¿Quién aprende? Todos los seres humanos, desde el momento en
que nacemos hasta que morimos, nos encontramos, sin interrupción, en un proceso
de aprendizaje. Pero no solamente eso. También las organizaciones humanas
aprenden, en conjunto, con los sujetos que las intervienen.
En rigor, son los seres humanos que manejan y participan de
dichas organizaciones quienes aprenden, sin embargo, se trata de un aprendizaje
“transpersonal”, es decir, que trasciende a los individuos que conforman la
organización. Por supuesto, que este fenómeno se extiende hasta las sociedades
y es la base de lo que constituye la “historicidad” de nuestra especie. El
lenguaje, la ciencia, la capacidad de calcular y de predecir muchos de los
comportamientos de la naturaleza y del cosmos, son parte de los aprendizajes
que el ser humano ha ido acumulando y transmitiendo de generación en generación.
Existe, por tanto, además de un aprendizaje individual, uno social e histórico,
así como también, uno organizacional.
En la educación formal, quien, se supone, que aprende es el
estudiante. El currículum explícito está elaborado para orientar la actividad
académica, determinando objetivos o competencias, contenidos, actividades y
procedimientos de evaluación, con el propósito de fomentar o producir el
aprendizaje en los estudiantes. Sin embargo, en el proceso de enseñanza que se
dispone el aprendizaje para los estudiantes, aprende, también, el docente,
quien coordina y organiza el trabajo del docente e, incluso, la institución
educativa.
Todos los actores que participan en la formación de los
estudiantes, aprenden. Es más: no pueden dejar de aprender, porque,
permanentemente, necesitan dar respuestas a la situación que les toca vivir,
para conseguir adaptarse, poniendo a prueba su experiencia, su conocimiento,
sus capacidades y, en resumen, las posibilidades que tienen a la mano. ¿En
función de qué? De alcanzar determinados fines, objetivos o propósitos,
personales y colectivos, asumidos de manera auténtica o hipócrita, por
convicción propia o por imposición y temor.
Veamos esto en términos prácticos. Hemos dicho que una
profesora o un profesor aprende, cuando ejerce como tal. ¿Qué es lo que
aprende? A desempeñar su rol, a relacionarse con los estudiantes, a tratar con
los apoderados – en el caso de la escuela –, a entregar información del proceso
en las instancias de coordinación académica. Se da por descontado, que puede,
también, perfeccionarse y seguir estudiando. Nos estamos refiriendo al
aprendizaje que adquiere al desempeñar su trabajo, considerando que, para el
docente, impartir clases es un empleo remunerado. Si el trabajo le interesa o lo
necesita, tendrá que aprender a mantenerse en él, cumpliendo aquello que le
piden las personas que deciden su permanencia. Si, por ejemplo, se trata de una
institución educativa cuya prioridad es obtener buenos resultados en pruebas
estandarizadas, la profesora o el profesor tendrá que asumir esta finalidad
como propia, aún cuando su formación pedagógica y sus ideas en torno al
aprendizaje de sus estudiantes, digan algo diferente. Por su puesto, que el
aprendizaje del docente es dinámico y se irá transformando a medida que cambie
su entorno, sus necesidades y sus aspiraciones. ¿No es, acaso, fundamental,
para el proceso educativo que se desarrolla con los estudiantes el aprendizaje
que va adquiriendo el docente, como persona y como profesional?
Cuando este aprendizaje no es explícito, ni reflexivo;
cuando sus fines no son auténticos, cuando no tiene sentido, se tratará,
sencillamente, de una adaptación alienante, que arrebata la libertad y, en
último término, la humanidad de quien pretende enseñar. Cuando tenemos
profesoras y profesores a los cuales se les ha arrebatado su dignidad y su
humanidad, ¿qué se puede esperar en relación al aprendizaje de sus estudiantes?
Lo mismo ocurre con todos los demás actores que participan del proceso de
enseñanza-aprendizaje, incluyendo la institución educativa. ¿Qué aprenden las
instituciones educativas? Entre otras cosas, aprenden a organizarse para
funcionar, a conseguir recursos para subsistir o para crecer y expandirse, a
tratar los conflictos de intereses que se presentan internamente, a mostrarse a
la comunidad y al medio social, a responder a las exigencias que realizan
aquellos actores de los que depende su viabilidad.
A modo de ejemplo, tomemos en consideración, parte de la
evaluación que realiza Juan Carlos Tedesco (2000) en relación a los dilemas de
la Educación Secundaria en América Latina: Las nuevas propuestas curriculares
se enfrentan, en consecuencia, con un escenario complejo tanto desde el punto
de vista socio-económico como cultural. Educarse no garantiza una inserción
social con perspectivas de movilidad social ni tampoco permite el acceso a los
universos simbólicos prestigiosos en la cultura juvenil dominante.
Frente a las posibilidades de socialización que ofrece la
escuela, se desarrollan opciones que asumen en muchos casos un contenido
claramente alternativo. Buena parte de la sociología de la cultura juvenil
alude al fenómeno de las bandas, las “tribus” o formas semejantes de
asociación, donde se construye una identidad que se caracteriza por su
oposición - a veces violenta - a las instituciones del sistema. ¿Cómo puede
abordar una determinada escuela el problema que tiene con el fenómeno de las
bandas o “tribus”, como instancias alternativas de socialización, donde se
construye una identidad que choca con las instituciones del sistema? Dependerá
de muchos factores: organización y capacidades internas, disponibilidad de
recursos, creencias religiosas o políticas de sus líderes y de sus
propietarios,- si es que los tiene -, etc.
En contextos marginales, donde la escuela, a pesar de no
constituir ninguna garantía de inserción social, exige tiempo, recursos,
dedicación y “sacrificios” de distinta naturaleza y, además, es obligatoria,
desde el comienzo se habrá de configurar como un espacio cómplice de la
violencia, de la desigualdad y del abuso que existe en la sociedad. En el caso
de Chile, por ejemplo, las posibilidades de movilidad social que posee un
estudiante que nace en una familia escasos recursos, son prácticamente nulas.
Después de doce años de escolaridad en establecimientos municipales podrá
acceder a trabajos remunerados con el salario mínimo, cumpliendo jornadas de 44
horas a la semana. Obviamente, esta situación determinara a que tenga que
seguir viviendo en una condición de pobreza económica y, casi con seguridad, de
marginalidad social. Algunas escuelas, podrán afrontar este problema
disminuyendo, al máximo, sus exigencias académicas, tratando de no “molestar”
demasiado a sus estudiantes ni a sus familias.
Otras, en cambio, seguirán un camino inverso: tratarán de
recuperar el valor de las calificaciones y credenciales que entregan a sus
estudiantes, imponiendo normas y, si es que tienen la posibilidad,
seleccionando a sus alumnos. Por lo tanto, las instituciones educativas
necesitan generar respuestas, como organizaciones, en función de los contextos
donde se encuentran. Se trata de un proceso de aprendizaje y adaptación que, al
igual que en el caso de los sujetos, es dinámico. La manera en que la institución
educativa aprende también determina, en términos sustantivos, el aprendizaje
que van adquiriendo los estudiantes.
Cabe la pregunta, ¿por qué razón se considera que en la
escuela, institutos y universidades sólo aprenden los estudiantes? ¿Por qué es
el actor principal, para quién ha sido elaborado el proceso? Seguramente este
factor incide, pero no alcanza a explicar por qué seguimos teniendo una visión
tan reducida del aprendizaje y de la evaluación. Es probable que la idea de que
en una institución educativa todos
aprenden y de que, por lo tanto, es necesario que este aprendizaje sea
consciente, intencionado, reflexivo y participativo, para beneficiar a todos y
cada uno de los integrantes del sistema, no encaje bien en el paradigma
mercantilista que hoy en día tiene capturada a la educación. Definitivamente,
es más sencillo aplicar el modelo de negocio a las estructuras jerárquicas que
existen en la actualidad, donde se distingue un servicio que alguien utiliza,
alguien paga por él, hay un prestador, un cliente y empleados que hacen el
trabajo de enseñar.
Autor
Marcelo Rioseco Pais
DE LA DOMESTICACIÓN A UNA EVALUACIÓN LIBERTARIA
Reflexiones en torno a la evaluación educativa
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