La evaluación de
centros, interna o externa, es una exigencia para la mejora permanente de los
sistemas educativos y de los centros docentes. En este marco ¿Qué rol le
compete a la supervisión educativa? ¿Cuál es la función de esta evaluación? ¿Qué
aportes puede hacer para entrar en el camino de la Calidad Educativa?
La evaluación de centros, interna o externa, es una exigencia
para la mejora permanente de los sistemas educativos y de los centros docentes.
La importancia de la evaluación radica en ser un medio para mejorar los
centros, incrementar su eficacia y, en último término, lograr una educación de
calidad. Podríamos afirmar que la eficacia y especialmente la calidad son las
razones fundamentales que justifican los procesos de evaluación.
Es evidente que la calidad de la enseñanza no depende de una
sola variable, sino de la adecuada combinación y equilibrio de los numerosos y
diversos elementos que actúan en los procesos educativos. Para alcanzar este
equilibrio es necesario, por un lado definir indicadores que permitan conocer
la realidad, reunir datos, interpretarlos y valorarlos conforme a criterios
establecidos, y, por otro lado, evaluar el funcionamiento de nuestro sistema
educativo en sus diferentes ámbitos de actuación y toma de decisiones.
Es necesario, desde la supervisión educativa hacer operativo
un modelo de evaluación de la
calidad. Este modelo se basa en los conceptos de eficacia,
eficiencia y funcionalidad como dimensiones básicas de la calidad, que se
entiende fundamentalmente como coherencia entre los elementos que la definen.
La evaluación se concibe como un proceso que provoca, a
través del conocimiento y el contraste, la mejor comprensión de los centros
educativos y de la práctica que en ellos se realiza, y que procura el
enriquecimiento de la capacidad de conocer, valorar y proponer de cuantos
participan en los procesos y actuaciones que abarcan dicha práctica, desde su
diseño y planificación, hasta su desarrollo, aplicación y reformulación.
La evaluación así entendida se dirige a diagnosticar los
problemas internos de los centros y a desarrollar la capacidad que tienen para
resolverlos. Es una evaluación facilitadora del cambio educativo en la medida
en que promueve estrategias de reflexión que conducen a la mejora de la
organización y el funcionamiento de los procesos.
Esta evaluación implica en cada centro no sólo a los
inspectores de educación como agentes responsables inmediatos de impulsarla y
llevarla a cabo, sino también y ante todo, a las comunidades educativas como
principales actores de un proceso que presupone una reflexión valorativa y
sistemática sobre su particular realidad, sobre sus logros y dificultades,
necesaria para que sea posible formular y asumir propuestas de mejora que
buscan alcanzar mayores cotas de calidad en el desarrollo y el resultado de la
actividad educativa, que garanticen una educación de calidad para todo el
alumnado.
Entre los criterios de calidad más comúnmente aceptados se
suele destacar la capacidad de la institución escolar para favorecer al máximo
el desarrollo personal de sus alumnos y alumnas; para adaptarse a las
peculiaridades, intereses y ritmos de aprendizaje de éstos; para responder a
las demandas de una sociedad democrática, compleja y tecnificada; para
compensar las desigualdades sociales, culturales o de cualquier otra índole; y
para preparar a los estudiantes para la inserción en la vida activa y en el
desempeño de responsabilidades sociales y profesionales, contribuyendo así a la
construcción de una sociedad más justa y solidaria.
La evaluación es el medio para comprobar la eficacia del
sistema educativo, analizar el rendimiento del mismo, averiguar si la
organización adoptada es la más conveniente y la que produce mejores
resultados, y orientar la toma de las decisiones que permitan introducir las
modificaciones más adecuadas para conseguir su mejora.
La autoevaluación institucional ha venido articulándose cada
vez más como el elemento central de la evaluación orientada hacia la mejora. Se trata de un
proceso evaluativo que se inicia en el propio centro, que se realiza por los
propios profesionales que actúan en él, con el objetivo de comprender y mejorar
la práctica escolar. Sin embargo, en la autoevaluación también pueden
intervenir agentes externos para facilitar el proceso de reflexión y modular
las interpretaciones desde el interior.
Dentro del marco integral de la evaluación del sistema
educativo, la evaluación de los centros docentes es una necesidad que se
manifiesta con fuerza en todos los niveles educativos.
La evaluación basada en el centro no es sinónimo de
evaluación interna, ni tampoco antónimo de evaluación externa, sino de una
combinación de ambas, pues la evaluación necesita de las aportaciones tanto de
una como de otra. Los centros deben apoyarse fundamentalmente en la
autoevaluación, pero también necesitan demostrar sus méritos; esto no se
consigue sólo con la evaluación interna; sin algún elemento de la evaluación
externa es probable que surjan críticas y demandas de rendición de cuentas. Sin
embargo, parece claro que la evaluación basada en el centro, orientada para
mejorarlo, debe apoyarse prioritariamente en la evaluación interna, aunque se
sugiere siempre complementarla con cierta evaluación externa, como una evaluación
colaborativa.
Aunque la necesidad de la evaluación de los centros es
proclamada tanto por los expertos en educación como por la Administración
educativa, la realidad muestra que su concreción en la práctica es una
actividad ocasional, asistemática y dispersa, cuando no inexistente, llamando
la atención el hecho de que, hasta ahora, los centros docentes no hayan sido
evaluados de una manera rigurosa; ni desde dentro, para comprobar el resultado
de su actividad y mejorar la toma de decisiones; ni desde fuera para ver si
cumplen el compromiso social y educativo que la sociedad les encomienda.
Si la evaluación de los centros docentes es necesaria para
la Administración, pues a través de ella consigue conocer en qué medida se
están logrando las metas previstas por el sistema educativo y cómo contribuye
el funcionamiento del mismo en su conjunto a la mejora de la enseñanza, también
lo es para los propios centros, ya que la información que proporciona permite
conocer en qué medida los objetivos que han formulado responden a las
necesidades educativas de sus alumnos, cómo su organización y su funcionamiento
contribuyen a alcanzarlos y si los resultados conseguidos responden a las
finalidades propuestas.
El reto de mejorar cualitativamente la enseñanza que se imparte
en unos centros con mayores cotas de autonomía curricular, organizativa y de
gestión, junto al legítimo derecho de los usuarios de la educación a conocer el
grado de consecución de los objetivos propuestos, convierte la evaluación de
los centros docentes en una necesidad ineludible.
Teóricos de la evaluación la reducen a dos grandes bloques,
los que enfatizan los resultados y los que enfatizan los procesos internos, y
aunque dicen que este agrupamiento puede resultar algo reduccionista, resulta
útil, sobre todo ante la dicotomía de planteamientos de orientación sumativa y
formativa, y para captar las diferencias entre la investigación centrada en la
eficacia escolar y la centrada en su mejora.
La evaluación de los centros ha de ser un proceso mucho más
rico y complejo que el mero control de los resultados alcanzados por los
alumnos en su proceso de aprendizaje y que no se ha de limitar únicamente a
este campo, sino que se extiende a todo el proceso de enseñanza-aprendizaje en
sí, a la actividad docente, a la participación de los diferentes sectores que
conforman la comunidad educativa del centro y a sus estructuras de organización
y funcionamiento.
La evaluación de los centros deberá cumplir, de manera
simultánea, funciones de control, rendimiento de cuentas, motivación, formación
y apoyo al conocimiento. La evaluación es un proceso reflexivo, sistemático y
riguroso de indagación para la toma de decisiones sobre la realidad, que
atiende a su contexto, considerando tanto lo explícito como lo implícito. Se
trata, por tanto, de encontrar y aplicar técnicas e instrumentos rigurosos y
precisos para obtener una información que sea objetiva y de calidad, útil y
descriptiva.
También es importante destacar la finalidad formativa que
debe tener la evaluación, en cuanto que tiene que servir para perfeccionar el
proceso docente y para intervenir de manera efectiva en la mejora de las
instituciones escolares, pues la validez del proceso de evaluación reside
fundamentalmente en su utilidad para detectar los problemas y los aciertos de
las propias instituciones, así como en su capacidad para ayudar a todos los
implicados a ser conscientes de ellos y poderlos superar.
Por todo ello, la evaluación de centros debe ser,
fundamentalmente, una evaluación formativa, en la que los inspectores e
inspectoras de educación, como agentes evaluadores, actuarán e informarán a los
implicados en ella, sobre los aspectos positivos detectados así como sobre
aquellos que requieran una revisión para su adecuación y mejora, propiciando la
participación de todos los sectores de la comunidad escolar en el proceso
evaluador.
Se debe potenciar los procedimientos de evaluación y auto
evaluación interna en los centros docentes, así como la utilidad de contrastar,
con los mismos centros, los diagnósticos y valoraciones realizadas por la
inspección, en la línea de ir construyendo una cultura de la evaluación que
vaya impregnando la organización y el funcionamiento normal de los centros.
Conseguir centros eficaces es uno de los objetivos de la
política educativa de muchos países como elemento esencial de calidad. En este
marco la evaluación de centros representa un medio para un fin: lograr centros eficaces
y de calidad a través de un sistema que nos permita controlar, valorar y tomar
decisiones en un proceso continuo y sistemático que facilite un desarrollo
progresivo en el logro de los objetivos.
Asistimos a un proceso generalizado de evaluación, que
trasciende el ámbito de los aprendizajes, en muchos países y a distintos
niveles. Aunque los aprendizajes siguen ocupando un papel prioritario con
nuevas alternativas y avances producidos por las aportaciones metodológicas
vinculadas a la medida, se amplía el campo de evaluación abarcando sistemas,
resultados, procesos, práctica docente, profesorado, centros educativos, etc.
Existe una gran diversidad de modelos, metodologías,
procedimientos, instrumentos y, en definitiva, recursos técnicos que permiten
realizar procesos de evaluación más o menos comprehensivos para el
conocimiento, control y mejora racional de los mismos.
Consideramos, no obstante, la necesidad de que estos
procesos se universalicen, para lo cual es preciso generar y extender una cultura
evaluativa entre los miembros de la comunidad educativa que enfatice por encima
de todo el carácter formativo de la misma y contribuya a reducir la resistencia
a estos procesos. En este sentido, deberían promoverse los procesos de
autoevaluación de los centros, en los que la comunidad educativa debe tener una
clara implicación, de manera que las decisiones puedan tener un efecto positivo
para la mejora y el cambio en el propio centro y, a largo plazo, en la eficacia
del sistema educativo.
Se deberían analizar los enfoques modélicos de uso más
habitual en la práctica de la evaluación de centros, clasificados en las
perspectivas de resultados escolares, procesos internos y realidad estructural
y funcional de los centros, mejora institucional, y metaevaluación; así como la
aproximación al concepto de eficacia en educación como "valor
añadido" (El valor añadido sería la medida del incremento del rendimiento
de un estudiante, producida por el efecto de la escuela, una vez eliminada la
influencia de las características de entrada (background) del mismo)
La calidad, preocupación de todos, se relaciona con la eficacia. Los
programas de mejora de los centros van dirigidos a plantear reformas
específicas que afectan a la organización general del centro y orientados al
desarrollo de aquellas variables o elementos del centro que han mostrado
sistemáticamente su relación con eficacia (liderazgo, expectativas del
profesor, implicación de los padres en las tareas educativas, etc.).
Los modelos de evaluación de instituciones escolares
centrados en sus resultados, se entroncan de manera directa en el movimiento
investigativo de las escuelas eficaces y, como es lógico, tienen los mismos
soportes metodológicos, tomando como referente básico los objetivos del centro
y su nivel de consecución.
Los modelos procesuales permiten identificar la relevancia
de variables como liderazgo, disciplina y control de los estudiantes,
expectativas sobre el rendimiento, tiempo de aprendizaje, etc., y las
interacciones entre ellas como influyentes en los logros escolares.
Otra gran perspectiva evaluadora es la que se apoya en el
análisis interno de la organización, de sus estructuras de funcionamiento y de
la satisfacción de sus miembros, sobre la hipótesis de que una situación
favorable desde esta perspectiva incide en la calidad y en el éxito de la organización. Estas
características nos parecen seguir teniendo interés para valorar la calidad
organizativa y funcional de un centro educativo.
El cambio, la innovación, la reforma y la mejora
institucional la entendemos como uno de los objetivos básicos en la
investigación evaluativa sobre centros educativos en el momento presente.
Sea cual sea el enfoque modélico que se tome, la evaluación
de centros educativos, es una tarea compleja, sobre todo en la práctica, por
razones técnicas, presiones ambientales, falta de evaluadores cualificados y
dificultades de lograr la colaboración y participación necesarias.
Nos encontramos con una falta de actualización formativa de
los directivos de centros educativos en materia de sistemas de evaluación.
Se debería potenciar
la permanente renovación de las técnicas de gestión organizativa necesarias
para desarrollar la función directiva con eficacia y de acuerdo a las nuevas
demandas sociales y educativas.
El personal de los centros debe entender que evaluar es un
proceso sistemático y técnicamente riguroso, y no intuitivo, para el que se
necesita preparación.
Concluyendo, la evaluación del centro debe tener tanto la
función formativa como la sumativa, proporcionando información para la
planificación y el perfeccionamiento, así como para la certificación y la
rendición de cuentas, proporcionando juicios de valor a partir de diversos
criterios sobre distintos aspectos del centro.
La inspección juega un papel preponderante tanto en la
evaluación interna como externa de los centros, en el ejercicio de las
funciones encomendadas (asesorar, supervisar, evaluar), siendo un elemento
clave para estimular los procesos de evaluación y lograr que sea una acción
educativa habitual.
JOSÉ IGNACIO SÁNCHEZ PÉREZ.
Inspector de Educación de la Dirección de Área Territorial
de Madrid-Sur. Leganés. Madrid.