Manifestaciones
teleológicas de la asignación de calificaciones
Se exhiben tres manifestaciones teleológicas con cierta
claridad referentes al otorgamiento de calificaciones, encubierta o justificada
una con la otra:
Primera: La asignación
de las calificaciones se utiliza como arma de poder y control. Implícitamente
los maestros utilizan este recurso para hacer entender a los alumnos que ellos
son los que mandan, que el alumno está ahí para obedecer sus instrucciones, que
la única opción del alumno es estudiar lo que el maestro quiere que estudie,
que si siguen la norma del maestro el estudiante recibirán el premio reflejado
en la calificación aprobatoria. Dicho de otra manera, los docentes
indistintamente del contexto y de otras cuestiones, intrínsecamente traen
consigo el estigma del dominio del hombre por el hombre, de la ley del más
fuerte. Todo ello justificándose en el mandato institucional en donde según
Bourdieu “La escuela es...la institución
investida de la función social de enseñar y por esto mismo de definir lo que es
legítimo aprender”, de tal manera que el único que debe decidir que tanto
aprendió el estudiante es el maestro, enmascarando así el “origen y la función social de una autoridad” depositada en el
maestro a través de su autoridad pedagógica y aceptada por éste.
Segunda: La
asignación de calificaciones es un producto propiamente de la revolución
industrial, legitimada por la sociedad en su conjunto para clasificación de los
seres humanos en buenos, regulares y malos pero que den la apariencia de
autoselección. En esta urdimbre era necesario crear instrumentos cada vez más
sofisticados, rápidos y que fuese de conveniencia para todos los involucrados,
que se aceptaran sin convulsiones sociales, de tal manera que los deseosos de
accesar a mejores condiciones de vida, vía el estudio, admitieran sin reclamos
los resultados emitidos por un calificador externo como aptos o no aptos para
continuar hacia un nivel superior; dicho en otros términos, se escuda y se
acepta una especie de darwinismo social, el cual es muy peligroso, pues según
Jurjo Torres: “En la selección y
legitimación de los conocimientos, destrezas y hábitos de cada persona, vía una
modalidad de examen como ésta, se llega a aceptar implícitamente que no todo el
mundo tiene por qué tener éxito y que es
que algunos fracasen”.
De tal manera que la vía más viable que se encontró para esa
selección del más fuerte y del más apto fueron los exámenes y el más indicado
para elaborarlos, aplicarlos y revisarlos era el docente, de tal suerte que,
éste fue y sigue siendo el responsable de asignar la nota final, por tanto fue
necesario interiorizar en el maestro este instrumento como el único capaz de
dar cuenta si su trabajo estaba dando resultados de forma sencilla, fácil y
económica, pero que a la vez respondiera a las necesidades de quien contrata
sus servicios como docente. Pierre Bourdieu expresa lo teleológico del examen
de la siguiente manera: “...el examen no
es solamente la expresión más visible de los valores escolares y de las
opciones implícitas del sistema de enseñanza...ofrece uno de los instrumentos
más eficaces para la empresa de inculcación de la cultura dominante y del valor
de esa cultura”.
La finalidad de esta ideología es hacer entender al
estudiante que una nota llamada calificación es solamente producto de su
aptitud y que por tanto debe de aceptarlo como natural, legitimándose la
cultura de la evaluación reflejada en notas llamadas calificaciones, pero que
ocultan la verdadera intención.
Tercera: No
obstante de la urdimbre que se ha venido entretejiendo, la cultura de la
evaluación entre los docentes sigue brillando por su ausencia y la asignación
de calificaciones, la mayoría de las veces de forma arbitraria e injusta, sigue
dominando el campo de la evaluación, pues desde la perspectiva fenomenológica,
se percibe que existe un rechazo por parte de maestros hacia el concepto y
constructo mismo de evaluación y calificaciones y al mismo tiempo, una negación
de lo equivocado del mismo. La parafernalia expuesta ya de la asignación de las
calificaciones o de la evaluación, obedece a la inmanencia inconsciente de
alumnos y maestros a querer ser etiquetados con números por un lado y por el
otro, a la negativa del dominio a través del mero número.
Otra situación interesante que exhibe con mucha claridad el
escenario exhibido, es que los alumnos no obstante de haber aceptado ser
calificados, rechazan contundentemente el método de asignación de las
calificaciones utilizado por los maestros; es decir, aceptan la evaluación o
las calificaciones pero por el simple hecho de que la sociedad considera motivo
de orgullo el tener registradas altas calificaciones en el expediente de cada
alumno, sin exigir nada más que eso para certificarlo moralmente como una
persona competente y con conocimientos. Esta situación solo se refleja en el
estudiante hasta el momento en que se encuentran frente a un número signado en
una nota valorativa. Esta aceptación/rechazo puede interpretarse como un
descubrimiento intuitivo del alumno en cuanto a conciencia vital y en cuanto a
causa de pérdida de libertad como ser ontológico en busca de reconocimiento
como un ser humano y no a través de las notas numéricas denominadas
calificaciones, pero que sucede psicológicamente en el alumno cuando esta ante
el impacto de un número alto o bajo, que pasa por su mente, en qué o en quién
piensa en ese momento, eso forma parte otra historia.
Extraído de
LAS CALIFICACIONES, ¿CONTROL, CASTIGO O PREMIO?
Jesús Rivas Gutiérrez Universidad Autónoma de Zacatecas,
México
José Ruíz Ortega Escuela Preparatoria “Candelario Guisar”,
México
1 comentario:
Buf,cuanto discutì con los profesores por esto,para mí no deberían existir,una vez me dijo el de geografìa e historia "Sobresaliente" y le espeté "y de qué me vale,si mañana no me acordarè de nada" se quedò planchado, se deberìa estudiar sobre todo para saber,no sólo para aprobar,pero desgraciadamente nunca ha sido así
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