Los
propósitos clave de todo sistema de educación básica se enmarcan en la triple
inclusión: estar, aprender y participar. Es decir, la fuerza y los recursos del
Estado, el compromiso y las capacidades de los agentes educativos se orientan a
que todas y todos estén incluidos en la escuela, que aprendan lo que quieren y
necesitan y que participen activamente de su propio proceso de construcción
personal y comunitaria.
Un
sistema que reprueba tiende a excluir. La reprobación tiene un severo impacto
en la permanencia; los alumnos reprobados tienen una probabilidad mucho más
alta que sus compañeros de dejar la escuela.
Ha
causado cierto revuelo que en el Diario Oficial de la Federación, el 29 de
marzo de este año, se haya publicado el acuerdo número 11/03/19 “por el que se
establecen las normas generales para la evaluación del aprendizaje,
acreditación, promoción, regularización y certificación de los educandos de la
educación básica”. Los acuerdos secretariales son piezas normativas que
aterrizan criterios generales que la SEP, como coordinadora de todos los
sistemas escolares de la República, marca para el cumplimiento de los objetivos
de ley.
En
el artículo 11 de dicho acuerdo se establece, en la fracción I, que los grados
de la educación preescolar se acreditan (es decir, se da por cumplido el grado
y se reconoce la promoción al grado siguiente) sólo con haberse cursado, lo
mismo que los grados primero y segundo de primaria, como se indica en la
fracción II.
No
faltaron los comentarios que consideraran el asunto como una decisión a favor
de la laxitud y la irresponsabilidad de la autoridad sobre el logro escolar, o
incluso como una novedad que “dañará” el trabajo de las escuelas. Ni una cosa,
ni otra.
Está
bien documentado que el problema con la reprobación es que no está en el mejor
interés de la niñez; tal vez para alguien en la intención, pero la evidencia
muestra lo contrario. En todos los grados, pero especialmente en los iniciales,
se sientan las bases para poder aprender a lo largo de la vida. Darse por vencidos
desde el inicio, en cuanto al esfuerzo de los adultos, es un contrasentido para
el derecho a aprender.
Si
algo nos ha enseñado la pedagogía, desde Comenio y antes hasta el día de hoy,
es precisamente que no hay “problemas de aprendizaje” sino limitaciones de la
enseñanza y de la convivencia. Todo el aprendizaje es “problema” en el sentido
de que para todo ser humano hay reto en el descubrimiento del mundo y de los
otros, y exigencia para activar nuestras capacidades y llevar adelante nuestros
propósitos; ese reto cobra características específicas según la edad, género,
identidad étnica, estado de salud, contexto familiar y social de cada quien.
Nos vamos descubriendo, perteneciendo, tomando control de nuestras propias
vidas por acercamientos sucesivos, por indagación, por ensayo y error.
Si
un alumno es reprobado al inicio de su trayectoria escolar, en lugar de ser
apoyado para identificar y superar las barreras al aprendizaje y la
participación (BAP, por sus siglas) que enfrenta, el ciclo de exclusión se
exacerba. Las BAP no sólo se refieren a condiciones permanentes de discapacidad
o de talentos específicos destacados, sino a factores de nutrición, momento
emocional y por supuesto a los factores escolares y contextuales de clima de
aula, plan de estudios y estrategias homogeneizantes; vamos, las creencias de
los adultos sobre lo que pueden esperar de niñas y niños pueden ser las
primeras BAP.
La
reprobación trajo en otras épocas expulsión; si se la empareja con la
repetición, puede tratarse de una expulsión lenta o pospuesta. Pensemos; si
como reza el dicho “el principio de la locura es hacer lo mismo y esperar
resultados diferentes”, entonces nos engañamos si creemos que, en un caso en el
que no fue apropiado el proceso, repetirlo en condiciones casi idénticas es la
solución.
La
repetición está correlacionada, en sus efectos, con el abandono escolar, en los
grados repetidos o con posterioridad. No puede minimizarse el efecto de
etiquetación de la sobre-edad o la discriminación por ser señalados, como si
fuese sólo un tema de voluntad aprobar o no; la posibilidad de generar culpa o
ansiedad es muy alta, cuando lo común es falta de atención específica.
En
distintas partes del mundo se ha adoptado esta política, como ocurre en los
países escandinavos, Portugal, Francia misma. Así que no es excepcional la
medida, y de hecho, tampoco es nueva en México. Justamente un sólido estudio
empírico (Leave them kids alone! The positive effect of abolishing grade
retention on pupils’ dropout rates: Evidence from a policy change, de
Francisco Cabrera del CIDE, detalla los efectos del acuerdo 648 (vigente a
partir de agosto de 2012) en el que se abolió la reprobación de primero a
tercero de primaria. No tiene desperdicio: se muestra con fuerza que no sólo
mejoró la permanencia en grados posteriores, sino que no afectó los resultados
de aprendizaje registrados en las pruebas nacionales, con todos los ajustes
correspondientes. Es decir, no hay elementos para afirmar que dejar de lado la
reprobación “daña” el logro promedio porque los chicos que enfrentan retos más
tangibles se queden en los grados siguientes; acaban por “ponerse al paso”.
Desde
el enfoque de inclusión, esta normativa apunta a aspectos positivos; es
adecuada en tanto y en cuanto efectivamente se impulse que en cada aula se hace
el esfuerzo necesario para detectar oportunamente el ritmo de aprendizaje, se
establezcan estrategias de detección temprana de barreras al aprendizaje y la
participación de cada niña y niño, y se siga un plan para alcanzar las metas
correspondientes a lo largo del ciclo. Los profesores agradecerán esta
“descarga administrativa” de cálculos y registros, pero debe hacerse la
retroalimentación cualitativa a las familias y a los propios alumnos, de forma
continua y no “para la boleta”. Esperamos que el acuerdo se complemente con una
estrategia deliberada, práctica, accesible para que los ajustes al trabajo
grupal e individual no dejen fuera del aprendizaje y de la participación. Qué
bueno que puedan estar; ahora, hay que asegurarse que se cumpla su derecho a
que aprendan y participen.
Por: David Calderón
Fuente
del artículo: http://www.educacionfutura.org/no-repetir/
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