Desde la certeza del estratégico papel que puede cumplir la evaluación en
la consecución de una verdadera educación para la Justicia Social , es
evidente que difícilmente podremos aspirar a una educación para la Justicia Social si
no contamos con un sistema y mecanismos de evaluación que sean coherentes con
esos principios. Sin pretender ser exhaustivos, queremos señalar algunos
elementos que deberían tenerse en cuenta:
Una evaluación
justa para todos los estudiantes
Quizás el primer elemento irrenunciable de una educación para
Esto supone hacer posible el tránsito desde sistemas de evaluación diseñados
para la mayoría de los estudiantes, hacia sistemas que asuman y sean capaces de
dar cuenta de la diversidad y heterogeneidad de los niños, niñas y jóvenes, en
tanto colectivos con identidades, lenguas, universos simbólicos, recursos y
necesidades propias. De esta forma, una evaluación para la Justicia Social
requiere, como primera medida, analizar y reflejar el desarrollo, aprendizajes
y desempeños de mujeres y hombres, con diferentes capacidades, pero iguales en
derechos; de estudiantes de distintos niveles socioeconómicos, provenientes de
variados contextos y zonas geográficas; de niños, niñas y jóvenes
pertenecientes a diversos grupos étnicos o inmigrantes, entre otros, para así
poder dar mayor relevancia y pertinencia a la educación que estos grupos y
colectivos necesitan.
Hablamos de una perspectiva evaluativa capaz de hacer emerger lo diverso
y distinto de los estudiantes para, desde allí, emitir juicios válidos y pertinentes
respecto de lo que ellos logran en su proceso educativo, tanto como de los
factores o condiciones que lo explican. Desde este enfoque, le atañe a la
evaluación responder, por ejemplo, por el tipo y relevancia de las capacidades
y competencias que la escuela consigue desarrollar en las diversas poblaciones estudiantiles,
por el aporte que tiene la enseñanza a partir de la lengua materna, en la
adquisición de habilidades y capacidades en la comunicación oral y escrita de la
lengua dominante o, por las implicancias de la educación en el desarrollo
socio-afectivo o la convivencia democrática de sus comunidades y estudiantes.
En otras palabras, la evaluación ha de contribuir a la mejora de los
niveles de inclusión de la educación, facilitando la construcción de
estrategias para que todos y todas puedan desarrollarse plenamente a partir de
sus capacidades, saberes previos, intereses y necesidades. La justicia educativa
-lo que implica su calidad- también se deberá medir por la capacidad de los
sistemas escolares de incorporar y potenciar a todos los niños, niñas y
jóvenes. Un rol importante de la evaluación es visibilizar cuanto esto no ocurre,
dando cuenta de actos, sistemas, procesos y resultados injustos.
Evaluación del
desarrollo integral de los estudiantes
Como se ha señalado, una educación en y para
Hay consenso en aceptar que es importante dar cuenta de los logros de
los estudiantes en términos de la posibilidad de expresar y comunicarse,
acceder y usar la información, desarrollar el pensamiento lógico, explorar y
explicar fenómenos, entre otras facultades que se potencian con la enseñanza de
la lengua y la
matemática. Pero es igualmente relevante analizar y emitir juicios
fundados respecto del aporte de la educación al desarrollo de actitudes,
disposiciones y comportamientos relacionados con el conocimiento de sí mismo,
las emociones propias y de los demás, las normas y principios que orientan una
buena comunicación y crean relaciones de convivencia armónicas y propositivas.
En esta mirada integral han de estar presentes con igual fuerza, los principios
y criterios ofrecidos y adquiridos para la toma de decisiones que tienen que
ver con respuestas éticas que hacen posible el respeto y valoración por el otro
y la diversidad, así como la capacidad de proyectar y promover una sociedad
justa e inclusiva.
Hay dos aspectos a considerar en este desafío para la evaluación: por un
lado, la necesaria consideración de todas las dimensiones implicadas en el
desarrollo integral de los sujetos; y, por otro, su abordaje en tanto dimensiones
completamente interrelacionadas, que se nutren y se construyen en un permanente
diálogo. La evaluación tiene gran poder en orientar y presionar a los sistemas,
escuelas y actores en función de aquello que será evaluado. Efectivamente, uno
de los efectos perversos de la evaluación es que parece que sólo es importante aquello
que se evalúa, de tal forma que muchos docentes están centrando la formación en
la enseñanza de las Matemáticas o la Lengua, olvidando que el desarrollo
socio-efectivo y ético es tan importante como el cognitivo y de hecho lo
favorece.
Por su parte, aun cuando la escuela no pretende ni organiza la enseñanza
y el aprendizaje de estas dimensiones, como sí lo hace con los saberes
formales, siempre incide y las afecta significativamente, siendo muy poco lo
que se sabe al respecto. De esta manera, las consecuencias que la educación y
la escuela tienen en estas dimensiones quedan sumergidas o ignoradas y por
consiguiente, no se conoce qué es lo que ella debe mejorar para realmente
desarrollar integralmente a los sujetos.
Evaluar el grado de
compromiso e implicación de los estudiantes con la Justicia Social.
Aunque sería posible incorporar este elemento en lo anterior, sería
preciso abordar específicamente el estudio del compromiso de cada uno de los
estudiantes en la consecución de una sociedad más justa y democrática. Se trata
de ver hasta qué grado los y las estudiantes son verdaderamente agentes de cambio
social, puesto que con sus actitudes y acciones contribuirán a transformar la
sociedad cuando sean adultos. Importa por ejemplo, dar cuenta del grado de
adhesión de los estudiantes a los principios democráticos, al respeto y promoción
de los derechos humanos, tanto como de su preparación y capacidad para
reconocer hechos y situaciones injustas, al tiempo que asumir roles y
responsabilidad para aportar en su disminución. En otras palabras, la
evaluación que necesitamos, ha de mirar más allá de lo que pasa con el estudiante
en la escuela, para situarlo en la sociedad, en tanto ciudadano en igualdad de
derechos, pero al mismo tiempo, comprometido con
Evaluar la
participación
De mayor complejidad, pero sin duda también de enorme relevancia, está
la prioridad de las escuelas para promover y acrecentar la participación de su
comunidad, especialmente de los estudiantes y sus familias, ya no tan sólo por
sus positivos efectos en los aprendizajes y trayectorias escolares, sino por su
incidencia en el desarrollo y formación de ciudadanos. Tal como lo hemos
comentado, una educación para promover el desarrollo de sociedades más justas,
democráticas e inclusivas debe tener escuelas que formen para convivir y construir
con otros. La participación, sus formas, tipos de intercambios y propósitos
aparecen con un lugar prioritario y estratégico en una educación de ciudadanos.
La evaluación que la acompañe va a necesitar transitar por espacios menos visibles,
muchas veces propios de la subjetividad de los actores, para apropiarse de
dinámicas, reglas, condiciones y limitaciones que la podrán potenciar y hacer
emerger.
Evaluar los
desempeños de los estudiantes desde la realidad de sus escuelas.
Existe consenso en considerar a la escuela en su conjunto como el centro
de la actividad educativa formal a la hora de evaluar lo alcanzado por los
niños y niñas en su proceso. Sin embargo, la evaluación de los logros o
aprendizajes de los estudiantes difícilmente se enmarcan y analizan en relación
con las características y condiciones de la práctica docente, con los recursos
disponibles, con el acceso y uso de tecnologías, con el clima de la escuela y
el aula, o con las expectativas que sobre ellos manifiesten docentes y
directivos, entre otros. Por ello, si se quiere avanzar en justicia, los
sistemas de evaluación deben considerar la escuela en su integralidad y
complejidad pedagógica, social y cultural, como el espacio que mejor
información puede proporcionar respecto de la eficacia, eficiencia, pertinencia,
relevancia y equidad de la educación que están recibiendo los niños, las niñas
y los jóvenes.
La equidad se inicia y se desarrolla en el aula y en la escuela. En
consecuencia, se requiere contar con docentes justos y competentes, así como directivos
atentos y preocupados por el desempeño de los profesores y su consecuencia en
los avances y resultados de los estudiantes. La calidad y equidad educativas
requieren de una convicción profunda de que todos los niños y las niñas pueden
aprender y tienen el derecho de recibir los recursos, la orientación y apoyos
pedagógicos necesarios para lograrlo y desarrollarse integralmente.
Evaluar la escuela en su conjunto favorece la comprensión de un
micro-espacio público en el que se refleja y proyecta la sociedad a partir de
realidades y contextos específicos, y en el que las acciones educativas y sus consecuencias
adquieren una trascendencia relevante para orientar el desarrollo de la sociedad
que se quiere alcanzar. Así, la evaluación de centros escolares que informa al
sistema y reingresa los resultados a las propias escuelas y a las comunidades
educativas contribuye al fortalecimiento y apoyo del sistema educativo, como a
las propias instituciones escolares. Ello permite que se articulen y atiendan adecuadamente
necesidades de poblaciones muy diversas, desiguales y heterogéneas,
entregándoles los elementos que les permitan instalar las condiciones para que
cada niño, niña y adolescente obtenga aprendizajes significativos, mejore sus
rendimientos y se incorpore y aporte como ciudadano pleno a la sociedad.
Extraído de
Evaluación Educativa para Autores
F. Javier Murillo, Marcela Román y Reyes Hernández Castilla
En
Revista Iberoamericana de Evaluación Educativa 2011 - Volumen 4, Número 1
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