miércoles, 3 de marzo de 2021

Evaluación en época de pandemia. (O la desaparición del sentido común)

 Hoy no podemos ir a la escuela o, por lo menos, no podemos ir a esa escuela que concebíamos hace un tiempo atrás. Esa escuela está cerrada. Esas rutinas y rituales a los que estábamos acostumbrados no existen más. En este contexto insistir con evaluar para calificar en este tiempo de pandemia resulta altamente contradictorio. 

 


La evaluación cuantitativa, la que controla, la que mide saberes solamente, no favorece aprendizajes en ninguna ocasión. Evaluar cualitativamente podría ser una opción en estos momentos. Correrse de la necesidad de colocar una “nota “, un número que supuestamente definiría el rendimiento académico del estudiante.

 

Son tiempos de alternar, de cambiar la propia perspectiva por la del otro. Pensar esperanzadamente que nuestro éxito como educadores reside en la certeza que nunca nos deja: es posible cambiar. “No puedo ser profesor si no percibo cada vez mejor que mi práctica, al no poder ser neutra, exige de mí una definición. Una toma de posición. Decisión. Ruptura. Exige de mí escoger entre esto y aquello” (Freire, P.2002) 

 

Es muy real que docentes y familias se encuentran muy exigidos, en este tiempo “pandémico”. Los docentes que poseen acceso a redes han ampliado su horario laboral. Los que trabajan con estudiantes que no tienen esa herramienta, van arbitrando los medios para que lleguen las tareas a los lugares más recónditos.

 

Ante las instrucciones que están recibiendo los colegas, de calificar numéricamente a los estudiantes, me pregunto con qué criterios se realizaría la supuesta evaluación, a quién o a quienes calificaríamos, cuando sabemos desde el sentido común, que hoy los chicos no están solos para realizar los deberes y tareas encomendadas. Resulta imperativo que docentes y directivos dialoguen constructivamente para que el hilo no se corte por lo más delgado (el estudiante, lamentablemente). Ni hablar de la ansiedad a los estudiantes y a las familias que se agrega irremediablemente cuando se menciona el vocablo “evaluación”.

 

Épocas de repensar, de cuestionar las prácticas, nuestras propias prácticas docentes y revisarlas/reformularlas si no son coherentes en este contexto. Esta premisa también es aplicable para aquellos equipos directivos que todavía no visualizan que la enseñanza cambió.

El fomento a la justicia curricular demanda construir, opciones de futuro y que el conocimiento se convierta en pieza clave para el desarrollo personal (no solamente objeto de evaluación y calificación) y mostrar amor, confianza y estima hacia los estudiantes, pues desde el terreno de la afectividad también se logra avanzar en la esfera de la equidad y el reconocimiento del otro.

 

Calificación en tiempos de excepcionalidad.

En esta instancia, resulta oportuno poner en común sentidos y funciones de la Evaluación en nuestras prácticas, y en particular en este contexto que estamos transitando.

 

En primer lugar, las controversias sobre la Evaluación, en su gran mayoría, estuvieron planteadas en torno a la evaluación sumativa, con el propósito de calificar y acreditar los aprendizajes. Se pone el foco en la evaluación sumativa, soslayando la importancia de la evaluación formativa, la que se resignifica especialmente en este entorno de enseñanza y de aprendizaje, teniendo en cuenta los desafíos que nos enfrenta el tránsito de la presencialidad a la virtualidad, dado que permite al docente, realimentar el proceso de enseñanza, introduciendo los ajustes en las actividades y adecuaciones necesarias para promover los aprendizajes en este entorno. 

 

Por ello, en este contexto, es pertinente poner en valor la evaluación formativa, por la información que puede proporcionarnos tanto de los procesos, avances y dificultades, no solo de los aprendizajes vinculados con los contenidos específicos de una unidad curricular, sino también con el uso de herramientas digitales, en tanto demandan otros procesos cognitivos, que ponen en juego, las posibilidades de desarrollar las actividades propuestas. 

 

En este sentido, resulta significativo para los estudiantes, que las propuestas de evaluación estén acompañadas por la comunicación de los criterios de evaluación, de manera explícita. 

De modo tal que, cada estudiante reconozca su punto de partida, y pueda valorar sus avances, en esto reside el sentido que le otorga Anijovich (2017) a la evaluación formativa “como una oportunidad para que el estudiante ponga en juego sus saberes, visibilice sus logros, aprenda a reconocer sus debilidades y fortalezas, y mejore sus aprendizajes.” 

 

Es fundamental, entonces ofrecer instancias de evaluación formativa que posibiliten la retroalimentación, a través de las herramientas disponibles en el aula virtual, que nos permitan a nosotros los docentes, ajustar nuestra propuesta de enseñanza; y a los estudiantes, les posibilite realizar procesos metacognitivos, reconocer sus dificultades, avances y progresos en su proceso de aprendizaje. 

 

Toda propuesta debería incluir, reiteramos, la explicitación de los criterios de evaluación, expresada en forma escrita a los estudiantes; como así también, la comunicación de los resultados obtenidos de la evaluación de las actividades planteadas.

 

Capital cultural, tareas para la casa y Didáctica de la educación virtual

La concepción de la cultura como recurso es precisamente la que propicia que esta sea concebida como un tipo de capital, es decir, como un conjunto de activos, en este caso, simbólicos, y que constituyen, a la manera de los activos económicos, una herramienta de distinción. El concepto, y todo lo que implica, fue explorado por Pierre Bourdieu, quien señala que el capital cultural comprende todas las características, actitudes, cualidades y conocimientos que garantizan el que una persona pueda ser considerada como “culta” (Bourdieu, 2011). 

 

De acuerdo la teoría del sociólogo francés, el capital cultural consiste, primeramente, en la transmisión y acumulación de experiencias, valores, saberes y actitudes (estado incorporado).

Estos significados, referidos al capital cultural, serían los que los colegas docentes deberían considerar a la hora de enviar actividades y el material didáctico a los estudiantes, en especial en nivel primario, ya que todas las madres y/o padres y/o abuelas/abuelos no poseen idéntico capital cultural para ayudar o colaborar en la resolución de dichas tareas, generando esta situación, alto grado de incertidumbre y ansiedad en el seno familiar. Ni qué decir en el nivel secundario y superior.

 

Es altamente meritoria la tarea que están realizando los colegas maestros/profesores ante esta situación. Le han puesto el cuerpo, las ganas y la creatividad. De eso no cabe ninguna duda.

Lo que no quita es que pensemos desde todos y a su vez en cada uno de los niveles y modalidades involucradas, en la instauración como política pública de una Didáctica de la Educación Virtual, que dialogue de manera realista y contextualizada con la “teoría” garantizando que dichos saberes lleguen democráticamente a todo el universo de docentes y no sólo a unos cuantos… (pocos). 

 

Resulta muy notoria la gran brecha formativa en estos nuevos roles, estos nuevos modos de ser docente. Determinan la necesidad de nuevas competencias. Pero que lleguen de una forma curricularmente justa. Estos nuevos roles, no son tan nuevos, y las nuevas competencias vienen siendo necesarias desde hace demasiado tiempo, las circunstancias de hoy, las ponen sobre la mesa.

 

Cuarentena, plataformas virtuales y justicia curricular

La justicia curricular puede ser entendida como el diseño y desarrollo de estrategias educativas diversificadas que operen con base en principios de equidad, en aras de reconocer las diferencias e incluso las dificultades en el aprendizaje y ofrecer apoyos específicos al estudiantado, de manera especial a aquellos grupos o sectores de la población marginados y excluidos.

 

Se plantea hoy día, un nuevo reto al campo educativo que debiese avizorar la justicia curricular. Dicho reto se desprende del necesario y vital acceso a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), lo cual brindaría un terreno inicial de igualdad. 

 

Sin embargo y allanado el acceso a estas tecnologías, encontramos un problema de segundo orden: su articulación con el aprendizaje y la promoción de capacidades de largo alcance que desplieguen procesos reflexivos, creativos y de innovación. 

 

Cuando el uso de las herramientas tecnológicas está orientado a la búsqueda, selección y decodificación de la información; la integración y conexión creativa de saberes que desplieguen variadas interpretaciones; el trabajo colaborativo en torno a experiencias y situaciones que confrontan a los estudiantes con los problemas de su comunidad se favorece no sólo la apropiación de las herramientas, sino la articulación de la escuela con los entornos donde se desarrollan los propios estudiantes y la comunidad (de ubicación urbano marginal y /o rural ) en su conjunto.

 

Así, la justicia curricular relacionada con el acceso y uso de la tecnología implica incorporar las TIC a los ámbitos hogareños, por la cuarentena decretada, y promover que los estudiantes se apropien de las herramientas en aras de desplegar capacidades cognitivas e interpersonales orientadas a la construcción del conocimiento. El reto radica en garantizar el acceso a las tecnologías y también al conocimiento y al aprendizaje con igualdad y equidad.

 

El fomento a la justicia curricular demanda construir, junto con los estudiantes, opciones de futuro y que el conocimiento se convierta en pieza clave para el desarrollo personal; y mostrar amor, confianza y estima hacia los estudiantes, pues desde el terreno de la afectividad también se logra avanzar en la esfera de la equidad y el reconocimiento del otro.

 

La justicia en el ámbito curricular implica el derecho a aprender de todos, en especial de aquellos grupos o sectores de la población marginados y excluidos. Al centrar la justicia curricular en el derecho a aprender, surgen una serie de cuestionamientos: ¿Cómo promover aprendizajes significativos y relevantes en entornos sociales y culturales marcados por la desigualdad? ¿De qué manera garantizar que la “tarea” llegue a los más recónditos lugares de nuestras provincias, donde no existe dispositivo, ni posibilidad de conexión?

 

Una pieza de este rompecabezas es la evaluación formativa y la retroalimentación cuidadosa y sensata. Esto saca tiempo a los docentes y habrá que saber ponerlo en juego sin desesperar, con pautas ordenadas y eficaces. Se recomienda establecer hitos visibles y claros, en lo posible de uno o dos meses enteros: fechas de entrega y de corrección. Pocas cosas, pero valiosas y viables.

 

 Y corregirlas con una devolución, aunque sea breve pero rápida, porque este mecanismo genera acompañamiento. Los alumnos necesitan una mirada, un seguimiento, alguien que les toque con su mano el hombro mientras hacen su tarea. Esa mirada, comprensiva como nunca se ha dado, llena de aliento y de afecto, es la que les permite reconstruir un camino y sortear obstáculos que en muchos casos requerirán una redefinición del esfuerzo por aprender. 

 

La evaluación formativa puede completarse con un modelo de portafolio, donde los alumnos vayan depositando/mandando sus trabajos y sus proyectos.

 

Ya no está el aula física, ni el grupo clase presente, ni la docencia regulada por un espacio tiempo, ni los rituales del aprendizaje. No sabemos bien cuántos alumnos están conectados y cómo siguen aprendiendo. No sabemos cuánto tiempo durará esto ni los grados de temor y ansiedad que viven los alumnos y sus familias. En este nuevo mundo hay que reclasificar lo que se puede enseñar y aprender. 

 

Es un tiempo de diseño didáctico. En tiempos “normales” un buen docente era aquel que, además de muchos otros atributos, era un buen conductor de orquesta. Era aquel que manejaba bien los grupos, la interacción, la dinámica del aula. En la pandemia esas destrezas quedan en el olvido (salvo para conducir reuniones virtuales, un saber también bastante específico). Cobra más valor la capacidad de diseño didáctico. Es un momento para pensar y hacer buenas propuestas de aprendizaje, que tengan en cuenta los saberes previos de los estudiantes y sus condiciones actuales. 

 

El resultado final ya no podrá ser una nota ni una vara que se basa en una ficción de igualdad y en una serie de parámetros curriculares que ya no están ahí. Parece más adecuado a este contexto elaborar un informe cualitativo individual de devolución al alumno para que sienta que valió la pena el esfuerzo, para situar qué aprendió, cuáles fueron sus fortalezas y debilidades, creando un panorama general que permita retomar su trayecto el año próximo. 

 

La pandemia nos empuja a juntar las piezas y armar una serie de propuestas nuevas que puedan accionar, sabiéndose extremadamente limitadas, en este contexto. No debería caerse en la trampa de las actividades sueltas, ni las rutinas atrapadas en la vieja armonía escolar. Es clave priorizar el currículum: en cantidad, en calidad y en la producción de sentido. Debemos elegir las batallas, saber balancear aquello que más valor tiene en nuestro programa curricular. Y a partir de allí repensar el valor de la evaluación. Y su sentido. Sobre todo

 

 

 

Por Lic. Patricia E. Ojeda. Corrientes. Argentina. Comunidad de Educadores de la Red Iberoamericana de Docentes

Fuente

http://formacionib.org/noticias/?Evaluacion-en-epoca-de-pandemia-O-la-desaparicion-del-sentido-comun

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