¿Para qué aprender? Esta pregunta nos conduce al tema de la
finalidad de la educación. ¿Qué entendemos por la finalidad y qué papel cumple
ésta en la configuración y el desarrollo de un determinado proceso, como la
educación?. Una finalidad es aquello a lo que se apunta o que se desea
conseguir. Desde nuestro tiempo presente, esperamos que algo ocurra en el
futuro. Para que aquello se cumpla, necesitamos realizar un conjunto de
acciones, seguir una serie de pasos y de procesos, a través de las
posibilidades que se presentan.
Estas posibilidades que se presentan, son mis posibilidades
y este futuro que se abre, es mi propio futuro, lo que en absoluto quita que
haya otras personas con puntos de vista diferentes al mío, que “posibilitan” el
mundo, intersectando sus posibilidades con las mías y con mi punto de vista. Si
no fuera así, cualquier forma de comunicación con los demás sería imposible.
Desde este punto de vista, los fines, también, pueden ser compartidos por un
conjunto de personas. Cada una de estas personas habrá de incorporar estos
fines comunes, de acuerdo a sus capacidades, a sus posibilidades, pero,
principalmente, de acuerdo a su forma de compromiso. Si alguien en el conjunto
no comparte ni está comprometido con los fines comunes, sus intereses
individuales se contraponen a los fines del conjunto. Por ejemplo. Un grupo de
obreros, técnicos y profesionales, deben construir una casa.
El fin común es la correcta construcción de la casa, con una
estructura firme, buenas terminaciones y con todas sus instalaciones
funcionando. Si un trabajador no está comprometido con estos objetivos, tampoco
tendrá un interés real en el resultado de su trabajo. Intentará hacer el menor
esfuerzo posible y obtener el mayor nivel de beneficio, lo que, obviamente,
afectará el progreso de la obra y aumentará el nivel de los gastos, dependiendo
del tipo de responsabilidad que tenga asignada.
Ahora bien, ¿qué sucede, entonces, con aquellas finalidades
que orientan y determinan el proceso educativo, en la educación formal? ¿cuáles
son? ¿quién las determina? ¿de qué manera? ¿cómo son asumidas e incorporadas
estas finalidades por los diferentes actores que participan de dicho proceso?
En un plano general, cada uno de los integrantes de una sociedad posee
determinadas expectativas en torno a lo que debiera ser y hacer la educación
formal, en las distintas etapas de desarrollo del ser humano y, especialmente,
de las personas que pertenecen a dicha sociedad. Se supone que en una sociedad
democrática, estas expectativas y aspiraciones debieran traducirse en los fines
que persigue el sistema educativo en sus diferentes niveles. En la práctica, en
muchos países las cosas son de otra manera.
Existe una constitución política, no siempre redactada de
manera representativa, que determina globalmente la función de la educación en
la sociedad. Luego, los gobiernos nacionales y/o regionales se apoyan en
equipos de especialistas y técnicos que elaboran y re-elaboran un currículum
general, donde se establece, entre otras cosas, los fines y los objetivos del
sistema educativo. En un nivel de concreción mayor, las instituciones
formadoras adaptan este currículum general a sus necesidades particulares.
Finalmente, los docentes se encargan de concretarlo en su
actividad con los estudiantes. el aprendizaje. Los fines del sistema educativo
que determinan los gobiernos, sobre la base del trabajo realizado por
especialistas, suelen tomar en cuenta lineamientos generales definidos por
instancias supranacionales. Consideremos aquello que se describe en dos de
estas instancias, particularmente relevantes en el concierto de la educación.
En 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la declaración
Universal de los Derechos Humanos. Esta declaración, en su artículo 26.2,
proclama: “La educación debe tender al pleno desarrollo de la personalidad
humana y al refuerzo del respeto de los Derechos Humanos y de las libertades
fundamentales. Debe favorecer la comprensión, la tolerancia y la amistad entre
todas las naciones y todos los grupos sociales o religiosos, y la difusión de
las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz” Por su
parte, en el informe de la UNESCO presidido por J. Delors (1996) se afirma que
“la finalidad principal de la educación es el pleno desarrollo del ser humano
en su dimensión social. Se define como vehículo de las culturas y los valores,
como construcción de un espacio de socialización y como crisol de un proyecto
común”. En “La educación o la utopía necesaria”, J. Delors, afirma que “la
educación tiene la misión de permitir a todos, sin excepción, hacer fructificar
sus talentos y todas sus capacidades de creación, lo que implica que cada uno
pueda responsabilizarse por sí mismo y realizar su propio proyecto personal”.
El gran problema es que existe una enorme brecha entre
aquello que se declara en el papel, como los fines que orientan e inspiran a la
educación, y lo que sucede en la práctica: los fines que determinan, en términos
reales, la estructura de funcionamiento del sistema educativo. Es completamente
lógico que ocurra de esta forma, por la manera en que están planteadas las
cosas en un contexto general. La educación, no se desarrolla en abstracto.
Depende del tipo de sociedad donde está inserta. Actualmente, las sociedades de
los diferentes países en, prácticamente, todo el mundo son interdependientes
unas de otras. La economía, en un determinado país, está sujeta al
funcionamiento de un mercado global, cuya regulación no depende ni de la
política, ni de las leyes que se establecen en ese país.
Por el contrario, la política y las leyes que se establecen
en un determinado país intentan satisfacer las supuestas “demandas” de un
mercado que no se maneja por la voluntad ciudadana, sino por poderes económicos
y financieros transnacionales. Basta observar, por ejemplo, cuando hay
elecciones presidenciales, cómo los medios de comunicación, que en su mayoría
también están manejados por poderosos grupos económicos, inciden en la opinión
pública, evaluando a determinados candidatos por la “manera en que reaccionarán
los mercados” si el candidato sale electo. O cómo un conjunto de leyes son
promulgadas localmente a través de criterios estandarizados internacionalmente
e incluso sobre la base de documentos que ya vienen redactados, por la presión
que ejercen empresas transnacionales de manera directa o a través de la acción
de otros gobiernos. Por ejemplo, leyes de propiedad intelectual que defienden
los intereses de laboratorios farmacéuticos, casas discográficas, empresas de
software, etc. Cuando en una sociedad la política, que es la actividad mediante
la cual se resuelven las necesidades que plantea la convivencia colectiva, es
despojada del poder para elegir los fines de aquella convivencia colectiva, se
convierte en un mero trámite que, en el mejor de los casos, sirve para
determinar quién administra un sistema de relaciones sociales y productivas ya
definido. Se trata de nuestras democracias formales, a través de las cuales,
cada cierto tiempo, la gente tiene la posibilidad de votar, sabiendo que su
participación no incidirá en nada importante. En una sociedad donde la
participación ciudadana es una formalidad, los fines de la educación también
están determinados de antemano.
Los verdaderos fines no son los que redactan los
especialistas en educación de la UNESCO, de la ONU o de los gobiernos locales,
sino aquellos que impone un mercado sin rostro, cuyo funcionamiento,
aparentemente, depende de una “mano invisible”. Para algunos, esta mano
invisible es la ley de la selección natural, para otros, los más religiosos, es
la mano de Dios. Lo que jamás se acepta es que este mercado se encuentra
profundamente condicionado por la intencionalidad y por los intereses de los
grupos que manejan el poder económico y financiero, tanto de manera local, como
globalmente. el aprendizaje
La principal finalidad de la educación está concebida, en
nuestro sistema educativo actual, para preparar mano de obra para incorporarla
al mercado productivo. Esta finalidad, será asumida desde diferentes puntos de
vista: para los empresarios, la educación deberá formar trabajadores, no sólo
eficientes, sino también creativos, innovadores y con “valores”: que no sean
conflictivos, que defiendan la propiedad privada, que crean en la democracia
formal, que sean buenos consumidores y que sepan endeudarse; que tengan la
capacidad de trabajar en equipo, pero al mismo tiempo y ante todo, que sean
competitivos e individualistas. Si queremos una educación que este al servicio
de la libertad, del desarrollo y del bienestar del ser humano y no en función
de los intereses de los grupos de poder que manejan la economía, necesitamos
que los fines de la educación estén en manos de la gente, de los ciudadanos.
Necesitamos que, en términos sociales y políticos, la
reflexión en torno a los fines de la educación exista; que no sea algo que se
da por hecho o que se cree que es materia de los especialistas. Los
especialistas están para orientar los procesos, para iluminarlos, para darles
forma, para traducir su conocimiento en un lenguaje comprensible y universal,
no para ser parte de una maquinaria que ha arrebatado el sentido y la dirección
de dichos procesos de las manos de la gente.
Autor
Marcelo Rioseco Pais
DE LA DOMESTICACIÓN A UNA EVALUACIÓN LIBERTARIA
Reflexiones en torno a la evaluación educativa
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