En los últimos días
volvió a ser materia de opinión la labor docente. En el ciclo educativo Seguimos
educando de la TV Pública, una maestra escribió una multiplicación con
números decimales, agregó un cero y llegó a un producto erróneo. Acto seguido,
corrigió la resolución. Rápidamente circularon otros errores del mismo programa
televisivo y al ritmo vertiginoso de las redes sociales el escarnio se hizo
viral y la escena escolar se tornó, como en otras ocasiones, una arena de
disputa.
Lo que a simple vista
fue una equivocación, supone otras dimensiones que van de lo pedagógico a lo
político y que tienen un
formato inédito y original: la televisación en vivo de la rutina escolar.
En este contexto de
educación virtual, vuelve el debate sobre el borramiento de los límites entre
lo privado y lo público, la frontera entre la exposición y el anonimato. La
docente desarrolla su clase frente a cámara administrando tiempo y espacio bajo
otras normas. La cadencia, la progresión de contenidos, los silencios, miradas,
y dimensiones espaciales. Las formas espacio temporarias de la escuela
presencial distan sustancialmente de las de un estudio de TV. Por dar un caso,
en la interacción del aula el único “jurado” directo es el alumnado. Quienes
corrigen, opinan o marcar un error son ellos; no la platea volátil de
televidentes y foristas. No obstante, a pesar de los furcios –lógicos de
cualquier oficio terrestre- y del carácter “ficcional” del ciclo, las docentes
de Seguimos educando siguen puliendo su didáctica y la
propuesta masiva es cada vez más “cálida”.
El todo por las partes
Del ataque ridículo a
la maestra, a la necesaria réplica por parte de docentes y especialistas.
Inclusive la descarga alusiva del Ministerio de Educación de la Nación. En
la defensa vino incluida una invitación a resignificar el “error” poniendo de
relieve su status en el método pedagógico y en consecuencia, en el proceso de
aprendizaje.
Cada vez que una
maestra falla, se pasa a revisión la idoneidad del colectivo y por efecto
transitivo, la consistencia de la formación docente.
Del otro lado,
quienes envisten contra la docente, son parte de ese fenómeno que no sucede en
otras profesiones y sí en la educativa: el todo por las partes. La crítica al
desempeño individual es siempre un tiro por elevación a la comunidad educativa,
al sistema o a las autoridades de la TV Pública. Incluso al mismo
Ministerio de Educación. Posiblemente las réplicas también se organicen en esta
lógica; hoy en defensa del “error”, ayer por la demonización de un dirigente
gremial, mañana, tal vez, cuando sindiquen de vagos – una vez más- a los
trabajadores.
Esta pluralización
trasciende el formato televisivo. Cada vez que una maestra falla, se
pasa a revisión la idoneidad del colectivo y por efecto transitivo, la
consistencia de la formación docente. Nunca está de más recordar que en el
medio está la educación de lxs más chicxs, lo cual hace más dramático el tono
de las disputas.
Sin ánimos de
autocomplacencias, resulta interesante pensar cómo se van armando las
representaciones sobre el oficio de educar según cada época.
Postales de época
Toda profesión tiene
una génesis y una narrativa. Entre las artes, el cine y la TV refuerzan el
imaginario nacional. La trama educativa nos devuelve hoy una imagen incompleta,
en progreso, que se va haciendo, que padece siempre las incontinencias del
contexto. Si miramos a la largo de la historia encontramos otras imágenes con
las que se piensa al magisterio.
La representación de
la maestra abnegada que enseña y cuida pervive hoy en la imagen nacional.
Hablamos de una tipificación de época que sigue “proyectando” un ideal y que
viene e nuestra sociedad desde la génesis sarmientina.
Esa maestra movida
por la vocación tuvo históricamente un componente “duro” relacionado a la autoridad inobjetable
del saber y otro componente “blando”, el aspecto moralizador: la segunda madre,
la señorita correcta y pasiva. Evidentemente hoy esos componentes han cambiado,
sin embargo la expectativa de un sector de la sociedad aún guarda un vínculo
con los orígenes del oficio. Si bien Seguimos educando es un
formato experimental -y por ende incomparable-
en Juvenilia (1943)
o encarnizada en la cándida Jacinta Pichimahuida, las
representaciones de cada época también tuvieron su correlato en la TV y el
cine.
La idolatración de la
“maestra normal” comienza a mutar a partir de la década del ´60. Emilio Tenti
Fanfani explica en profundidad esta transformación y se la atribuye a
la modernización de las sociedades occidentales y a la progresiva secularización
del oficio del maestro. Fanfani sostiene que sólo una visión de largo plazo
permite comprender las imágenes con que se piensa al magisterio, analizando la
saga maestro “sacerdote”, “trabajador”, “militante”.
¿Qué pasó con aquel
maestro incólume que lograba satisfacer las expectativas sociales? ¿Se
extinguió?
En los ´60 y ´70, la
escuela funciona como prisma de la ebullición política y cultural y la docencia
empieza a comprometerse -de otra forma- con lo que pasa en el país. En el
film El maestro hippie (1969), aparece bien reflejada la
tensión entre autoritarismo y cambio generacional. El profesor Montesano (Luis
Sandrini), asume un rol fundamental en esa tensión: propicia los espacios en el
ámbito educativo para que los estudiantes puedan manifestar sus ideas.
Básicamente, un maestro tradicional que incorpora prácticas rupturistas.
En Quinto año Nacional (1961) aparece más generalizada esta
tensión, pero se avizora una quiebre profundo entre el maestro recto y
el flexible.
En el marco de las
representaciones la docencia comienza a “mancharse” con otros intereses menos
académicos, y la estela inmaculada de la maestra sarmientina comienza
a ceder lugar a la maestra-trabajadora. La sindicalización del
magisterio en los años 70 vino a reconfigurar una imagen de cara a la sociedad,
donde la docencia pasó de ser la hija predilecta del Estado, a ser un trabajo.
Aquellas señoritas de blanco radiante empezaron a decepcionar a los sectores
más conservadores de nuestro país. Esta imagen de la nueva conciencia política
en el magisterio aparece calcada en La deuda interna (1988),
un film que muestra el derrotero de una escuela en plena dictadura y el
accionar del maestro.
La representación se
radicaliza en la primavera alfonsinista. Producto de la pérdida relativa de
prestigio, que tuvo como precuela el deterioro del salario y el empeoramiento
de las condiciones laborales, la docencia abandona el lugar sacrosanto y se
mezcla con las emergencias de su época. Ya desde los años 90 la imagen de la
escuela toma otra dimensión, y la militancia orgánicamente educativa se
constituye como un modelo posible de rol docente.
Hoy conviven estas
representaciones. La del “maestro politizado”, de hecho, aparece en
la serie 100 días para enamorarse (2018) donde el maestro
invita a sus alumnos de secundaria a reflexionar sobre el bullying y la
identidad de género. Sin duda una puesta en ejercicio de la ESI, guión
televisivo mediante. Como vemos, hay un universo de nuevas representaciones
docentes.
El ataque desmedido
contra la docencia, en definitiva, es un mecanismo de defensa de los sectores
más conservadores de nuestra sociedad.
¿Qué pasó entonces
con aquel maestro incólume que lograba satisfacer las expectativas sociales?
¿Se extinguió? El magisterio y las instituciones escolares, aunque esto suene
extemporáneo, aún conservan rasgos identitarios del modelo educativo de fines
del siglo XIX.
El ataque desmedido
contra la docencia, en definitiva, es un mecanismo de defensa de los sectores
más conservadores de nuestra sociedad. En ese sentido, nunca caminarás sola: siempre habrá una pluralización
de los conflictos puntuales y una arena política a la medida.
Más allá de los
matices, hay una remembranza poderosa, nostálgica y no por menos violenta, que
añora aquella maestra que solo se limitaba a enseñar y cuidar.
Por Iván
Stoikoff
Docente. Escribe sobre pedagogía y políticas
educativas
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