jueves, 21 de julio de 2011

Dos formas de entender la evaluación

¿Cuál es la función de la evaluación? ¿Cuál debe ser? Creo que es necesaria esta reflexión, y la respuesta adaptarla a cada contexto. Evaluación como función social, de acreditación, o como función pedagógica, mejorar ¿Que priorizar? Las siguientes reflexiones de Antonio Bolivar nos pueden ayudar.


Dos formas (“culturas”) de entender la evaluación
Antonio Bolívar
(Universidad de Granada)
            Simplificando un tanto, podemos decir –como, por otra parte, se ha destacado por muy diversos autores (Coll y otros, 2000; Moreno Olivos, 1999)– que hay dos grandes formas de entender la evaluación, que suponen distintos modos (“culturas”) de conducir las prácticas docentes en este terreno, y que –en último extremo– responden a prioridades y lógicas de fondo diferentes a la hora de evaluar. Además, ambas coexisten (y, más grave, tienen que coexistir), con distinto grado de prioridad, según niveles o enfoques más renovadores o tradicionales de la enseñanza. A una función pedagógica (mejora de los procesos de enseñanza-aprendizaje) se superpone una función social (acreditación social del nivel de capacitación alcanzado). El problema es conjugarlas debidamente, primando la primera sobre la segunda.

La cultura de la evaluación como “examen” que acredita los conocimientos adquiridos
            Es la función tradicional de la evaluación, fuertemente asentada para profesores y alumnos, porque –además– forma parte de la gramática básica de la escuela que tiene, entre otras funciones, acreditar conocimientos y grados. La evaluación es control del conocimiento adquirido, de los aprendizajes de los alumnos, que deben ser “acreditados” (mostrados) en el acto de evaluación. Como tal, es una actividad separada del proceso de enseñanza. El asunto es cómo medir o evaluar bien (“objetivamente”), constatar el grado en que los estudiantes han aprendido. En suma, es lo que se ha dado en llamar la evaluación como “control”(curiosamente los alumnos suelen decir: “hoy tengo un control”) o evaluación “sumativa”. La diversidad no suele ser tenida en cuenta, en cuanto que se exige a todos los alumnos llegar al mismo nivel.

            Las críticas recibidas son conocidas, en especial en la medida que promueve aprendizajes como acumulación (y reproducción) de conocimientos. Además, no forma parte del propio proceso de enseñanza, es un acto final, con escasas posibilidades de retroacción. Suele practicarse por ello en momentos aislados, en un cierto “corte” de los procesos normales de enseñanza. En cualquier caso, bajo la pretendida “objetividad” se ocultan otros supuestos, normalmente no cuestionados, como es la subordinación de la función educativa a la función social de acreditación de conocimientos, fabricando al excelencia escolar, que diría Perronoud. Y la piedra de toque es que escasamente contribuye a mejorar el proceso de enseñanza.
           
La cultura de la evaluación “alternativa” con una función didáctica
            La evaluación como el contexto que genera y provee información sobre los procesos de enseñanza. En este caso se transforma la evaluación en instrumento de conocimiento y en una base para la toma de decisiones de carácter didáctico o educativo. Se privilegia la obtención de la información sobre la calificación. “Desde esta perspectiva, dicen unas autoras (Camilloni y otras, 1998: 12), la evaluación sería tema periférico para informar respecto de los aprendizajes de los estudiantes, pero central para que el docente pueda recapacitar respecto de su propuesta de enseñanza”.

            En esta función didáctica alternativa, por ejemplo, el error es tan relevante como los aciertos, en la medida a que revela las representaciones de los alumnos o la incidencia de la enseñanza, o las dificultades para la adquisición o comprensión. En la primera, el error refleja que no lo aprendido, en la segunda sirve como índice sobre donde y cómo incidir para el aprendizaje. En fin, un tanto radicalmente, jugando con los términos, se podría decir que en la primera se enseña para evaluar, en la forma alternativa se trataría de evaluar para enseñar mejor. “El juicio de valor resultante  –comentan Coll y otros (2000: 115)– versa pues en este caso sobre el desarrollo mismo del proceso educativo y debe ser útil, en principio, tanto para ayudar al profesor a tomar decisiones que le permitan mejorar su actividad docente, como para ayudar a los alumnos a mejorar su actividad de aprendizaje”.  Podemos recoger, de modo sumario, las diferencias en  el Cuadro adjunto.

La evaluación como “examen”                                           
Concepto                Control del conocimiento adquirido, para calificar a los alumnos
Función                  Función social: Acreditar socialmente los conocimientos. Sumativa.
Lugar                      Separada (final) del proceso de enseñanza
Diversidad              No logra un tratamiento diferenciado
Lema                      “Enseñar para evaluar después”

La evaluación “alternativa”
Concepto                Obtener información sobre procesos para toma de decisiones
Función                  Función didáctica: Mejorar los procesos de enseñanza. Formativa
Lugar                      Integrada en el proceso de enseñanza
Diversidad              Modo de atender la diversidad
Lema                      “Evaluar para enseñar mejor”

            Sin embargo, como apuntaba, ambas funciones (social de acreditación y didáctica de mejora) coexisten y tienen que coexistir  en la práctica docente. De ahí la tensión permanente que suele vivir el profesorado en sus prácticas docentes. El problema, más bien, es que la función sumativa de control anule la formativa de mejora, privando del carácter propiamente educativo que debía tener. Valorar lo que los alumnos han aprendido (en sentido amplio) es relevante, la cuestión es si sólo se queda en constatar/acreditar, o –en su lugar– es uno de los índices privilegiados sobre el valor de los procesos de enseñanza puestos en juego. La evaluación sumativa, que constata lo que han aprendido los alumnos, puede estar al servicio de fines formativos, en la medida que sirva de base para toma de decisiones oportunas. Además, como dicen las autoras citadas (Camilloni y otras, 1998: 103):

            «Es innegable reconocer el valor de la evaluación que centra la mirada en la comprensión de los procesos de aprendizaje articulando desde allí su propuesta de enseñanza, pero esto no implica un menosprecio por la acreditación, y ni siquiera pensar que una propuesta excluye la otra, ya que el hacerlo implicaría desconocer que la enseñanza es una práctica social y que como tal le corresponde la legitimación de conocimientos».

            Además, como se ha resaltado, evaluar es valorar, por lo que cambiar prácticas evaluadoras implica un cambio previo en los valores últimos que deciden nuestras prácticas. Lo que sucede es que, si no queremos ser ingenuos, dicho cambio no se limita al profesorado, debe ser también social. Y socialmente la escuela debe acreditar conocimientos en distintos grados.


Extraído de
LA MEJORA DE LOS PROCESOS DE EVALUACIÓN
Antonio Bolívar
(Universidad de Granada)

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