- Salvo casos absolutamente excepcionales, la
promoción automática será este curso la norma. La medida ha levantado
ampollas en un país donde la cultura de la repetición está muy arraigada.
Una inercia que no han logrado contrarrestar ni la evidencia empírica en
contra ni sucesivas leyes educativas. Analizamos las dinámicas de uno de
los fósiles más resistentes del sistema español.
Ni siquiera las anomalías
provocadas por el virus han bajado de los altares a la repetición. Un recurso
del que abusa España, según lleva décadas advirtiendo la práctica unanimidad de
analistas y organismos, de aquí y de fuera. Aunque la tendencia es a la baja,
cerca de un tercio de chavales españoles sigue repitiendo en su paso por la
enseñanza obligatoria.
La ministra Celáa ha asegurado
que la promoción automática será este curso la “norma”. Y amplios sectores
vaticinan catástrofes: drástica caída de nivel, motivación en los huesos,
muerte anunciada de la exigencia. Cunde el pánico cuando el Ministerio se ha
limitado a recordar lo que ya estipularon sucesivas leyes educativas: repetir
ha de ser la excepción que confirme la regla. El rasgar de vestiduras resulta
ilustrativo del abismo entre legislación y realidad.
“Hay también un divorcio entre
comunidad educativa y expertos, se nos ve como bichos raros. Es muy difícil
luchar contra una práctica que goza de tanto consenso”, explica José Saturnino Martínez García, profesor en la
Universidad de La Laguna (Islas Canarias) y especialista en Sociología de la
Educación. “Está muy arraigada entre profesores, familias y alumnos. Se asume
que es la mejor forma de luchar contra las dificultades”, añade.
Martínez García desglosa cómo
esta reputación se asienta en una especie de patrulla que, arguyen sus
defensores, mantiene el orden escolar: “El poli bueno es la supuesta
oportunidad que se brinda al alumno de aprender lo no aprendido; el poli malo,
el castigo, tan temido por los estudiantes, que la convierte en una herramienta
disciplinadora fácil para el centro y los padres”.
Esa mezcla entre oportunidad y
castigo debería servir, en teoría, para enmendar trayectorias erráticas. Más
tiempo para el estudiante que realmente arrastra problemas de aprendizaje. Un
zarandeo motivador para aquel que no se esfuerza lo suficiente. Argumentos que
a priori cobran sentido. Y que un sólido cúmulo de investigaciones se ha
encargado de echar por tierra. El estigma del repetidor, el shock que
le provoca ser arrancado de cuajo de su grupo de pares y su consiguiente
autopercepción negativa se conjugan para anular los supuestos beneficios.
En su repositorio de evidencias
científicas, EduCaixa reserva un apartado especial para la polémica medida. El
meta-análisis se antoja concluyente: repetir no ayuda al alumno y resulta
tremendamente caro para el sistema.
El investigador de la Universidad
de Barcelona, Álvaro Choi, advierte del coste económico para el país más allá
del año extra de escolarización: “Al reducir las posibilidades de éxito del
alumno, es probable que tenga más problemas para incorporarse al mercado
laboral”.
¿Huevo o gallina?
Martínez García y Choi admiten
que los estudios sobre repetición siempre topan con un obstáculo casi
insalvable. Nunca sabremos qué tal le hubiera ido al alumno de no haber
repetido. Un déficit de información que nos sumerge de lleno en las incógnitas
del huevo y la gallina o, según la jerga sociológica, la causalidad inversa.
¿Miles de repetidores engrosan las listas del fracaso escolar porque son (y
hubieran sido en cualquier caso) malos estudiantes? ¿No pasar de curso acentúa
el problema? ¿Crea uno nuevo? ¿Desengancha sin remisión del sistema por un
tropiezo puntual?
Para resolver con absoluto rigor
estas dudas, apunta Martínez García, habría que “plantear diseños
experimentales, con dos grupos de alumnos parecidos y que uno repita y el otro
no”. Al no ser viable, continúa Choi, “las evidencias más robustas se han
servido de técnicas cuasi-experimentales que miden la evolución de los
repetidores a medio-largo plazo”. Y aquí sí hay certezas. Tras repetir, los
alumnos que no pasan de curso (vistos en promedio) pierden fuelle y se
descuelgan aún más de su grupo de edad.
En artículos e informes, la
tradición suele aparecer como factor repelente ante las razones de la ciencia.
Junto a Francia, Portugal y Bélgica, nuestro país conforma el frente repetidor
en la Unión Europea. Al otro lado, los países escandinavos y el Reino Unido,
donde la medida se aplica de forma marginal. “La legislación española es muy
parecida a la de Dinamarca, pero allí casi nadie repite”, apunta Martínez
García. Pero, incluso al cruzar nuestras fronteras norte y oeste, la inercia
cultural está sucumbiendo a su propia ineficacia. Un reciente documento del
Consejo Escolar anima a España a seguir el ejemplo de Francia y Portugal, que
están metiendo tijera a sus índices de repetición a un ritmo trepidante.
También se cita con frecuencia la
exigencia desmedida del sistema español. Un vistazo a PISA ayuda a comprender
lo alto que situamos el listón para pasar de curso. Los repetidores españoles
puntúan sistemáticamente mejor que la media OCDE. En otros países, muchos de
ellos seguirían en el curso que les corresponde por edad.
Desde una óptica estructural,
algunos vinculan la alegría con que los centros prescriben la repetición con el
exceso de rigidez de nuestro sistema. La prevalencia de metodologías transmisivas
abraza un modelo de evaluación pétreo. Currículos milimétricos dejan escaso
margen para la atención personalizada. La uniformidad criba al estudiante
heterodoxo. Desmontar este engranaje “contradice la naturaleza centenaria de
nuestro sistema, requiere un cambio de mentalidad enorme en la gestión del
aula”, sostiene Martínez García. Como punto de partida, habría que replantearse
“qué se espera del alumno”, añade Choi.
Aun así, la cultura de la
repetición no goza del mismo predicamento en todas las CCAA. Castilla y León
supera al País Vasco en PISA, pero su porcentaje de repetidores (en la media
nacional del 30%) dobla al de Euskadi. Hay incluso diferencias notables dentro
de una misma región. “Haciendo lo mismo, en un centro repetirás y en otro no”,
asevera Choi.
Refuerzo
gratis contra la brecha
Flexibilizar los aprendizajes
figura en casi todas las recetas para atajar las cifras de no promocionados.
“Tendríamos que poder acoger en un mismo aula a alumnos con diferentes niveles
de conocimiento. Superar el enfoque reglamentista y los temarios enciclopédicos
que imponen un mismo ritmo para todos. Esto requiere más formación docente,
ratios menores y profesores de refuerzo. Resulta caro, pero quizá no tanto si
tenemos en cuenta el ahorro en el coste de la repetición”, explica Martínez
García.
El binomio detección precoz/apoyo
extra -ante todo frente a desfases importantes en conocimientos
imprescindibles- ofrece una alternativa a escala individual. Choi defiende
centrar la acción en Lengua y Matemáticas con una “tutorización dentro o fuera
del centro, y ayudas económicas si fuera necesario”. Este investigador apuesta
además por relanzar el papel de la orientación, “tan dañada desde la crisis”.
De nuevo, el equilibrio financiero llegaría al no tener que prolongar
forzosamente el tiempo de escolarización.
La posibilidad de clases de
refuerzo subvencionadas para el alumno más vulnerable enlaza con la brecha
social que acompaña a la repetición. Esta se ceba con los entornos
desfavorecidos, donde la mitad de estudiantes no promociona al menos un curso.
El factor segregación explicaría en buena medida por qué los alumnos de la
pública repiten el doble que los de la privada, concertada o no.
A los escollos socioeconómicos de
origen, se une una capacidad de respuesta escasamente equitativa cuando las
cosas se tuercen. “Si el hijo no va bien en la escuela, las familias mejor
situadas, sobre todo en cuanto a capital cultural, pueden compensar apoyando en
el hogar, con academias o profesores particulares e, incluso, negociando con el
propio centro”, asegura Martínez Díaz.
Choi menciona programas masivos
de refuerzo en los guetos de Baltimore y Chicago que en su momento cosecharon
“buenos resultados”. Con la repetición metida en el gran saco de
excepcionalidad que ahora rige nuestras vidas, cuando el mismo acceso a la
educación es una quimera para tantos alumnos, quizá sea el momento.
por
Rodrigo Santodomingo
Fuente
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