La evaluación formativa es un proceso
sistemático para obtener evidencia continua acerca del aprendizaje. Los datos
son usados para identificar el nivel de aprendizaje real del alumno y adaptar
la clase para ayudarle a alcanzar las metas de aprendizaje deseadas. En la
evaluación formativa, los alumnos son participantes activos con sus profesores,
comparten metas de aprendizaje y entienden cómo progresan, cuáles son los
siguientes pasos que necesitan dar y cómo darlos.
De acuerdo con Heritage, la evaluación
formativa incluye una variedad de estrategias para obtener evidencia, la cual
puede ser categorizada en tres amplios tipos: evaluación
al vuelo, evaluación planeada para la interacción, y evaluación enclavada en el
currículum.
Evaluación al vuelo.
Esta evaluación ocurre espontáneamente
durante una clase. Por ejemplo, una profesora escucha las discusiones de un
grupo, oye a los alumnos expresar sus ideas equivocadas acerca de un concepto
científico que ha estado enseñando. Entonces cambia la dirección de su clase
para dar una explicación rápida e "inesperada". La clase inesperada
le permite a la profesora aclarar las ideas equivocadas antes de continuar con
su secuencia de clase prevista.
Evaluación planeada para la interacción.
En este tipo de evaluación los profesores
deciden de antemano cómo aclarar las ideas de los alumnos durante
Evaluación enclavada en el currículo.
Hay dos tipos de evaluaciones insertas en el
currículo, aquéllas que los diseñadores del currículo establecieron para
solicitar retroalimentación en los puntos clave en una secuencia de
aprendizaje, y aquéllas que son parte de las actividades continuas de aula. Por
ejemplo, las representaciones matemáticas de un alumno creadas durante las
clases pueden funcionar como evaluaciones formativas, como también pueden serlo
los cuadernos de ciencias, que son parte de las actividades de aula regulares
de los alumnos.
Fortalezas de la evaluación formativa
Como lúcidamente ha señalado Santos Guerra,
una evaluación que no educa a quienes participan de ella debería ser llamada de
cualquier otra forma, menos evaluación educativa. En sentido estricto, la
verdadera evaluación siempre será formativa, por ello este apartado está
dedicado a analizar las posibilidades que ofrece la evaluación formativa para
enriquecer la enseñanza, pero sobre todo, el aprendizaje de los alumnos.
Por evaluación formativa debemos entender
aquélla que ayuda a crecer y a desarrollarse intelectual, afectiva, moral y
socialmente al individuo. La evaluación formativa representa una de las
herramientas más poderosas de que dispone un profesor que pretende potenciar el
logro de aprendizaje de sus alumnos. Los profesores pueden emplear la
evaluación formativa para identificar la comprensión que el alumno tiene acerca
de un determinado tema; clarificar el progreso de su aprendizaje; desencadenar
un efectivo sistema de intervención para apoyar a los aprendices que se
esfuerzan; informar y mejorar las prácticas de enseñanza; ayudar a los alumnos
a seguir su propio progreso hacia el logro de los objetivos y motivarlos para
construir confianza en sí mismos como aprendices; estimular un proceso de
mejora continua y así, conducir a una transformación de la escuela.
Para que un sistema de evaluación sea
verdaderamente productivo debe proveer diferentes tipos de información a varios
tomadores de decisiones, en diferentes formas y en diferentes momentos. A nivel
de aula, los alumnos, los profesores, y algunas veces los padres, necesitan
información acerca del progreso del aprendizaje y evidencia continua del lugar
que el aprendiz ocupa en esa progresión.
La evaluación formativa debe brindar una
respuesta acerca de dónde está ubicado un alumno en su aprendizaje, no una vez
al año o cada pocas semanas, sino continuamente, mientras el aprendizaje está
sucediendo. Las evaluaciones de aula efectivas clarifican en cada trayecto los
apoyos necesarios para que el alumno pueda lograr cada objetivo planteado.
Esta atención personalizada no significa que
se tenga que diseñar una evaluación única para cada alumno o para cada aula.
Aunque la realidad diaria de toma de decisiones requerirá algunas evaluaciones
únicas, en este nivel la evaluación también puede desarrollarse y emplearse en
las aulas para identificar y ayudar a los alumnos que se esfuerzan por
aprender.
Para que la evaluación pueda tener un impacto
positivo en el aprendizaje de los alumnos, su propósito y sus resultados
necesitan ser comprendidos por ellos en la forma en que los profesores desean.
Mucha de la retroalimentación de la evaluación es incomprendida, o simplemente
no comprendida por todos, además de desmoralizante y desmotivante. Como
resultado, la energía y el tiempo que los profesores invierten en esto, a
menudo son desperdiciados o contraproducentes.
En Australia y Nueva Zelanda la práctica y el
conocimiento de la evaluación por parte de los profesores ha mejorado
significativamente en los últimos años, a través de su inclusión en las
actividades de evaluación nacional que han sido introducidas en esos países. La
lección que podemos extraer de estas experiencias es que mucho de lo que
sucede, al final, depende de los profesores. En estos países también se ha
demostrado que los mejores docentes son aquéllos que tienen fuertes creencias
en la equidad, la libertad y la justicia; así como aquéllos que están
preparados para ajustar su práctica en un esfuerzo por satisfacer las
necesidades educativas de todos los alumnos (no sólo de los
tradicionales ganadores).
En este sentido, en el contexto de los países
occidentales avanzados se menciona que los profesores en la mayoría de los
sistemas educativos han mostrado su deseo y su capacidad para cambiar y
desarrollarse en relación a la evaluación, cuando son provistos con una fuerte
política de liderazgo y buenas oportunidades de desarrollo profesional.
Extraído de
La cultura de la evaluación y la mejora de la
escuelaAutor
Tiburcio Moreno Olivos
Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 1.