jueves, 27 de noviembre de 2008

Cultura de la evaluación II

La evaluación en Educación genera un severo escozor, un rechazo. En esa actitud observamos a los alumnos, docentes, directivos y hasta autoridades políticas.

Paradójicamente mantiene cierto prestigio, se considera que al evaluar nos encontramos frente al “momento de la verdad”, separado del trabajo de enseñanza y de aprendizaje, o bien fuera de las actividades profesionales.
Pero la evaluación debe ser mucho más que un simple proceso para acreditar, ya sea esto obtener una nota para el alumno, una aprobación para las prácticas docentes o una verificación de las bondades de determinadas políticas educativas.

La realidad nos indica que nosotros evaluamos permanentemente, antes de tomar cualquier decisión, lo hacemos aunque sea informalmente. En Educación nos ocuparemos de las evaluaciones formales, que pretenden un mayor grado de objetividad y son rigurosas en sus formas.
Por lo tanto, si vemos la evaluación como una brújula que nos permite tomar decisiones para mejorar el rumbo y llegar a los destinos propuestos, nos encontraremos con una visión más amplia del sentido de las mismas, o sea hay que “evaluar para mejorar”.

En este caso aceptaremos que la evaluación forma parte de nuestras actividades, y nos ayuda a tomar decisiones para obtener mejorías en nuestra labor, al alumno mejorar sus aprendizajes, al docente sus prácticas, a los directivos sus acciones y a las autoridades gubernamentales sus políticas.

Resulta evidente que sin evaluación para mejorar hay solamente una simulación, se trata de aparentar éxitos, no de demostrar que existen en forma objetiva, y esto se debe a que se la asocia con la necesidad de validar conductas, bajo este criterio, ¿A quién se le va a ocurrir hacer una evaluación para mostrar que algo anda mal? ¿Será entonces que no hay nada para corregir? ¿Está todo bien?

Ciertamente estamos inmersos en un contexto donde no existe una “cultura de la evaluación”, y dominan las simulaciones. Pero a nadie escapa el hecho que sea imprescindible obtener mejoras, sea cual fuere el nivel que se trate, y que para verificar si vamos por el camino correcto o para enderezar rumbos ¡hay que evaluar!
Pero entonces ¿Qué evaluar? Y ¿Quién evalúa? Las respuestas aparecen como sencillas, hay que evaluar todo, y somos todos evaluadores, en la misma medida que busquemos mejorías.

Ahora bien, habituarse a considerar una evaluación como un instrumento para la búsqueda de mejoras no se puede imponer por decreto, solo se logra por medio del diálogo y la reflexión compartida.
Debemos estimular las evaluaciones, especialmente las que se presentan de forma más genuina o sea la autoevaluación, reconociendo nuestras limitaciones como personas, pero también usando nuestra capacidad de mejorar.

Seamos entonces partícipes de esa “cultura de la evaluación”, tratando de utilizar instrumentos objetivos, válidos, para obtener resultados confiables y que podamos compartir y usar en el camino de la búsqueda permanente de la calidad educativa.

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