El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) ha marcado un punto de inflexión en la universidad española. La adopción de una docencia más activa es un principio básico de esa revolución educativa. Una docencia basada en el desarrollo de las competencias de los alumnos, utilizando una metodología de enseñanza-aprendizaje y multitud de recursos educativos tales como la los entornos virtuales de aprendizaje, Internet, bases de datos, aplicaciones informáticas, gamificación, entre otros.
Otro principio característico ha sido la movilidad
internacional de los estudiantes hacia otras universidades
extranjeras mediante el programa Erasmus, en sus diferentes versiones. Estos dos fundamentos tienen como
finalidad mejorar la empleabilidad de los egresados, quienes desarrollarán su profesión en un entorno
cada vez más dinámico y competitivo.
Además de los dos pilares que sustentan el EEES, la evolución de la
universidad española no puede entenderse sin los profundos cambios que ha
tenido la sociedad española. En general, han sido consecuencia de la
denominada revolución tecnológica de los
sistemas de información y comunicación.
Una sociedad más abierta donde los jóvenes con menos recursos pueden
también acceder a la universidad, donde la consolidación de la democracia ha
asentado la libertad de expresión en todos los ámbitos y donde la eliminación
de fronteras entre países ha hecho que personas de diferentes nacionalidades
aprendan juntas, caracterizan a una nueva universidad.
Nueva realidad: la adaptación a la docencia online
A pesar de la resistencia de algunos docentes al uso de las nuevas
tecnologías en las aulas, la pandemia del Covid-19 nos ha hecho tener que adaptarnos, en apenas unas semanas, a una nueva
realidad: las aulas universitarias online.
Alumnos y profesores han tenido que enfocar el final del curso 2019/20 en
virtual. Nuevas aplicaciones como Collaborate, Zoom, Jitsi, Google Meet,
Hanghouts, Skype… se han colado en el día a día de la universidad por
prescripción sanitaria.
Ante la opción de dar por perdido el curso, muchos docentes y alumnos
hemos hecho un sobre esfuerzo para adaptarnos a las diferentes
plataformas educativas, con la finalidad de contactar con nuestros
alumnos, hacernos presentes en la virtualidad, e impartir la docencia asignada
de la mejor manera posible.
El proceso ha sido muy complejo porque la formación previa era escasa y
la manera de interactuar alumno-profesor no es la misma que en presencial. Las
clases online requieren de adaptaciones, apoyos, y formas de utilizar el
entorno virtual de manera clara y concisa. El tiempo de preparación de las
clases y ejercicios en virtual se ha duplicado, e incluso triplicado.
Ni muchos menos es comparable a la labor que han realizado nuestros
sanitarios, que aprovecho para felicitarles por su trabajo, dedicación y
vocación. Pero también los docentes requieren de ese
reconocimiento público diario. Muchos equipos directivos,
docentes, coordinadores, vicerrectores, decanos, rectores, secretarios,
gerentes, personal de administración y servicios, están sufriendo jornadas
maratonianas de reuniones y horas de reflexión para tomar decisiones por el bien
común.
¡Mi aplauso virtual para todos ellos!
Nueva fase: cómo implementar la evaluación online
En cualquier caso, mejor o peor, el período de docencia online está a
punto de terminar y nos enfrentamos a otro reto: cómo implementar la evaluación
online en tiempos del coronavirus. Por justicia y equidad, debemos intentar que
nuestros alumnos sean evaluados correctamente.
Sin embargo, los problemas de integridad y ética se
ponen en tela de juicio. Muchos son los videos que circulan por las redes
sociales estos días en los que alumnos “aventajados” enseñan a otros sobre cómo
saber las respuestas correctas en un cuestionario a través de su código fuente.
O qué aplicaciones existen para resolver cualquier problema matemático. O cómo
hacer un ensayo de forma casi automática, con sólo meter unas palabras claves.
Ante esta nueva realidad, se nos plantea un aspecto que, a pesar de la
evolución de la enseñanza hacia las competencias en vez de hacia el contenido
del conocimiento, no ha quedado resuelto aún: ¿estamos dando clases para
desarrollar competencias y luego medimos contenidos a través de exámenes
tradicionales?
La evaluación del proceso de aprendizaje siempre ha sido un proceso
complejo (York et al., 2015), sobre todo, porque tiene una influencia muy relevante en la calidad
del proceso (Gibbs, 1992; McLean, 2018). Si no evaluamos correctamente, el aprendizaje
no será de calidad y habremos perdido mucho tiempo y recursos
para no conseguir el objetivo principal de dicho aprendizaje (Muldoon, 2012).
Principales problemáticas en la evaluación online
Muchos son los profesores que dudamos de la evaluación online: ¿será el
alumno quién realmente haga el examen? ¿será un alumno de cursos
superiores? ¿Una academia por encargo previo pago? ¿Copiará? ¿Realmente
habremos evaluado lo que el alumno ha aprendido? ¿Servirá para algo?
Hacer un examen online es complejo. Los profesores estamos teniendo que
adaptarnos, también en tiempo récord, aprendiendo a hacer cuestionarios online,
ideando formatos de preguntas tipo test o de reflexión, etc. Además, se han
preparado adendas a las fichas docentes para adaptar los criterios de
evaluación a la metodología online.
Pero, no somos policías, y no disponemos de sistemas de próctoring al
carecer de regulación que podría vulnerar los derechos de imagen de los
alumnos. Los exámenes de definiciones o conceptos podrán copiarse y pegarse.
Los ejercicios de cálculos podrán ser realizados automáticamente. Por lo tanto,
tendremos que repensar el formato del examen y basarnos
más en competencias que en la mera repetición de conceptos memorísticos.
No tendrá sentido que el alumno se haga experto en el famoso “copipeis”.
Quizás el coronovirus, como muchos pronostican, nos traerá una nueva forma de valorar las cosas. Hará que veamos
la realidad de manera diferente y no tiene por qué ser peor. Los cambios –unas
veces planificados y otras no- siempre son buenos.
En el reto está la oportunidad
Esta guerra fantasma, ante un enemigo invisible, puede hacer lo que el
EEES no ha conseguido aún: que se empiece a evaluar en base a las
competencias del alumno y no tanto en su capacidad memorística.
Preguntas que interrelacionen conceptos con rúbricas de evaluación claras,
supuestos de reflexión ante casos particulares aplicando una u otra teoría,
exámenes “open-book” donde se tenga que aplicar lo que se puede consultar sin
necesidad de aprendérselo…
Soy por naturaleza optimista y, a
pesar de todo lo negativo que nos ha traído la pandemia, que desgraciadamente
ha sido mucho, creo que también vamos encontrar aspectos positivos de esta
circunstancia excepcional.
El que los alumnos valoren las clases online y el esfuerzo diario del
profesor, a pesar de las dificultades técnicas, la falta de recursos y de
formación, ya es un avance. Si, además, ponemos nuestra creatividad y nuestro
empeño al servicio de una evaluación justa e integra, quizás también habremos
conseguido dar un paso más hacia el mejor aprendizaje posible de nuestros
alumnos. Y este pasa por realizar una correcta y adecuada evaluación de lo
aprendido en función de la capacidad y, sobre todo, del esfuerzo realizado por
cada uno.
Pasamos a otra fase: ¡suerte para todos!
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