de sus intereses inmediatos.
Las limitaciones que se acaban de apuntar de la capacidad de
las evaluaciones para influir en las decisiones políticas no deben ser motivo
de desánimo. Sería una concepción demasiado estrecha considerar que la
evaluación solo puede intervenir en la mejora de la educación a través de su influencia
en el ámbito de las decisiones políticas. Los resultados de las evaluaciones
influyen en la realidad educativa por muy diversas vías, entre las que sin duda
es preciso destacar la referida a las decisiones en el ámbito de la política
educativa. Pero hay otras muchas formas en la que se constata su influencia en
el cambio educativo: en su impacto en el funcionamiento de las instituciones,
en su efecto en las actitudes, creencias y comportamientos de los docentes, en
el mayor compromiso de determinadas instituciones como la familia o los
municipios y en el tipo de mensajes que transmiten los medios de comunicación.
Todas estas instituciones, sectores y personas pueden a su vez influir en los
tomadores de decisión, por lo que no se debe olvidar que la información que
procede de las evaluaciones se mueve por caminos diversos e inesperados.
La política educativa y la evaluación pueden establecer
relaciones recíprocas, pero ambas pueden a su vez influir en otros agentes e
instituciones educativas y en la propia actividad educadora. Este tipo de
efectos puede realizarse de forma coordinada o de forma independiente por falta
de comunicación o de entendimiento. Lo que determina el impacto real de la
evaluación por una vía o por otra es la consistencia y relevancia de la
información obtenida, así como la forma y persistencia de transmitir la
información a los distintos sectores educativos. Al final, lo importante no es
tanto la manera como se utiliza la información, sino el impacto que provoca en
los sectores implicados.
Desde esta perspectiva, los evaluadores deberían comprender
cómo trabajan los responsables políticos, cuáles son sus limitaciones y cómo
adoptan decisiones. Pero también sería necesario que tuvieran en cuenta qué
tipo de instituciones y agentes tienen mayor incidencia en el cambio educativo,
cómo se llega a ellos y qué barreras han de superarse para que los resultados
de las evaluaciones tengan efecto en el sistema educativo. Los modelos sobre la
utilización de la evaluación han de ampliarse al análisis de su impacto y este
debería incorporar también una teoría sobre el cambio educativo.
Estas razones avalan la importancia de conocer las
características del receptor de la información, así como el papel de los
intermediarios de la misma: supervisores, directores, asesores y líderes de
opinión en campo social y educativo. La atención a los medios de comunicación
es primordial para conseguir el efecto deseado, por lo que debería cuidarse la
precisión del mensaje que se quiere transmitir, algo que suele ser contrario al
estilo habitual de los titulares periodísticos.
La importancia otorgada a la influencia de las evaluaciones
en muy diversas formas en los distintos ámbitos del sistema educativo, desde los
responsables políticos hasta los profesores, pone de relieve una nueva función
de la evaluación que, sin olvidar las ya mencionadas, debería tenerse en
cuenta: la iluminación de la realidad educativa con el fin de facilitar su
compresión e interpretación, sugerir orientaciones a los diversos sectores
implicados en función de su responsabilidad y favorecer su participación para
garantizar un mayor compromiso con sus resultados. Este planteamiento puede
facilitar las relaciones en ocasiones difíciles entre la evaluación y la
política educativa.
Extraído de
Los resultados de las evaluaciones y su papel en las
políticas educativas
Autor
Álvaro Marchesi
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