La
evaluación es el proceso más complejo de cualquier organización. Decidir qué,
quién, cómo, cuándo, a quién y para qué evaluar resulta, en la mayoría de los
casos, una de las decisiones más difíciles de tomar. Y lo estamos viendo con el
globo sonda, repetitivo en la mayoría de las administraciones, de la evaluación
docente. Pero, no quiero entrar en este tema, no por su complejidad, sino
porque es sólo un ejemplo de lo anterior y no el tema de esta entrada.
Porque
me quiero centrar en un hecho que vengo experimentando durante estos últimos
años y es que la evaluación se convierte en una ayuda para los actores del
proceso de aprendizaje y no es ningún problema. En definitiva, mi tesis es que
la evaluación no es un problema sino que es el principal elemento de cohesión
de la comunidad educativa.
Pero,
vayamos a las causas, según mi punto de vista, de por qué la evaluación
educativa se ve como un problema que pone de los nervios a toda la comunidad
educativa.
- La evaluación confundida con calificación
- La evaluación como una meta y no como un proceso
- La evaluación con instrumentos limitados
- La evaluación como castigo
- La evaluación como una decisión individual
Y,
ahora, veamos los argumentos para afirmar que la evaluación no es ningún
problema, que evaluar es algo que facilita y fundamenta el aprendizaje
auténtico. Para ello, me gustaría recordar varios ejemplos de cosas que pasan
en las aulas donde comparto aprendizajes con el alumnado.
En
primer lugar, lo que una alumna me comentó hace poco cuando le entregué una
rúbrica para que se autoevaluara:¡cómo me voy a poner yo la nota si el
maestro eres tu!. Y en segundo lugar, lo que otra alumna dijo cuando
después de reflexionar sobre lo que había hecho durante lo que llevábamos de trimestre: yo
ya no merezco el 10, maestro. Creo que estas dos anécdotas de aula
reflejan todo lo que evaluación es ahora mismo y, también, lo que no debería
ser, ya que se piensa y se tiene más que asumido mayoritariamente que la
evaluación es una responsabilidad exclusiva del docente y que el alumnado no
tiene ninguna responsabilidad en la valoración de SU aprendizaje. Porque no lo
olvidemos, si queremos que el alumnado aprenda de verdad debe ser responsable
de su aprendizaje, para empoderarse, para ser autónomo y competente. Y no lo es
en absoluto, por su relativa inmadurez, por la falta de hábito y, sobre todo,
por un sistema de evaluación radicalmente vertical y nada participativo.
Sin
embargo, como pasa en esas aulas donde comparto aprendizajes con el alumnado,
la evaluación cuenta, en primer lugar, con instrumentos muy variados como
rúbricas, pruebas cooperativas, juegos, actividades individuales, en pareja y
en grupo, explicaciones, creación de productos, trabajo en el aula, etc., lo
que provoca que se vaya asimilando algo que yo les digo continuamente: no
hacemos exámenes, pero nos examinamos continuamente. Además, también
usamos estrategias variadas como flipped, trabajo cooperativo y colaborativo,
cumplimiento de plazos o autoevaluación y coevaluación. De esta forma, la
evaluación se empieza a entender, porque cuesta trabajo cambiar hábitos
adquiridos que se entienden como inmutables, como un proceso y no como un
resultado, como un camino y no como una meta y, por ello, la evaluación no se
confunde con calificación, aunque administrativamente haya que ponerla, sino
que se empieza a entender como el resultado de lo realizado y aprendido durante
un tiempo determinado y de lo que ellos son responsables y, esto es muy importante,
participan. Por eso, también, la evaluación se convierte en una ayuda eficaz
para mejorar el aprendizaje y no se ve como la posibilidad de un castigo por no
hacer algo bien, sino un manera de aprender para hacerlo mejor.
Y
termino con el comentario de estas experiencias de aula con una anécdota de
ayer mismo. En mi centro se hacen desde el curso pasado exámenes comunes para
todos los niveles, (algo que me parece completamente contrario a los principios
de la educación del siglo XXI como diversidad, inclusión, personalización,
evaluación formativa, por ejemplo, pero que asumo como docente del centro) y un
alumno de 1º de ESO me comentó que cómo iban a hacer ellos un examen común “si
no habíamos dado nada”. Entonces, yo le pregunté qué era el Ecuador y me dijo:
“la línea que divide a la tierra en dos mitades” y le insistí preguntándole
cuáles eran los movimientos de la tierra, y me dijo: “rotación y darle la
vuelta al sol”, e insistí más preguntándole cuál era la cordillera que divide
Europa y Asia y, sí, me dijo, “los Urales”. Entonces entendió, entendieron, que
no quería decir “dar” sino “estudiar de memoria”. Creo que hace falta comentar
poco más.
En
definitiva, podemos concluir que la evaluación deja de ser un problema si
podemos hacer que ocurra lo siguiente:
- Hacer de la evaluación un proceso que reduzca, hasta hacerla
irrelevante, la importancia del final, de la meta.
- Hacer al alumnado responsable de su aprendizaje y, lógicamente por
eso, de su evaluación y, por tanto, también enseñarles a participar de
manera objetiva en su propia valoración y en la valoración de sus
compañeros.
- Utilizar estrategias e instrumentos muy variados de forma que el
alumnado tenga la certeza de que su evaluación es formativa, de que
aprende evaluando y evalúa aprendiendo.
Yo
estoy en ello y observo que cuando el alumnado asume el proceso, sabe que su
evaluación es para mejorar y entiende que su “nota” depende de él y no de mí,
todo es mucho más fácil y mucho menos problemático. Y sí, las familias lo
asumen también con naturalidad.
Autor:
Manuel Jesús Fernández
Fuente
del Artículo:
http://evaluaccion.es/2018/11/26/de-verdad-es-la-evaluacion-un-problema/
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