jueves, 20 de junio de 2013

Evaluar es comprender para mejorar

Evaluar es muy complicado, es ir más allá de simples mediciones, llevadas a cabo con instrumentos cuantitativos. Se debe tener en cuenta numerosos factores socioeconómicos, afectivos y culturales. Todo esto teniendo en la mira el logro de mejoras en el proceso de maduración.

Un semáforo perverso
"La educación Infantil tiene por finalidad contribuir al desarrollo de todas las capacidades de los niños y niñas". "La evaluación en Educación Infantil pretende señalar el grado en que se van desarrollando las diferentes capacidades...". "La valoración del proceso de aprendizaje se expresará en términos cualitativos,..." (ORDEN sobre evaluación en Educación Infantil)

En Educación Infantil se pretende que la evaluación sea cualitativa, que explique cómo va desarrollándose las capacidades de cada cual, pero vemos, con demasiada frecuencia, los informes de evaluación de los pequeños como un conjunto de conductas en las que aparece coloreado en un semáforo, en rojo o verde, si las conductas han sido conseguidas o no. Estos informes de evaluación son percibidos por las familias, lógicamente, de forma cuantitativa: "mi hijo tiene tres rojos", "mi hija tiene más verdes". En otras ocasiones los colores son sustituidos por "Mejora adecuadamente" o "Necesita mejorar", en un intento de poner palabras donde sólo hay posibilidades de poner dos criterios, bien o mal. No creemos que la educación de cada niño y niña pueda reducirse a un sistema binario de posibilidades, como si de un circuito electrónico se tratara.

No podemos evaluar lo complejo con instrumentos simples, ya que lo cualitativo se vuelve cuantitativo con evaluaciones que simplifican la riqueza del comportamiento humano. Lo importante no es saber si alguien tiene o no adquirida una conducta, sino especificar el grado de desarrollo que va adquiriendo, sus dificultades, cómo podemos ayudarle a mejorar, qué problemas le genera sus déficit, cuáles son los logros, qué debemos cambiar en nuestras actuaciones para mejorar.

La escuela ha heredado una concepción estadística, que pervierte notablemente la evaluación del alumnado. La representación gráfica en la que un conjunto de alumnos es normal, un pequeño grupo está por debajo de la norma y otro pequeño grupo por encima de lo normal, acaba forzando al grupo a comportarse de esta forma. Proponemos cambiar la cultura escolar mediante una concepción madurativa de la evaluación, en la que cada cual, a lo largo de su historia personal y en relación con los demás va desarrollando y mejorando sus capacidades.

Evaluar para mejorar
Como reza el título de un libro de Miguel Ángel Santos Guerra, evaluar es comprender y, en Educación Infantil, evaluar es comprender a los niños y niñas para ayudarles a mejorar en su proceso educativo.

Evaluar es comprender qué se juega en las relaciones con los iguales: sus celos, riñas, aislamientos, capacidad de frustración, limitación de deseos...; comprender cómo se manifiestan los conflictos en estas edades; indagar sobre el particular modo de aprender de cada cual; comprender el laberíntico camino que describen sus aprendizajes, sus relaciones, su autonomía, su pensamiento, sus emociones, sus sentimientos.

Evaluar es comprender qué sucede en el periodo de adaptación al centro escolar, en ese tránsito de la casa a la primera institución social. La llegada al colegio por primera vez está llena de pérdidas y ganancias y hay que saber cómo lo vive cada cual para ayudarles a superarlo, organizando actividades de tránsito, generando dinámicas afectivas que den seguridad, creando espacios atrayentes que mitiguen la pérdida temporal de la familia.

Evaluar es comprender qué le pasa a una chica de mi clase cuando no atiende las explicaciones. Quizás, al nacerle su hermano demasiado pronto, ha tenido que hacerse mayor de golpe, sin estar aún preparada. Se hace necesario apoyarla en esos momentos de debilidad, tener paciencia, ayudarle a resituarse en la familia, a buscar un lugar importante y único en el que se encuentre querida.

Evaluar es comprender por qué un alumno extranjero de mi aula no habla en la asamblea, posee déficit de atención y necesita moverse continuamente. Quizás, al vivir a caballo entre su país de origen y España, no acaba de echar raíces en ningún sitio. Es posible que necesite tiempo para aclararse de dónde es.

Evaluar es comprender el sufrimiento de una alumna que está siempre en la cocinita y nunca tiene ganas de hacer el libro. Las continuas peleas de sus padres paralizan sus neuronas y necesita diariamente acunar a un muñeco para relajarse o jugar a ser una enferma que los demás curan mediante el juego simbólico.

Evaluar es comprender por qué a un chico muy inteligente de mi aula se le mueve todo el cuerpo sin que repare en ello. No es solución castigar lo que ni él mismo controla. Y es que no tuvo en su momento la lenta mirada de una madre que con su arrullo relajara su cuerpo. Y podemos ayudarlo dándole espacios y tiempos para que se mueva y creándole un nuevo lecho emocional en la casa y el colegio para que se sosiegue.

Evaluar es comprender que alguien pueda poseer un elevado nivel lógico y matemático, pero manifieste la emoción de un bebé de dos años. Y debemos ayudarle a madurar y controlar sus sentimientos sin exigencias excesivas, valorando sus logros.

Evaluar es comprender a una chica insegura que siempre hace lo que hace la amiga de turno, porque los gritos y descalificaciones constantes de su madre no le ha dado la seguridad suficiente para nadar en soledad; y debemos esforzarnos en valorar todo lo que hace para que vaya cogiendo confianza en sí misma.

Evaluar es comprender el alma errática de un inmigrante que vive con un familiar a la que llama mamá porque lo trajo de su país cuando se casó con un señor de aquí, al que debe llamar papá, pero tiene otro padre y otra madre y un montón de hermanos en el otro continente a los que hace tres años que no ve, y no comprende nada. Y debemos ayudarle a componer el puzzle emocional de su familia, mientras aprende a escribir "mamá".

Evaluar es comprender por qué la más pequeña del aula está todo el día haciendo libro y preguntando al maestro constantemente con tareas escolares; y no es porque sea una chica muy aplicada sino porque necesita un padre que sea cariñoso con su madre y el maestro parece un buen candidato, y busca estrategias para estar el máximo tiempo cerca de él, agradándole y demandando cariño.

Evaluar es comprender a un chico muy inmaduro que evita toda tarea escolar, porque le es imposible dejar huellas en un papel porque sus padres no han tenido tiempo de dejar huellas de caricias en su cuerpo al estar muy ocupados con el trabajo.

Evaluar es comprender el mutismo de un chico que tuve hace tiempo y cómo dejó de hablar sin ninguna justificación aparente cuando su madre desapareció de su vista durante varios días al cumplir los 2 años. Y es que fue al hospital con otro hermano que había tenido un accidente y se sintió abandonado. Y se hacía necesario elaborar esa herida en su mente, mediante el juego y el dibujo, hasta que un día decidió que podía hablar. Y dejamos de darle logopedia y demás bricolaje de la boca porque un buen diagnóstico no apuntaba sobre déficit fisiológico sino emocional.

Evaluar es comprender por qué un alumno líder de la clase es tan querido por todos, y sobre todo por todas. Y es que un niño muy amado y valorado por su familia muestra una seguridad en sí mismo que atrae a todo el que se le arrima.

Evaluar es comprender cómo a pesar de que en el aula se trabaja las mismas actividades hay niños y niñas que aprenden más rápidos que otros o que aprenden cosas diferentes. Y es que el medio social es muy determinante. Es por ello que intentamos crear en clase un ambiente cultural del que se impregnen cada día, sobre todo los que no tienen esa posibilidad en sus casas.

Evaluar es comprender que los niños y niñas son seres reflexivos y activos en sus aprendizajes, y es necesario crear espacios y tiempos en los que ellos elijan trabajar sus deseos, necesidades e intereses de forma voluntaria.

Evaluar es comprendernos a nosotros adultos y saber mirarnos en nuestro papel de educadores, y detectar por qué gritamos a unos y tenemos paciencia con otros, por qué somos comprensivos unos días y otros somos demasiados exigentes, por qué tenemos tantos miedos a los padres cuando ellos también están cargados de miedos e inseguridad ante el reto de la educación. Y es que educamos con lo que somos y no con lo que sabemos.

Evaluar es comprender que los niños y niñas tienen diferentes niveles de maduración, diferentes estilos cognitivos, distintas relaciones afectivas y personalidades, vienen de diferentes contextos culturales, etc.; por tanto, no todos aprenden a la vez las mismas cosas. Es necesario respetar los ritmos y características personales de cada cual. El medio sociocultural es muy determinante. Si exigimos a todos un mismo nivel estamos marginando a los menos favorecidos.

Evaluar, en suma, no es la cuantificación objetiva mediante técnicas perfectas de las capacidades de cada uno, sino la toma de conciencia de lo que hacemos, de nuestras capacidades, de nuestras carencias, de nuestra singularidad, de nuestras posibilidades, de nuestros deseos, de nuestra identidad,... para poder mejorar como persona y como comunidad educativa.


Autor
Cristóbal Gómez Mayorga
Maestro y licenciado en Pedagogía
En Ceapa
Número 86.

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