La
pregunta del para qué evaluar, nos conduce a describir las funciones de la
evaluación.
a) Determinar posibilidades de desarrollo para los estudiantes, a partir de sus saberes Es la función que en la mayoría de los sistemas educativos en la actualidad se hace prevalecer, a través de definiciones explícitas y de condiciones implícitas. Los sistemas educativos están estructurados sobre la base de niveles (o cursos) que se van superando cuando se cumplen determinados requisitos.
a) Determinar posibilidades de desarrollo para los estudiantes, a partir de sus saberes Es la función que en la mayoría de los sistemas educativos en la actualidad se hace prevalecer, a través de definiciones explícitas y de condiciones implícitas. Los sistemas educativos están estructurados sobre la base de niveles (o cursos) que se van superando cuando se cumplen determinados requisitos.
Se suelen llamar requisitos de aprendizaje, pero, en rigor,
se trata de saberes que se intenta cuantificar mediante calificaciones
numéricas, asignadas, en su mayoría, por los profesores, a través de la
aplicación de pruebas y de exámenes. Como evaluadores, los profesores
representan todo un sistema educativo que evalúa a través de ellos.
Los estudiantes van pasando de un nivel a otro, acumulando
un historial que los perfila, en términos académicos, y que culmina con el
reconocimiento, por parte de la institución, de que han completado el proceso,
a través de un título o de un certificado. Como ya lo hemos comentado
anteriormente, muchas veces, los saberes que se califican en la educación y que
conforman la trayectoria académica del estudiante son poco relevantes. Así
mismo, tienden a hacer que prime el interés hacia los resultados por sobre la
valoración hacia el proceso, convirtiendo la formación en una especie de
carrera cuyo sentido es la superación de obstáculos impuestos de manera
externa, desvinculados de un aprendizaje significativo. En el tipo de sociedad
en que vivimos, en la que existe una gran desigualdad de oportunidades, y donde
la educación se ha incorporado como un mecanismo para clasificar a las
personas, la evaluación y medición de saberes no sólo determina el acceso a
diferentes roles y actividades, sino que define la posibilidad de obtener
diferentes derechos y privilegios, asociados a estos roles.
Aún cuando, desde el punto de vista de nuestra biología, los
seres humanos nacemos con capacidades y potencialidades equivalentes, la
educación se encarga, si no de generar desigualdad de oportunidades, al menos
de acentuarla y de validarla. Nadie nace para ser ingeniero, médico, indigente
o cajero en un supermercado. Por esta razón, un sistema educativo que se basa
en la medición, la comparación y la clasificación de las personas, es
absolutamente funcional a un tipo de sociedad que se estructura a través de la
desigualdad. En la actualidad, al sistema educativo ha incorporado la
responsabilidad de certificar el saber de los estudiantes para suministrar
recursos humanos al sistema productivo. Se da por sentado que las cosas deben
ser de esta manera. Pero, ¿por qué?.
Si la educación es una actividad de interés público, asumida
por la sociedad para mejorar las condiciones de vida de la gente, transmitir a
las nuevas generaciones la cultura y el conocimiento acumulado por la humanidad
durante miles de años, formar mejores ciudadanos, liberar a las personas de las
condiciones y de los límites que les impiden realizarse, ¿por qué debe
centrarse en la preparación de capital humano para satisfacer las necesidades
de un sector en particular de la sociedad? La educación debe ser concebida, en
primer lugar, para potenciar el crecimiento y el bienestar de los estudiantes,
como también, el progreso de la sociedad, en términos generales.
Por supuesto que es conveniente que exista una articulación
entre los fines de la educación y los requerimientos del sector productivo. Lo
que no es aceptable es que, en términos prácticos, se imponga la certificación
de recursos humanos para los intereses de un sector en particular, como el fin
último y principal de la educación. Si vivimos en una sociedad donde las
oportunidades para la gente son profundamente desiguales, donde muchos seres
humanos apenas consiguen sobrevivir en entorno violentos y en condiciones,
prácticamente de esclavitud, la educación no puede hacerse cómplice de esta
situación, ni adoptar una actitud pasiva, complaciente, ante los poderes que
controlan a la evaluación la sociedad.
No puede seguir desarrollándose como un espacio de
alienación, donde a los estudiantes se les enseña a competir para obtener
ventajas pequeñas en un medio que explota su temor al futuro, a la pobreza y al
desamparo. La educación no debe seguir funcionando como una instancia
estructurada para que las personas se adapten, de manera decreciente, a la
injusticia, el abuso, el maltrato y la cosificación. En este sentido, la
evaluación tiene mucho qué decir y qué hacer. Primero que todo, necesita
liberarse de su carácter autoritario y punitivo. Cambiar la creencia absurda de
que una educación buena y exigente es aquella que castiga a los estudiantes con
las calificaciones. En segundo lugar, los saberes que se pretende medir, deben
estar bien justificados y no tienen por qué constituirse como lo único, ni como
lo más importante que se trabaja en el proceso formativo. En tercer lugar, la
institución y el sistema educativo deben entregar las condiciones para que
todos los estudiantes, sin distinción, tengan la oportunidad de incorporar y
demostrar aquellos saberes que determinan sus posibilidades de inserción en el
medio social. La tarea principal de las instituciones no es seleccionar ni
clasificar, sino proveer los medios y el apoyo para que los estudiantes elijan
aquello que les interesa, que los realiza y que constituye un aporte para el
resto de la sociedad. En cuarto lugar, y relacionado con lo anterior, la
evaluación debe propender a equilibrar la valorización de los diferentes
ámbitos del conocimiento y del quehacer humano.
Si las actividades que una sociedad requiere para funcionar,
se establecieran con inteligencia, creatividad y respeto hacia las personas,
habría espacio real para la vocación. Los trabajos alienantes, esclavizantes o
aquellos que denigran al ser humano, simplemente no tendrían cabida. En quinto
lugar, la medición y la valoración del comportamiento del estudiante para
corroborar la presencia de un saber debiera considerar y sistematizar la mirada
no sólo del profesor, sino también de los otros estudiantes (co-evaluación) y,
por sobretodo, la mirada de quién está siendo evaluado (autoevaluación). En
caso que los saberes que se necesitan para llevar a cabo 96 una determinada
actividad no se hayan alcanzado, para lo único que sirve un juicio externo, que
no es comprendido ni asumido por el estudiante, es para inhibir su aprendizaje
en el futuro. Por último, se debiera estructurar y plantear la evaluación de
tal manera, que fomentara la honestidad, como actitud, y la autenticidad, como
principio. Hoy por hoy, se tiende a atribuir el cien por ciento de la
responsabilidad de las malas prácticas instaladas en el sistema educativo para
burlar los mecanismos de calificación y evaluación, a los estudiantes.
Sin embargo, es difícil ser honesto con los propios errores,
fracasos y falencias, cuando estos se generan a partir de exigencias impuestas
y, muchas veces, sin sentido, y cuando su reconocimiento implica exponerse a
castigos y coerciones de diferente naturaleza. b) Fomentar el aprendizaje de
los estudiantes y de los profesores Otra de las funciones de la evaluación, es
permitir a los actores del proceso y, principalmente, a los estudiantes,
reconocer y enfrentar las dificultades que se les presentan. Para tal efecto,
es necesario fomentar una evaluación que potencie una disposición emocional
constructiva hacia las tareas, las actividades y los diferentes tipos de
desafío que se ponen de manifiesto. Si lo miramos desde un punto de vista
temporal, se trata de valorar lo hecho en el pasado y lo por hacer en el
futuro.
Vale decir, debe orientarse a motivar, reconociendo los
logros que se alcanzan y aquellos aspectos que es necesario desarrollar mejor.
c) Transparentar y mejorar la comunicación Si se consigue desarrollar un diseño
de la evaluación claro y participativo, cuyo propósito principal es mejorar un
proceso que fomenta el aprendizaje, la comunicación entre profesor y
estudiantes y entre los estudiantes entre sí, debe, también, mejorar. Las
intenciones se hacen explícitas; los procedimientos de trabajo, conocidos; las
responsabilidades, se delimitan y los juicios se producen en un contexto de
transparencia y de respeto. d) Valorizar y adaptar elementos de contexto que
condicionan el aprendizaje del estudiante La valorización de aquellos elementos
que condicionan el aprendizaje por parte del estudiante, permite, básicamente,
dos la evaluación o 97 n cosas: en primer lugar,
explicitar y mejorar la disposición del alumno hacia aquellos factores que
juegan un papel importante en la manera cómo se lleva a cabo el proceso de
enseñanza-aprendizaje y, en segundo lugar, adaptar y producir mejoras, en la
medida de lo posible, en el funcionamiento de estos factores.
Mediante una evaluación apropiada, se puede validar el rol
del docente, aumentando la confianza del estudiante en la persona que esta a
cargo de orientar el proceso de enseñanza. Así mismo, el docente puede conocer,
oportunamente, aquellos elementos que debe atender y mejorar en cuanto a su
desempeño. En relación a los objetivos, a través de su evaluación, es posible
conseguir que el estudiante se apropie de ellos, como también tener información
para adaptarlos de mejor forma al contexto del curso. Algo equivalente ocurre
con la evaluación de la metodología, de la infraestructura, de los recursos
materiales y con la evaluación de aprendizajes en sí misma: se puede mejorar la
confianza en ellos, proveerlos de sentido y optimizarlos. e) Canalizar
información útil, precisa y oportuna a instancias externas que pueden aportar
al mejoramiento del proceso educativo Por último, la evaluación también es una
herramienta fundamental para recoger información en torno al proceso de enseñanza-aprendizaje,
que permite tomar decisiones que trascienden la interacción enmarcada dentro de
un determinado curso. Esta información puede ser utilizada, entre otras cosas,
para orientar el perfeccionamiento docente, mejorar el programa de estudio y el
currículum y atender las necesidades materiales y de infraestructura.
Autor
Marcelo Rioseco Pais
DE LA DOMESTICACIÓN A UNA EVALUACIÓN LIBERTARIA
Reflexiones en torno a la evaluación educativa
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