En pocos temas sobre Educación hay tanta unanimidad, como en la necesidad de Evaluar ¿Qué evaluar? Todo, incluído el propio currículum. También se generan otras preguntas ¿Para qué evaluar? ¿Qué obstáculos se observan en las prácticas evaluativas? ¿Es la evaluación una forma de investigar?
Entender que evaluar el currículum y las instituciones
educativas es comenzar a mejorarlas, es un punto de partida importante que
implica tratar de sacar a la evaluación del lugar del “control” en el que
tradicionalmente se la había ubicado, para considerarla como un insumo
imprescindible para iniciar procesos de mejoramiento de la calidad educativa.
Resulta pertinente señalar la distancia en que hoy se
encuentra el nivel del “discurso acerca de la evaluación”, del nivel de “las
prácticas de la evaluación”: entre la riqueza de uno y la pobreza del otro. En
el pensamiento y las prácticas evaluativas educativas, existe confusión en
cuanto a las concepciones, funciones, objetos y metodologías de evaluación.
Dentro del campo de la evaluación educativa, la evaluación
curricular es seguramente la de menor desarrollo, tanto desde la teoría como
desde la práctica. Esto
está en relación con la corta historia del campo del currículum y al mismo
tiempo, con el rápido desarrollo de nuevas teorías que permiten realizar otras
miradas sobre él, poniendo en cuestión las concepciones tradicionales ligadas
al enfoque instrumental y técnico, que fuera hegemónico por mucho tiempo.
Muestra del aun escaso desarrollo del tema de la evaluación
curricular lo constituye el hecho de la difusa bibliografía específica con la
que se cuenta y la reducida difusión de experiencias realizadas, que en general
son por otro lado, acotadas y poco sistematizadas. Se trata por lo general de
proyectos generados en determinadas instituciones u organismos, que no han
circulado suficientemente en los ámbitos académicos para su análisis y posible
generación de nuevos proyectos. Cabe destacar que en muchos casos el tema de la
evaluación curricular se encuentra trabajado dentro de lo que se llama
evaluación institucional, con lo que pierde en especificidad e importancia.
Si bien el discurso pedagógico actual, y especialmente la
producción teórica del campo curricular, muestran avances y cambios profundos
de gran riqueza que nos han llevado a plantear una concepción curricular -y por
lo tanto de la evaluación desde una perspectiva comprensiva, “en la práctica en las aulas la evaluación
evidencia una servidumbre al servicio de otras políticas y de otras ideas:
selección, jerarquización, control de conducta, etc.” (J. G. Sacristán).
Se puede decir, que si bien la cuestión de la revisión del
currículum no es nueva para las instituciones educativas, esta revisión no
incluye, por lo general, una crítica de los supuestos básicos ni la
consideración del currículum de manera global. El interés por la evaluación
curricular ha aumentado como consecuencia de nuevas ideas que cobran fuerza en
el discurso pedagógico actual, tales como la mayor autonomía y responsabilidad
social de estas instituciones; la preocupación por buscar mayor coherencia y
eficacia en su funcionamiento y resultados; el desarrollo profesional del
profesorado. Todas estas cuestiones están ligadas al problema de la necesaria
mejora de las prácticas de enseñanza y por lo tanto a la mejora de la calidad
de la educación.
Sin embargo, no se puede desconocer que los procesos de
mejora suelen encontrar diversos obstáculos en su concreción. Los aspectos que
se han detectado como de mayor importancia en estos procesos, son precisamente:
la estructura de la organización institucional, el papel del director y los
valores y actitudes de sus profesores. De allí que sea fundamental que los
profesores puedan considerarse como verdaderos profesionales, capaces de
indagar acerca de sus propias prácticas, construir proyectos, realizarlos y
evaluarlos. Esto les permite sentir que tienen la posibilidad de control ar los
procesos y ser responsables de ellos.
Comenzar a pensar en la evaluación curricular no es más que
pensar en uno de los aspectos propios del currículum concebido como proceso,
como proyecto a realizar en la práctica en determinadas condiciones, ya sean
éstas contextuales más globales e institucionales particulares. Esto nos lleva
a proponer la evaluación curricular como continua y situada, de modo tal que
permita abordar al currículum en su dinamismo propio, atendiendo sus aspectos
cambiantes y a sus múltiples adaptaciones a los diferentes contextos.
Si la evaluación es una cuestión intrínseca al proceso
curricular, es claro que las concepciones acerca de ella y de las formas de
llevarla a cabo, tendrán que ser coherentes y consistentes con la concepción
curricular de la que se parta y concrete todo el proceso curricular, su diseño,
su desarrollo, seguimiento y evaluación. Es por ello que planteamos la
necesidad de planificar y desarrollar un proceso de evaluación curricular que
permita abarcar tanto al diseño como a su desarrollo o puesta en práctica y sus
resultados. La necesidad de contar con un marco teórico claro acerca de la
evaluación curricular y una metodología consecuente, está en relación con
evitar caer en el hecho de ubicar a la evaluación dentro de concepciones y
parámetros de tipo eficientista, centrando la atención sólo en los aspectos
internos, olvidando los planteamientos fundantes y los aspectos sociales.
Una cuestión central es entonces la de poder determinar con
claridad, en primer lugar, el objeto a ser evaluado. Desde las distintas
discriminaciones conceptuales realizadas en el interior del campo curricular,
corresponde realizar en principio, una primera diferenciación en relación con
objeto a evaluar referida al Diseño Curricular como documento, concebido como
norma, y el Currículum real o implementado, concebido como práctica. Si bien
existen diferencias de enfoque entre ambos modos de conceptualizar al
currículum, las posiciones no son contrapuestas, sino complementarias; por lo
tanto los procesos y resultados de la evaluación de uno de los tipos de currículum
mencionado, repercutirá en la evaluación del otro.
Una vez determinado el objeto a evaluar, aparece una segunda
cuestión a tener en cuenta, es la referida a quiénes y cómo se va a evaluar.
Las respuestas que pueden darse a estos dos interrogantes tienen también que
ver con concepciones y enfoques teóricos metodológicos diferentes.
Las posiciones actuales tienden a considerar a la evaluación
como un proceso de investigación, pero que se diferencia de otras
investigaciones, en tanto la investigación con fines evaluativos posee
objetivos que le son propios, que tienen que ver con la toma de decisiones en
relación con cambios a producirse como consecuencia de los resultados
obtenidos. Los objetivos pueden ser muy concretos, tales como aquellos referidos
a la reflexión sobre las propias prácticas, su mejora y ajustes de acuerdo con
las finalidades perseguidas y los problemas que se puedan haber presentado en
la concreción de las actividades curriculares. En este sentido es propio hablar
entonces de la investigación evaluativa y más aun se pude considerarla como
investigación acción evaluativa, desde la perspectiva participativa y
colaborativa.
Resulta interesante el planteo de un trabajo evaluativo
basado en la puesta en práctica de procesos de investigación participativa,
colaborativa, que indudablemente coloca al docente en un lugar profesional que
le es nuevo, que tiene que ver con su revalorización como tal y lo lleva a
encarar el cumplimiento de sus funciones desde una perspectiva más amplia y
comprometida, que implica el trabajo en equipo.
Esta posición no niega ni excluye la posibilidad de
realización de la llamada evaluación externa, realizada por agentes externos a
las instituciones cuyo currículum va a ser objeto de evaluación, convocados con
fines específicos, teniendo en cuenta su formación y competencias en este tipo
de tareas.
La evaluación externa, puede a su vez, ser entendida de dos
maneras e instancias diferentes:
a) La realizada con el aporte de un agente externo convocado
por la propia institución a ser evaluada, en cuyo caso su actuación implicará
compenetrarse con las intenciones institucionales y establecer en un marco de
coincidencias básicas para el desarrollo del proceso evaluativo, brindando su
asesoramiento en la conducción del proceso, ofreciendo otra mirada, con menor
grado de implicancia en el funcionamiento institucional y curricular, que podrá
ser contrastada con los datos e interpretaciones de los protagonistas directos.
Sin embargo, no podemos dejar de señalar que el papel del evaluador externo
puede ser interpretado de distintas maneras provocando situaciones no exentas
de conflictos, dependiendo de la concepción curricular y de gestión
institucional de la que se parta. Si se pretende sostener una concepción
curricular crítico social que requiere una gestión institucional democrática y
participativa, con espacios de reflexión y construcción colectiva, es indudable
que una de las funciones básicas del evaluador externo será la de generar
confianza en los actores institucionales, orientar los procesos reflexivos
evaluativos, producir acuerdos y crear estrategias de cambio.
b) La evaluación externa como responsabilidad de los
organismos del Estado, con fines de seguimiento y control de procesos
educativos que ofrezcan información acerca de su calidad y eficacia. En este
caso se está hablando de la evaluación como proceso de Rendición de cuentas,
ligado al compromiso de brindar información a los organismos responsables de la
educación y a la sociedad en su conjunto.
Ambas instancias de evaluación externa, si bien pueden tener
objetivos y formas diferentes de trabajo, no son contrapuestas, sino que muy
por el contrario es posible que se complementen y enriquezcan mutuamente.
Extraído de
Fundamentos en humanidades
Universidad Nacional de San Luis
Año II - N° 2 (4/2001) / pp. 101 - 122
Evaluación curricular
Autora
Marta Brovelli
Universidad Nacional de Rosario