Es fundamental que los propósitos, objetos y métodos de evaluación
se encuentren alineados. En virtud de que existen algunas consideraciones para cada
relación entre estos tres elementos, se abordan en primer lugar algunas reflexiones
sobre la relación que guarda por qué evaluar y cómo evaluar y, posteriormente,
algunas consideraciones respecto a la relación entre qué se evalúa y cómo
se evalúa.
Consideraciones
en torno a la relación entre por qué evaluar y cómo evaluar
La manera como se lleve a cabo la evaluación debe tener presente para
qué se evalúa y los usos de la información resultante de la evaluación: para valorar
el aprendizaje (evaluación sumativa) o para apoyar el aprendizaje (evaluación formativa).
Desde la perspectiva sumativa, cuando la evaluación tiene el propósito
de valorar qué tanto ha conseguido el alumno los objetivos de logro hasta un
momento dado en el tiempo (evaluación del aprendizaje), es importante que
la decisión sobre los métodos y herramientas de evaluación a utilizar considere
las consecuencias afectivas en los alumnos. Esto es relevante porque a través
de los resultados de las evaluaciones, se envían señales continúas a algunos alumnos
cuando su nivel de desempeño no es el adecuado, lo cual puede generar una autoimagen
de incapacidad (OECD, 2005), y dificultar aún más que los alumnos consigan el
nivel de dominio esperado.
De acuerdo con el impacto que pueden tener los resultados de las evaluaciones
sumativas en los estudiantes, se sugiere que éstas no se ciñan a la asignación de
calificaciones, sino que sean más amplias y provean inicialmente al alumno de información
sobre los aspectos positivos identificados, y después, se ofrezca un diagnóstico
sobre sus áreas de mejora.
Desde la perspectiva formativa, si se evalúa para apoyar el
aprendizaje, la intención es detectar áreas de oportunidad y luego generar acciones
de mejora. Bajo esa óptica, se concibe un involucramiento tanto del profesor como
del alumno en el aprendizaje de este último y, por lo tanto, en su evaluación. En
ese sentido, se desarrolla el presente apartado.
Como ya se ha señalado, para utilizar la evaluación en la mejora del
aprendizaje, el profesor y el alumno deberán responder tres preguntas clave: ¿hacia
dónde vamos o cuáles son los objetivos de aprendizaje?, ¿dónde estamos ahora?,
y ¿cómo podemos cerrar la distancia entre la situación actual y la deseable? Las
dos últimas preguntas relacionan los propósitos (formativos) con los métodos (cómo
evaluar); no obstante, para contestarlas, es imprescindible responder también a
la primera.
Para dar respuesta de forma adecuada a las tres preguntas anteriores,
hay siete estrategias recomendadas, las cuales, al estar en consonancia con el propósito
formativo de la evaluación, pueden desdibujar la frontera entre este proceso y la
enseñanza.
La primera estrategia consiste en proveer una visión clara y
entendible de los objetivos de aprendizaje. Esto permitirá que los alumnos tengan
una idea de hacia dónde se dirigen sus actividades y, en ese sentido, tengan un
mayor entendimiento cuando el profesor o sus compañeros los retroalimenten y le
señalen sus fortalezas y debilidades, lo que a su vez, les brindará elementos
para autoevaluarse.
Ofrecer una visión clara y entendible de los objetivos, implica que
los profesores utilicen un vocabulario accesible o amigable con sus alumnos para
compartirles lo que espera conseguir junto con ellos, y asegurarse de que lo están
comprendiendo.
La segunda estrategia radica en el uso de ejemplos y modelos de
buenos y malos trabajos. Esta actividad está recomendada ampliamente porque
los buenos trabajos permiten a los alumnos visualizar de manera concreta lo que
se espera que realicen; mientras que los malos trabajos, muestran el tipo de trabajo
no aceptable. Para hacerlo adecuadamente es preciso cuidar el anonimato de los autores.
Cuando el profesor presente los ejemplos, también es elemental
que muestre a los alumnos el proceso a seguir para elaborar el trabajo desde el
inicio hasta su conclusión: evidenciar las fortalezas y las debilidades presentes
en el principio y cómo se fue realizando hasta obtener la calidad deseada. Es importante
que el docente haga ver a sus estudiantes como normal el surgimiento de problemas
y dificultades cuando se comienza un trabajo, lo cual sólo mejorará conforme se
atienda la retroalimentación y la autocrítica. Resulta
elemental demostrar a los alumnos que los productos pasan por un proceso de mejora,
y que por ello no es apropiado considerarse como los únicos con dificultades al
iniciar un trabajo.
La tercera estrategia es ofrecer retroalimentación descriptiva
de manera regular. Desde el enfoque formativo de la evaluación, la retroalimentación
juega un papel fundamental porque ayuda a que los alumnos respondan a la segunda
pregunta: ¿dónde estamos ahora? Para que la retroalimentación favorezca el aprendizaje
debe reunir por lo menos cuatro características: ser descriptiva, individualizada,
regular y orientadora.
Descriptiva significa que en lugar de ofrecer calificaciones
numéricas o con letras sobre los trabajos, tareas o pruebas (retroalimentación evaluativa),
al alumno se le debe proporcionar información detallada sobre sus fortalezas y debilidades
respecto a cada uno de los objetivos de aprendizaje. El trabajo de los maestros
es encontrar avances, dar a conocer las fortalezas y mostrar las áreas de mejora
a los alumnos en cada uno de sus trabajos, ya que tanto los que aprenden como los
que se esfuerzan necesitan saber qué cosas han hecho de manera correcta, y luego
señalarles las áreas de oportunidad.
Individualizada. Cada alumno tiene fortalezas y debilidades
específicas en cada uno de los objetivos de aprendizaje sobre los que se brinde
retroalimentación.
La regularidad supone varios momentos en que el profesor señale
al alumno tanto elementos ya dominados como aquellos en los cuales aún debe
trabajar. La regularidad también permite dosificar la retroalimentación, enfocándose
en los aspectos más importantes, para después señalar los secundarios.
Orientadora, implica que la retroalimentación no sólo debe
brindar de manera continua información sobre las fortalezas y debilidades, sino
que el profesor la aprovecha para indicar una serie de actividades o pasos que
los alumnos deben seguir para alcanzar los objetivos de aprendizaje.
La cuarta estrategia radica en enseñar a los alumnos a autoevaluarse
y establecer metas. La autoevaluación es una estrategia que, si se realiza
para encontrar áreas de mejora, favorece el aprendizaje, sobre todo para los
alumnos con más debilidades. Eso significa que no debe ser considerada como un agregado
o como algo impuesto por la normativa, sino como una actividad valiosa que provee
información, la cual es complementaria a la realizada por el profesor y el grupo.
Para enseñar a los alumnos a autoevaluarse, conviene:
i. Que el profesor solicite a los alumnos valorar las fortalezas y debilidades de alguno de sus trabajos, y después les brinde retroalimentación
sobre el mismo.
ii. Que el profesor utilice como ejemplo alguno de los trabajos ya revisados
para explicar a los alumnos los criterios que tomó en cuenta para evaluarlo y
ejemplifique cómo identificó las fortalezas y debilidades del mismo.
iii. Que los alumnos ofrezcan retroalimentación
descriptiva a sus compañeros (coevaluación).
iv. Que se establezcan metas de aprendizaje a partir de la retroalimentación
brindada por el profesor, los compañeros de clase y la autoevaluación.
La quinta estrategia consiste en diseñar clases enfocadas en un aspecto
de la calidad a la vez. Cuando
se pretende conseguir algunas competencias o habilidades en concreto (por ejemplo,
la comunicación escrita), se vuelve complicado para los alumnos y para el profesor
atender al mismo tiempo los diferentes aspectos de la competencia a desarrollar.
En este sentido, se recomienda que las clases se enfoquen en un aspecto a la vez,
lo cual también facilita la retroalimentación que habrá de ofrecer el profesor.
Cuando se siga esta estrategia, será necesario que éste haga entender a sus alumnos
la amplitud y conexión de los elementos trabajados en cada sesión.
La sexta estrategia reside en enseñar a los alumnos a enfocar su
revisión. El involucramiento de éstos en su propio proceso de aprendizaje y,
en específico, en la evaluación, es una acción presente en todas las anteriores
estrategias, y en ésta tiene vital importancia. Aquí se sugiere que el profesor
enseñe a sus alumnos a focalizar la revisión cuando se autoevalúen o coevalúen.
El principio de esta estrategia es el mismo de la anterior, la focalización brinda
la posibilidad de otorgar atención especial a la forma en cómo se cometieron ciertos
errores al realizar los trabajos y cómo pueden superarse. Por otra parte, es más
fácil centrar los esfuerzos sobre menos aspectos al mismo tiempo.
El profesor podría empezar por enseñar a sus alumnos cómo revisa
un trabajo, una respuesta o un desempeño, y luego pedirles la revisión de un
ejemplo similar. Sería deseable que cuando el profesor enseñe a los alumnos cómo
revisa, seleccione un trabajo para la revisión de un aspecto, y así puedan focalizarla.
La séptima estrategia radica en involucrar a los alumnos en la autorreflexión,
y permitirles monitorear y compartir su aprendizaje. El profesor debería
generar espacios donde los alumnos trabajaran de forma activa en la reflexión sobre
su propio proceso de aprendizaje, sobre aquellos objetivos de aprendizajes que
ya dominan (¿cómo lo consiguieron?), así como sobre aquellos que aún no dominan
y el tipo de acciones necesarias para alcanzarlos.
El profesor debe permitir a los alumnos monitorear su aprendizaje,
lo cual le facilitaría identificar algunas fortalezas y oportunidades. Sería deseable
que a los alumnos se les permitiera compartir su aprendizaje en espacios
generados especialmente para tal fin. Para desarrollar esta actividad, debería cuidarse
el dominio del tema por el alumno, lo cual estimularía su confianza para seguir
aprendiendo.
El protagonismo del alumno en la evaluación -con propósitos de mejora
del aprendizaje- no disminuye en ningún sentido la importancia del trabajo docente
ni su responsabilidad. Por el contrario, implica una transformación del rol del
profesor, pues se convierte tanto en proveedor de información precisa y frecuente
para el alumno, como en motivador, al reconocer lo que éste puede hacer y promover
para la adopción de alternativas de acción.
Es necesario finalizar esta sección haciendo notar que las siete estrategias
están concatenadas. Por tal razón, su implementación es progresiva, es decir, lo
primero que un profesor debe practicar es cómo ofrecer una visión clara y entendible
de los objetivos de aprendizaje; conforme vaya consiguiendo dominio en la realización
de esa primera estrategia, conviene comenzar a modelar paulatinamente, hasta ser
capaz de involucrar a los alumnos en la autorreflexión, monitoreo e intercambio
del aprendizaje con sus compañeros y con su profesor.
Extraído de
EVALUACIÓN DE LOS APRENDIZAJES EN EL AULA OPINIONES Y PRÁCTICAS DE
DOCENTES DE PRIMARIA EN MÉXICOPrimera edición 2011
INSTITUTO NACIONAL PARA