Etimológicamente, la palabra aprender proviene del latín
apprehendère: de ad, a, y prehendère, percibir. Por su parte, Stephen P.
Robbins (2004) define el aprendizaje como “cualquier cambio relativamente
permanente en la conducta, como consecuencia de una experiencia”.
A través del aprendizaje se adquieren o modifican
habilidades, destrezas, conocimientos, conductas o valores, debido a la
experiencia y no a factores madurativos o biológicos, o que dependan
exclusivamente del funcionamiento interno del organismo. Prácticamente todas
las definiciones de aprendizaje, independiente de las teorías en que se
sustenten, tienen en común los siguientes aspectos:
• Se trata de un proceso que conduce a algún resultado,
• Involucra cambio o transformación en la persona, ya sea en
su comportamiento, en sus estructuras mentales y cerebrales, en sus emociones,
etc.
• Se produce como resultado de la experiencia
Ahora bien, hay tres aspectos que requieren ser considerados
cuando se pretende evaluar la adquisición del aprendizaje. El primero, tiene
que ver con que el aprendizaje es un proceso interno que tiene lugar en el
sujeto que aprende. No es posible, por lo tanto, llevar a cabo una observación
directa del aprendizaje, sino, más bien, constatar algunos de sus efectos y
consecuencias: cambios en la conducta, nuevas capacidades de hacer, incluso,
modificaciones neurológicas en el cerebro. Desde este punto de vista, vale la
pena considerar lo que actualmente plantea la Neurociencia en relación al
aprendizaje que, en el fondo, se está refiriendo a los efectos del aprendizaje
en el cerebro humano.
Cabe mencionar que la Neurociencia puede entenderse como un
conjunto de campos científicos y áreas de conocimiento diversas que bajo distintas
perspectivas y enfoques abordan los niveles de conocimiento vigentes sobre el
sistema nervioso.
La Neurociencia comprende varias ciencias relacionadas entre
sí, cuyo objeto de estudio es el sistema nervioso y, en particular, la relación
que existe entre la conducta y el aprendizaje y la actividad del cerebro,
incorporando disciplinas tan variadas como la biología molecular, la
neuroanatomía, la fisiología, la química, la neuroinmunología, la genética, las
imágenes neuronales, la neuropsicología, las ciencias computacionales, la
sicología cognoscitiva, la lingüística, la antropología física, la filosofía y
la inteligencia artificial.
Desde el punto de vista de la neurociencia, el aprendizaje
consiste en el cambio de las conexiones sinápticas que, a su vez, provocan
diferencias en el pensamiento y el comportamiento. Las estructuras del cerebro
son modificadas por el aprendizaje, a través de nuevas conexiones y Redes
Hebbianas. Se trata de una actividad continua y que, mientras continúe por más
tiempo, más efectivo es (OCDE, 2007)
Actualmente la visión que posee la neurociencia en torno al
aprendizaje, está aportando un conjunto de conocimientos que permiten entender
y abordar el proceso educativo. Varios de los descubrimientos generados a
partir de las investigaciones de la neurociencia sugieren que la escuela actual
inhibe y dificulta el aprendizaje, desde el momento en que configura un espacio
de trabajo basado en las amenazas y el temor, en lugar de fomentar emociones de
seguridad y confianza, asociadas a un ambiente de actividades desafiante y
motivador. El segundo elemento a considerar es que, al hablar de aprendizaje
implícitamente estamos incorporando una valoración en el cambio de
comportamiento de la persona o del organismo que aprende.
Los organismos están en permanente proceso de transformación
al interactuar con el medio. Algunas de estas transformaciones son voluntarias,
otras involuntarias; algunas ocasionales y otras duraderas o permanentes. No
todas estas transformaciones se consideran y se evalúan como aprendizajes. Por
ejemplo, un niño de preparatoria que asiste a la escuela no el aprendizaje sólo
aprende a sumar o a leer un texto escrito. Aprende, también, a relacionarse con
sus compañeros de clase, con su profesor o profesora, con el sexo opuesto, con
la autoridad, con los adultos que no son autoridad; aprende a andar en
bicicleta o en patines, a hacer equilibrio por el borde de la cuneta, a cruzar
las calles; aprende y memoriza el nombre de los personajes de sus series
favoritas; aprende a escuchar a música y a jugar con el teléfono móvil y con
una consola.
Hace miles de inventos y aprende a jugar a la pelota o a las
escondidas. Más tarde aprenderá a besar y, cuando sea adolescente, es muy
probable que aprenda a relacionarse afectiva y sexualmente con otras personas.
¿Acaso no son aprendizajes todas estas transformaciones que van tendiendo las
personas al interactuar con el medio, a medida que crecen y se desarrollan?
¿Acaso estas transformaciones no involucran un cambio en las conexiones
sinápticas del cerebro que, a su vez, provocan diferencias en el pensamiento y
el comportamiento? ¿No son, acaso, muchas de estas transformaciones más
duraderas y permanentes que la gran mayoría de los datos que los niños
memorizan para una prueba y que al poco tiempo olvidan? ¿Está, realmente, la
escuela evaluando aprendizajes?
Y más en el fondo, todavía, ¿los sistemas de educación
formal se están haciendo cargo de los aprendizajes importantes y duraderos que
generan en las personas, no sólo a través de aquello que declaran en el
currículum, sino, principalmente, mediante aquello que no declaran y que se
configura mediante el hacer (currículum oculto)? La respuesta, con seguridad,
es no. Por último, un tercer elemento a tomar en cuenta es que el aprendizaje
involucra siempre una forma de adaptación. Quien aprende, se adapta. Bien o
mal, pero se adapta. Depende del ojo de quién observa o de quien emite un
juicio. El aprendizaje no ocurre en abstracto. Tiene que ver con la manera en
que un organismo genera respuestas ante una situación determinada, para
conseguir adaptarse. Entender las cosas de esta forma, en el caso del
aprendizaje de los seres humanos, nos conduce a considerar el tema de los fines
en las acciones. Se da por supuesto, por ejemplo, que el aprendizaje que los
adultos exigen a los niños a través del currículum explícito, es el aprendizaje
que ellos más necesitan y que están buscando para adaptarse en el medio en que
interactúan. Efectivamente, en muchos casos pueden necesitarlo para obtener
cierto tipo de recompensas y evitar determinadas amenazas y castigos,
configurados por el mundo adulto, en el sistema educativo.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando la adaptación del
estudiante, ante las exigencias que realiza el sistema educativo a través del
currículum explícito se contrapone a la adaptación que este mismo niño puede
necesitar frente al proceso de socialización con sus pares o, incluso, frente a
su propia curiosidad y/o motivación para desarrollarse en el entorno al que
pertenece? Gran problema. ¿No será, acaso, esta incongruencia entre las
exigencias que hace la escuela y las necesidades reales que el niño tiene para
adaptarse en su medio, la principal responsable del fracaso escolar?
Autor
Marcelo Rioseco Pais
DE LA DOMESTICACIÓN A UNA EVALUACIÓN LIBERTARIA
Reflexiones en torno a la evaluación educativa
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