Hay razones pedagógicas y de equidad que justifican la aplicación de
esta medida excepcional en una situación igualmente excepcional.
El aprobado general suscita bastante consenso en la educación
obligatoria, aunque se hable de promoción automática de curso o de no suspender
a nadie -que viene a ser lo mismo- y bastante oposición en el bachillerato, la
selectividad y la enseñanza universitaria. Los posicionamientos son lógicamente
distintos en función de la visión educativa que se tenga y del menor o mayor
compromiso para transformarla. Se echa en falta, no obstante, un debate en
profundidad sobre el sentido y la trascendencia de esta medida. Abundan más las
meras declaraciones que las argumentaciones, y algunas de estas son de escasa
consistencia. Veamos un par de ejemplos recientes, en boca de dos destacadas
autoridades educativas.
La primera afirma que eso del aprobado general es algo antiguo y
obsoleto y que lo que toca es hablar de evaluación continua. Ambas opciones no
son necesariamente antagónicas sino que pueden ser complementarias, pero
conviene recordar que, al menos en España, la evaluación continua la introduce
el franquismo mediante la Ley General de Educación de 1970, mientras que el
aprobado general se plantea y se logra parcialmente en el curso 1974-75, como
resultado de las luchas del movimiento estudiantil y del profesorado no
universitario para conseguir su estabilidad.
Bien es verdad que sobre la evaluación continua existen las más
variadas versiones tradicionales, tecnocráticas y renovadoras, aunque
también lo es que, sobre todo cuando el alumnado alcanza la enseñanza
secundaria y la universitaria, salvo excepciones, se impone el examen puro y
duro, y que la cantidad de trabajos individuales y grupales que se realizan
-algunos ciertamente interesantes- adquieren un peso menor y/o están sujetos a
la aprobación de las pruebas parciales y finales.
La segunda declaración, circunscrita a la universidad, se muestra muy
crítica respecto a la posibilidad de aplicar un aprobado general a todos los
estudiantes, porque sostiene que sería muy injusto para los que “se están
esforzando mucho” por continuar adquiriendo conocimientos en esta situación.
Quizás también sería justo considerar que habría que ser solidario con aquellos
que a pesar de intentar esforzarse -¡cómo vamos a evaluar esto con precisión a
distancia!- son incapaces de hacerlo debido a una serie de condicionamientos
tecnológicos, emocionales y familiares. Pero, más allá de estas consideraciones
éticas, conviene precisar dos cuestiones.
La primera es que el aprobado general no significa que todo el
alumnado vaya a obtener esta misma calificación, pues habrá que tener en
cuenta la que obtuvieron anteriormente durante el período presencial y, además,
también podrán realizar una serie de trabajos para mejorar la nota final.
La segunda es que el aprobado general no significa que se da el
curso por terminado, sino que se pueden y se deben planificar actividades
no evaluables pero sumamente atractivas que pueden enganchar al alumnado -en
absoluto banales y de mero entretenimiento-, que disciplinan su mente,
promueven la cooperación y conectan con la realidad y con las experiencias que
están viviendo. Actividades, en suma, que desarrollan contendidos altamente
significativos y sustanciosos. Más adelante ilustraremos esta propuesta con
algunos ejemplos.
El mensaje -y pienso que tanto estudiantes como familias lo pueden
entender, pues durante este confinamiento están dando pruebas de gran madurez-
es que todo esto que aprendan ahora les va a ser extraordinariamente útil para
cuando regresen a las aulas en septiembre, durante lo que podría calificarse de
trimestre puente o de transición entre los dos cursos. En síntesis, no
se opta por una evaluación del aprendizaje actual sino por una evaluación para
el aprendizaje de futuro. Y, esto, obviamente, supone un cambio radical
respecto a la educación convencional, en la teoría y en la práctica.
La reivindicación del aprobado general conlleva, por tanto, una actitud
de protesta y de impugnación del sistema educativo actual. Este es el
propósito que nos movió a cuatro colegas a publicar hace un par de semanas en
estas mismas páginas el “Manifiesto por otra educación en tiempos de crisis. 25
propuestas”, en el que, entre otros puntos, se destaca la obsesión burocrática
por las notas, las calificaciones y los resultados y no por la permanencia de
los aprendizajes que sirven para una vida digna. En esta línea quisiera
enfatizar dos de las razones que nos llevan a considerar esta medida de la promoción
automática o del aprobado general –tanto monta- aplicable a todas las etapas
educativas, con algunas excepciones relativas a las pruebas específicas de
acceso a la universidad o a la realización de algún tipo de prácticas que
tendrán que hacerse más adelante. La primera razón tiene que ver con la equidad
y la segunda con el modelo pedagógico.
A nadie se le escapa, y se ha argumentado de mil maneras, que las
desigualdades sociales y educativas se acrecientan en situaciones difíciles,
excepcionales y prolongadas como la del actual confinamiento, hasta
que no sea posible el retorno a las aulas. Tiene que ver con la brecha digital:
con la dificultad de disponer de las herramientas tecnológicas, de conexión
suficiente, de saberlas usar adecuadamente, de tenerlas que compartir con otras
personas,.. Pero con ser esto relevante hay otros aspectos tanto o más
determinantes como son las condiciones de habitabilidad, el clima familiar
debido a incertidumbres y problemas económicos, laborales o de salud que
padecen y al capital cultural de los padres y madres a la hora de apoyarles en
la realización de cualquier tarea, orientarles en una lectura o un visionado o
ayudarles a comprender la situación que están viviendo. Precisamente el
alumnado con más dificultades es el que más necesita la escuela presencial,
porque es allí donde encuentra la atención para poder progresar a partir sus
necesidades específicas Y si el temario sigue, como si nada hubiera ocurrido,
con inflación de deberes, aún se descuelga más. Vaya, que en estos casos es
cuando la hipotética enseñanza online menos sirve para
sustituir la escuela. Puesto que no se dan las mismas condiciones entre el
alumnado no nos parece adecuado, ni por razones éticas ni pedagógicas, hacer
ningún tipo de evaluación al uso, salvo que sea para mejorar la nota.
Respecto a las razones pedagógicas, en esta misma publicación se han
dado a conocer, durante este periodo excepcional, materiales y experiencias de
carácter renovador muy creativas y rigurosas que ponen en el centro el valor
del proceso de enseñanza para desarrollar las diversas dimensiones de la
inteligencia y para observar, conocer e interpretar mejor la realidad más
próxima y lejana. En ellas también se trabaja, atendiendo a las distintas
etapas evolutivas, la autonomía, el pensamiento concreto y abstracto, la
colaboración y una serie de valores como la solidaridad, la ayuda mutua, el
respeto y la justicia social. Los tres ejemplos que cuento a continuación
quizás pueden ayudar a comprender mejor esta nueva -o no tan nueva- pedagogía
que promueve una educación con sentido.
El primero es el proyecto “Investiguemos en casa”, promovido por
el Foro Otra Escuela-Red IRES de Sevilla, con la participación de profesorado
de universidad y de primaria, y estudiantes de prácticas de Magisterio para
diseñar y experimentar secuencias de actividades investigativas, conjuntamente
con alumnos y familias. Se trabajan centros de interés relacionados con los
aparatos técnicos de la casa, el cocinado y la conservación de alimentos, las
instalaciones de agua, luz y gas, el arte en la casa, las edades de las
personas, las macetas y los animales domésticos, los tipos de viviendas, los
virus humanos, la economía de la familia en momentos del coronavirus, por qué
estamos encerrados,…
El segundo se inscribe en la filosofía de los proyectos de
trabajo donde se indaga en torno a esta pandemia integrando la saberes
de distintas disciplinas: salud, ciencia, historia, geografía, economía,
matemáticas, lenguaje,… Así, se van compartiendo distintas preguntas e
interrogantes sobre lo que se quiere conocer, se bucea en relatos y novelas
históricas que cuentan otras epidemias, se consulta en un atlas los países
donde se originó el coronavirus y los más afectados, se manejan datos sobre su
evolución, se comentan algunas noticias de prensa, se localizan músicas y
poesías, se toman fotografías y se filma el nuevo aspecto de la ciudad o del
campo, se recogen voces de los diversos protagonistas implicados, se barajan
soluciones para afrontar la pandemia, se piensa en el futuro tras el
confinamiento: ¿en qué cambiará la sociedad y nuestras vidas cuando regresemos
a las aulas? La conversación se va enriqueciendo con nuevas preguntas,
hipótesis y conversaciones. Y, al final, se construye un relato conjunto.
El tercero, nace de la iniciativa “ApSdesdecasa”, una invitación a
realizar proyectos de Aprendizaje Servicio -que alterna la
formación con el servicio a la comunidad- durante la situación de crisis
provocada por el Covid-19. Se confeccionan mascarillas, se escriben cartas y se
hacen dibujos para el personal sanitario, se leen textos a la gente mayor por
vídeo o teléfono, se organizan actividades musicales y lúdicas entre balcones,…
Se trata de cultivar valores como el de la solidaridad, la responsabilidad y la
ayuda mutua con el fin de estrechar vínculos entre el vecindario y cohesionar
la comunidad. Se brindan, así, infinitas posibilidades de enriquecer
cotidianamente la educación para la ciudadanía.
Dejemos de evaluar nuevos temas impartidos durante el confinamiento, y
pongamos toda nuestra energía en desarrollar un nuevo aprendizaje que a buen
seguro va a fortalecer los estudios del alumnado de cualquier nivel educativo
cuando regresen a las aulas. Esta obsesión por las pruebas y calificaciones ya
la cuestionó hace siglo y medio Francisco Giner de los Ríos, un sabio liberal
-que no neoliberal-, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, con estas
palabras: “Que pasen los exámenes para que los alumnos puedan volver a
aprender”.
Por: Jaume Carbonell
Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/pedagogiasxxi/2020/04/29/por-que-se-pide-el-aprobado-general/
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