Pienso que deberíamos hablar de evaluación educativa en la
escuela no solo porque la evaluación que se hace se centra en fenómenos
relacionados con la educación sino porque debería educar a quien la hace y a
quien la recibe. Y eso supone que se trata de una evaluación que respeta,
motiva, enseña, mejora y hace crecer a evaluadores y evaluados.
No siempre se hace una evaluación de este tipo en las
escuelas. En efecto, yo creo que, aunque hay magníficas experiencias
evaluadoras, las finalidades pedagógicamente pobres están más presentes que las
finalidades educativas. Se evalúa para comparar, seleccionar, clasificar,
diagnosticar, controlar, comprobar, jerarquizar… más que para aprender,
dialogar, comprender, mejorar, animar… Qué decir de las finalidades espurias:
torturar, asustar, imponer, dominar, acomplejar, desanimar… Se olvida muchas
veces que la evaluación, más que un fenómeno técnico, es un fenómeno ético. Nos
lo recuerda atinadamente Marcelo Rioseco, autor de esta interesante obra que
ahora tienes en las manos: “La evaluación de aprendizajes, tal como se aborda
en la actualidad en muchos sistemas educativos, fomenta la segregación, la
discriminación y la clasificación de las personas, desde que son pequeñas hasta
que llegan a la edad adulta, en función de una mirada externa que se impone al
sujeto y a su capacidad de discernir y valorar el mundo en el que se encuentra
incorporado”, dice el autor en la Introducción de esta obra. La evaluación es
un proceso complejo que permite poner sobre el tapete todas nuestras
concepciones, principios y actitudes.
Se puede decir sin mucho riesgo de equivocarse: dime cómo haces
la evaluación y te diré qué tipo de profesional (y de persona) eres (Santos
Guerra, 2015). Alguna vez he utilizado una doble metáfora para explicar
diferentes concepciones del proceso de enseñanza y aprendizaje. De ellas se
derivan modelos diferentes de evaluación. Se puede entender que el docente es
un escanciador de agua que vierte desde un recipiente en el que está almacenada
el agua del conocimiento en un recipiente vacío que es el alumno. La evaluación
consistirá, en este caso, en medir cuánto agua hay en la copa. Pero si se
entiende la enseñanza como un proceso que ayuda al alumno a descubrir por sí
mismo manantiales de agua, que le ayuda a saber si el agua está contaminada o
es potable y, cuando sabe que es potable, la comparte con quienes se mueren de
sed y no la destina a llenar la piscina de su jardín y a construir fuentes
ornamentales, la evaluación será un proceso más complejo y exigente.
El lenguaje es como una escalera que sirve para subir hacia
la liberación y la comunicación pero que también sirve para bajar hacia la
confusión y hacia la dominación. El problema no es que no nos entendamos sino
creer que nos entendemos cuando estamos diciendo, realmente, cosas no solo
diferentes sino contradictorias. Habría que empezar por diferenciar evaluación
de simple calificación. Precisar qué es lo que entendemos por evaluación ya que
en castellano disponemos de esta sola palabra para referirnos a lo que los
ingleses llaman assessment, accountability, appraisal, self-evaluation,
research… Resulta importante que el autor haya dedicado el primer capítulo a
explicar lo que es para él aprendizaje y el segundo a lo que entiende por
evaluación. Una evaluación de naturaleza pobre propicia un proceso de
aprendizaje pobre. De ahí la importancia de realizar procesos de evaluación
pedagógicamente ricos.
El conocimiento académico tiene valor de uso (altamente
discutible, a veces) pero tiene un innegable valor de cambio. Si demuestras que
lo has adquirido, el sistema te lo canjea por una calificación. Como las
personas alcanzan el éxito a través de la evaluación, se preparan adecuadamente
para ello. Por eso es tan importante la propuesta que nos hace el autor en esta
obra. De hacer la evaluación del aprendizaje a través de las actividades.
La obra que tienes en la mano, amable lector, amable
lectora, constituye una interesante aportación al ya bien nutrido caudal de
libros sobre la espinosa cuestión de la evaluación de los aprendizajes. Con una
estructura sencilla y sólida a la vez, plantea un triángulo equilibrado de
cuestiones esenciales: el aprendizaje, la evaluación y la propuesta que se nos
hace de evaluar los aprendizajes y saberes mediante el desarrollo de
actividades. Es una interesante propuesta. Una propuesta de evaluación que
mejora el aprendizaje. Porque, como decía, una forma rica de hacer la
evaluación propicia un aprendizaje más significativo y relevante. Se nota que
el autor ha hecho muchos viajes de la teoría a la práctica y de la práctica a
la teoría.
No es un diletante que se apropia de conceptos ni es un
profesor que se limita a repetir los patrones heredados de las viejas prácticas
sin una exigente reflexión. Por el contrario, hace una interesante simbiosis de
teoría y práctica y consigue hacernos una propuesta de gran interés. Califica muy
bien el autor el trabajo que nos presenta diciendo que es “un ensayo, un
experimento reflexivo que pretende desarrollar y entregar algunas herramientas
conceptuales para abordar la evaluación educativa desde otro prisma: uno que
entiende al ser humano como un ser social, que se define por su intencionalidad
transformadora y que necesita adaptarse crecientemente en un mundo compartido
con otros seres humanos”. La propuesta que nos hace el profesor Marcelo Rioseco
tiene una ventaja añadida. Aunque ha sido concebida para la combinación de
modalidad presencial y virtual de enseñanza, puede ser aplicada a la modalidad
exclusivamente virtual o exclusivamente presencial.
El enfoque de la obra está
transido de coherencia. La enseñanza se articula no sobre el saber, sino sobre
el saber hacer. No tanto sobre los contenidos cuanto sobre las actividades que
realiza el estudiante.
Esta propuesta está muy vinculada a la concepción de la
enseñanza por competencias. Lo dice claramente el profesor Rioseco: “la
propuesta que se desarrolla a continuación pretende someter la lógica del
contenido a la lógica de la actividad”. Me parece relevante en la propuesta la
participación de los alumnos a través del contrato de aprendizaje y del proceso
de autoevaluación. Ellos y ellas conocen bien lo que han aprendido.
El modelo de evaluación que plantea la obra tiene mucho que
ver con el saber hacer, no tanto con la repetición mecánica de aprendizajes
inertes. Por eso hay que dar la bienvenida a un libro como este. Ojalá no sirva
solo para la adquisición de conocimientos sino para que los profesores y
profesoras, en coherencia con la filosofía del texto, apliquen las ideas a su
proceso de evaluación. Es decir, que el libro no sirva no solo para leer sino,
sobre todo, para hacer.
Miguel Ángel Santos Guerra
Catedrático Emérito de la Universidad de Málaga.
España. 27 de julio de 2015
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