Un asunto que suscita
posiciones encontradas se refiere a la relación existente entre evaluación y mejora.
Algunos evaluadores consideran que su función consiste básicamente en examinar cuidadosamente
la realidad que analizan, aplicar métodos y técnicas apropiados para profundizar
en ella y ofrecer una descripción y una valoración ajustadas de su situación y estado.
Para quienes así piensan, ese es el núcleo de su tarea y ahí acaba su función.
Para otro grupo de
evaluadores, en cambio, su actuación no puede desligarse del objetivo último de
mejorar la realidad que evalúan. Consideran que la evaluación supone una intervención
enérgica, e incluso en ocasiones algo agresiva, ya que busca qué hay debajo de la
primera apariencia de las cosas, se pregunta acerca de cuáles son las dinámicas
establecidas y la posición de los distintos actores y emite juicios de valor sobre
el funcionamiento o los logros de un programa, una institución o un sistema. Por
consiguiente, consideran que la contrapartida a esa intervención consiste en comprometerse
con la mejora. Obviamente ,
lo normal (y lo más razonable) es que no le corresponda al evaluador tomar las decisiones
pertinentes tras la evaluación, pero es distinto desarrollar la tarea evaluadora
poniendo el final del proceso en la entrega del informe de evaluación o en la interacción
con quienes deben decidir, por ejemplo.
La posición adoptada
al respecto por el evaluador depende en ocasiones del tipo de evaluación que se
aborde. No es lo mismo evaluar un programa educativo o una institución escolar que
valorar el rendimiento global de los estudiantes de una región o el funcionamiento
de un sistema educativo. Mientras que en unos casos la implicación es muy cercana
y directa con los actores educativos, en otros es una relación mediada, generalmente
a través de los administradores o los responsables políticos. Pero, en uno y otro
caso, son muchos los evaluadores que consideran que la evaluación debe tener en
cuenta la vertiente de la mejora si no quiere quedarse en un simple, aunque sea
valioso e interesante, ejercicio analítico.
Es necesario, no obstante,
clarificar esta posición, dejando claro que con ella no se trata de defender la
participación directa y explícita de los evaluadores en la toma de decisiones. Por
muchos motivos conviene separar ambos procesos y distinguir nítidamente a los responsables
de una y otra actuación, pero ello no quiere decir que el evaluador se desentienda
de la interpretación que se hace de sus resultados o de las aplicaciones que se
realizan de la evaluación para influir sobre la realidad.
Desde este punto de
vista, conviene también subrayar que la evaluación no debe pretender dar orientaciones
precisas para la toma de decisiones. De hecho, algunos evaluadores se lamentan de
que sus conclusiones no son suficientemente tenidas en cuenta a esos efectos. Se
trata de una queja derivada de un equívoco, que consiste en pensar que la evaluación
debe servir de guía de actuación o, como se dice hoy, de hoja de ruta para el cambio.
No obstante, los evaluadores tienden más bien en la actualidad a defender el uso
iluminativo de la evaluación.
De acuerdo con la misma, la evaluación no tendría como función
única o principal la de ofrecer elementos para la toma de decisiones, sino que también
cumpliría un papel importante contribuyendo a mejorar el conocimiento de los procesos
educativos y arrojando luz sobre los mismos.
Autor
Evaluación y cambio
educativo: los debates actuales sobre las ventajas y los riesgos de la evaluaciónAlejandro Tiana
En
Avances y desafíos en la evaluación educativa
Elena Martín
Felipe Martínez Rizo
Coordinadores
Metas Educativas 2021
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