Educación a distancia y evaluación en el contexto del COVID 19
martes, 30 de marzo de 2021
lunes, 29 de marzo de 2021
Evaluación Formativa: una oportunidad para promover los aprendizajes
Hoy más que nunca, los sistemas educativos enfrentan un dilema en torno a la evaluación de aprendizajes
miércoles, 24 de marzo de 2021
Orientaciones para la evaluación de los aprendizajes en contexto de emergencia sanitaria
La situación actual nos ha desafiado a repensar el vínculo pedagógico entre docentes y estudiantes en este nuevo formato de experiencia escolar modificado por la distancia, ya sea a través de la digitalización o los módulos de enseñanza/aprendizaje en soporte papel.
sábado, 20 de marzo de 2021
lunes, 15 de marzo de 2021
Medir y evaluar en tiempos de pandemia: Desafíos de los sistemas educativos
“Yo soy mamá, no docente” fue el título del correo que recibió hace un par de semanas una rectora de un colegio en Colombia. No necesitamos reflexionar mucho para saber que quería expresarle la madre de familia en su misiva al colegio.
Se calcula que más de mil millones de
personas asisten a alguna institución educativa alrededor del mundo, y de esa
cifra al menos el 90% se han visto afectados con esta pandemia; y al enviarlos
a sus casas han puesto un nuevo reto a padres de familia y docentes.
¿Para
qué evaluar en tiempos de pandemia? Los nuevos retos
En un mundo cada vez más
globalizado, muchos de los retos se han vuelto comunes, sea en una pequeña
población en China, en una metrópoli como Berlín, o en las llanuras de
Argentina, el título del correo enviado puede representar una sensación común.
¿Qué hacer cuando los padres de familia no tienen las competencias para brindar
el debido apoyo a sus hijos en las actividades escolares? Y desde la
perspectiva de los docentes: ¿Qué hacer cuando los niveles de alfabetización
pedagógica en términos evaluativos son tan bajos?
Esa es una de las preguntas centrales
del mundo escolar en la actualidad, los profesores adicionalmente a sus
múltiples actividades, deben preocuparse ahora por una comunicación más individual
donde de la mejor manera puedan continuar con la formación remota. A sabiendas
que un dispositivo y una conexión a internet es para muchos un lujo en la
actualidad.
Fruto de este contexto se han
manifestado diferentes puntos de vista, entre ellos ha tomado fuerza la
política de la promoción automática sin posibilidad de perder
el año escolar. Francia fue uno de los primeros países en plantear la promoción
automática, y esto sirvió como ejemplo o reflexión natural para que se
instaurara la discusión en casi todos los países del mundo. ¿Es posible aprobar
a todos los estudiantes independiente de si han aprendido, han mejorado sus
actitudes o han cumplido con sus obligaciones? Esa es seguramente la pregunta
más importante que se debe plantear la escuela en este justo momento.
¿Qué
y cómo debemos evaluar? El peligro de una mala evaluación.
Desde una perspectiva más
romántica es fácil suponer que todos deben “ganar el año” o en otras palabras,
se les debe aprobar y pasar al grado siguiente. Los argumentos son
más “humanos” que académicos. Cómo lo expresó hace poco Julián de Zubiria en un
conversatorio virtual del 15 de abril de 2020 “En una crisis mundial de este
nivel no le debemos sumar otro problema a los hogares”…“Debemos privilegiar
lo actitudinal frente a los contenidos”. Y este contexto obliga a realizar
un cambio en la evaluación.
El gran reto es que pocas instituciones
han pensado en este cambio y menos aún lo han venido implementando. En otras
palabras, la mayoría de los sistemas educativos no han tomado decisiones
pensadas de forma sistemática y reflexiva de cara a la mejora en sus sistemas
de evaluación en tiempos de pandemia. A lo anterior, podemos sumar
el desconocimiento y la baja alfabetización sobre evaluación que tienen los
docentes en términos generales como lo plantean y evidencian diversos estudios.
Cada vez el reto es más grande, ahora debemos evaluar con nuevos
mecanismos y criterios, nuevas herramientas y sobre todo una nueva
intención a los estudiantes.
Y tal vez en comparación a la formación
en la primaria y la secundaria, es en la universidad donde se pueden plantear
problemas más complejos y en alguna medida delicados por su impacto negativo en
la sociedad al no ser bien evaluados. Tomemos por ejemplo a un
profesional que está a punto de graduarse en el 2021. Este aprueba todos los
cursos del semestre y cumple con todos los requisitos; posiblemente obtenga su
título con falencias en su formación que pueda trasladar en alguna medida a su
trabajo. Un economista, un abogado o un ingeniero podrían estar cometiendo
errores que desencadenen resultados desastrosos al no haber sido evaluados
con rigurosidad al final de sus carreras. Sin pensarlo, estaríamos
olvidando el impacto que puedan tener las competencias que aún no se han
alcanzado cuando el economista no interprete bien informes de gerencia y tome
decisiones desastrosas para una compañía, el abogado desconozca la parte de la
ley que hubiese salvado a su cliente o el ingeniero con cálculos inexactos
construya una estructura que con el tiempo se derrumbe. Un ingeniero de
sistemas que no obtiene la máxima nota por la falta de exigencia de sus
profesores, podría haber fallado en entender a la perfección un lenguaje de
programación, que al escribirlo pueda salvar una gran cantidad de vidas al
lograr crear un algoritmo que sea capaz de predecir donde se está incubando la
próxima pandemia.
Esto no es ciencia ficción o cuando
menos exageración, si en todas las universidades del mundo hay siempre
estudiantes que no alcanzan la mejor nota significa que les ha faltado
algo para lograrlo. Si bien es cierto que las razones son variadas y
pueden ir desde no haber entregado un trabajo, hasta un proceso complejo de
cualificación donde el docente es muy exigente y subjetivo, también es cierto
que ese logro de adquisición de conocimientos o habilidades para el
desarrollo de competencias, no está siendo evaluado de manera certera si
dejamos todo en un: aprobó o reprobó.
Cuando los estudiantes le preguntan al
docente: “¿Por qué no he obtenido la mejor nota? posiblemente la respuesta esté
argumentada por una sumatoria donde al sacar un promedio, se genere un
resultado. Pero muchas veces, el docente no sabrá que es lo que “le
hace falta al estudiante” en términos de competencias. Y como lo hemos
visto en términos prácticos ese “que le hace falta” puede marcar
una diferencia abismal.
Un ejemplo en contexto es la
ley 1905 aprobada el 28 de julio del 2018 en Colombia que obliga a los
nuevos abogados a presentar un examen de Estado para poder ejercer su
profesión. Uno de los argumentos centrales de los congresistas para proponer
este proyecto de ley fue: “En la medida en que su práctica entraña un riesgo
social, el Estado tiene la responsabilidad de garantizar la idoneidad del
ejercicio, máxime si se tienen en cuenta las estadísticas de la Sala Disciplinaria
del Consejo Superior de la Judicatura sobre los abogados sancionados por faltas
contra la ética profesional, muchas veces ocasionadas por vacíos en su
formación”. Se puede inferir fácilmente que esos vacíos en la formación se
multipliquen en el 2021, no solo en el ámbito jurídico, sino para todas las
carreras.
¿Cuándo
vamos a planear la evaluación?
El 27 de marzo del 2020, el
rector de la universidad de Los Andes comunica en un corto vídeo: “el Consejo
Académico de la Universidad ha decidido que de forma transitoria y por una sola
vez, las notas asignadas para todos los cursos de pregrado y maestría
del semestre 2020-1 serán de carácter cualitativo” … “la coyuntura nos
obliga a experimentar”… “las notas finales no son la prioridad en este momento”.
Sus palabras llenas de sentido para este momento histórico desnudan problemas
de fondo más complejos. Las decisiones sobre cómo evaluar se han tomado
en la marcha, primero fue la decisión de desescolarizar, tanto en Colombia
como en la mayoría de los países del mundo. Y luego de unas semanas, se
reflexiona en el cómo y con que criterios se va a evaluar. La misma
o similar decisión han tomado otras universidades como la Universidad del
Magdalena. Y otras aún no emiten ningún comunicado. Por esto, al hacer una
búsqueda profunda sobre las decisiones del cómo se va evaluar,
es evidente que no existe una política clara en los países. Podemos concluir
que la evaluación sigue siendo el Talón de Aquiles de la
mayoría de los sistemas educativos en el mundo.
Algunas
preguntas fundamentales sobre como evaluar en tiempos de pandemia
Cómo la medición y la
evaluación, al igual que la filosofía, tratan en gran parte de preguntar;
compartimos algunas preguntas claves para los docentes y las instituciones
educativas, que pueden ayudar a la reflexión sobre estos temas y esperamos con
ello también aportar a la toma de decisiones.
¿Qué manejo le van a dar a las
evidencias (actividades, talleres, pruebas, trabajos, etc.) que los estudiantes
van a presentar o ya han presentado? ¿Cómo van a calificar parcialmente los
progresos?
¿Cuál será el proceso cuando un
estudiante no esté de acuerdo con la nota de aprobado o reprobado ? ¿Cómo se
brindará claramente la posibilidad de una segundo calificador?
Para todos los estudiantes becados y /o
que reciben beneficios, ¿cuál será el mecanismo para revisar y obtener
promedios? No será justo mantener los del semestre anterior para
cualquiera de los casos.
¿Cómo asegurar la medición objetiva
desde la obtención de un aprobado o reprobado que sea coherente con el alcance
de conocimientos, habilidades, actitudes o competencias por parte de los
estudiantes?
¿Cómo van a apoyarse con los padres de
familia, buscando implementar mejores mecanismos de toma de decisiones en
conjunto?
Y una de las más importantes: ¿Cómo
construir un sistema de medición y evaluación que logre evaluar ampliamente y
de mejor manera tanto las competencias cognitivas como las blandas o
comportamentales?
¿Cómo
evaluar en tiempos de pandemia? Tres aportes a los procesos de
evaluación:
1. Cualquier proceso evaluativo debe tener 5 grandes líneas de
acción, todas ellas las podemos evaluar tanto en la presencialidad, cómo en la
virtualidad. Esas líneas de acción permiten evaluar tanto competencias
cognitivas como competencias y habilidades blandas. Los docentes deberíamos
estar siempre dispuestos a usar mecanismos y herramientas de evaluación que
recojan las siguientes evidencias:
• Investigaciones y trabajos escritos:
evalúan, entre otras cosas, la escritura y la búsqueda de información.
• Trabajos en equipo: evalúan, entre
otras cosas, la colaboración, la resolución de problemas en conjunto y la
actitud.
• Exposiciones: evalúan, entre otras
cosas, la comunicación verbal y no verbal, el uso de lenguaje y precisión
conceptual y/o disciplinar.
• Pruebas estandarizadas tipo ICFES:
evalúan, entre otras cosas, la lectura, la resolución de problemas y las
competencias.
• Observación práctica y ejecución:
evalúan, entre otras cosas, el actuar en laboratorios, calidad en las prácticas
y la calidad de las intervenciones.
2. Antes de iniciar cualquier proceso
formativo debemos responder a las siguientes preguntas de manera más
clara posible y para ello podemos usar varias metodologías, una muy conocida es
el DCE, Diseño Centrado en Evidencias:
¿Qué esperamos que nuestros estudiantes
hagan?
¿Cómo lo deben hacer?
¿A través de que lo deben hacer?
En el proceso de implementación y
evaluación del DCE se exige definir desde el inicio las estrategias que se van
a poner en juego para lograr el aprendizaje, o dicho en otras palabras,
lo plantea en Colombia el decreto 1330 del 2019, los “Resultados de
Aprendizaje”. Si la evaluación es un proceso optimizador, debe tener un
inicio, una ruta y una meta plenamente definidos, ese meta o finalidad lo
llamamos en las universidades perfil de egreso, que
está a su vez construido por una serie de competencias que los estudiantes
deben alcanzar durante su formación, y si hablamos de la escuela, nos referimos
a unos estándares que se deben alcanzar en diversos momentos del proceso de
aprendizaje. Para ambos contextos, universidades, escuelas y colegios, el
docente debe recoger las evidencias que pongan en manifiesto el alcance de las
competencias, para ello se puede usar un Diseño Centrado en Evidencias (DCE)
Mislevy, Almond y Steniberg (2003), Toulmin (1958) y Messick (1989).
Cuantas más evidencias se recogen,
mejor será la imagen o fotografía que tendremos de un estudiante frente a lo
que sabe, piensa, cree o es capaz de hacer. Si logramos evidenciar esto de
manera objetiva, nos acercaremos muy bien al estudiante y su perfil.
Diversos estudios apoyan una tesis: “La
evaluación condiciona el aprendizaje. Se estudia de acuerdo al contenido y
formato de la evaluación” (OCDE, 2005). Desde esta perspectiva el aprendizaje
es, precisamente, la materia prima de la evaluación. Si la
evaluación se ha diseñado desde unas competencias, evidencias y tareas
alcanzables, sabremos con exactitud en qué parte del proceso está el estudiante
y que requiere de forma particular para lograr el aprendizaje.
3. Un buen sistema de evaluación,
pensado desde el primer momento e
inmerso en todas las actividades formativas tiene una doble vía, sirve para
evaluarse como institución y evaluar a los estudiantes desde una planeación
estratégica, la cual debe:
• Alfabetizar a los docentes en
evaluación desde una perspectiva amplia de evaluación PARA el
aprendizaje.
• Estar intrínsecamente conectada con
el ciclo de enseñanza y aprendizaje, permitiendo monitoreo y ajuste frecuente.
• Compartir con estudiantes criterios
de calidad esperados.
• Entregar una adecuada
retroalimentación teniendo siempre a la vista la mejora del
aprendizaje.
A
modo de conclusión:
Para terminar, sabemos que es
una tarea más fácil el plantear preguntas que respuestas, pero debe haber una
articulación en la toma de decisiones. La evaluación tiene que dejar de
ser la parte final del proceso donde se asigna simplemente una nota, para
llegar a ser un proceso pensado desde un primer momento que no puede sufrir
variaciones tan radicales en el camino. Reiteramos, desde el primer día en el
que se pensó en la formación virtual como opción, la evaluación y su forma de
llevarse a cabo, debió estar en el centro del proceso, de la discusión y de la
acción.
Eduardo Montoya Castañeda
Director General ESE Latinoamérica
Fuente
miércoles, 3 de marzo de 2021
Evaluación en época de pandemia. (O la desaparición del sentido común)
Hoy no podemos ir a la escuela o, por lo menos, no podemos ir a esa escuela que concebíamos hace un tiempo atrás. Esa escuela está cerrada. Esas rutinas y rituales a los que estábamos acostumbrados no existen más. En este contexto insistir con evaluar para calificar en este tiempo de pandemia resulta altamente contradictorio.
La evaluación cuantitativa, la que controla, la que mide saberes
solamente, no favorece aprendizajes en ninguna ocasión. Evaluar
cualitativamente podría ser una opción en estos momentos. Correrse de la
necesidad de colocar una “nota “, un número que supuestamente definiría el
rendimiento académico del estudiante.
Son tiempos de alternar, de cambiar la propia perspectiva por la del
otro. Pensar esperanzadamente que nuestro éxito como educadores reside en la
certeza que nunca nos deja: es posible cambiar. “No puedo ser profesor si no
percibo cada vez mejor que mi práctica, al no poder ser neutra, exige de mí una
definición. Una toma de posición. Decisión. Ruptura. Exige de mí escoger entre
esto y aquello” (Freire, P.2002)
Es muy real que docentes y familias se encuentran muy exigidos, en este
tiempo “pandémico”. Los docentes que poseen acceso a redes han ampliado su
horario laboral. Los que trabajan con estudiantes que no tienen esa
herramienta, van arbitrando los medios para que lleguen las tareas a los
lugares más recónditos.
Ante las instrucciones que están recibiendo los colegas, de calificar
numéricamente a los estudiantes, me pregunto con qué criterios se realizaría la
supuesta evaluación, a quién o a quienes calificaríamos, cuando sabemos desde
el sentido común, que hoy los chicos no están solos para realizar los deberes y
tareas encomendadas. Resulta imperativo que docentes y directivos dialoguen
constructivamente para que el hilo no se corte por lo más delgado (el estudiante,
lamentablemente). Ni hablar de la ansiedad a los estudiantes y a las familias
que se agrega irremediablemente cuando se menciona el vocablo “evaluación”.
Épocas de repensar, de cuestionar las prácticas, nuestras propias
prácticas docentes y revisarlas/reformularlas si no son coherentes en este
contexto. Esta premisa también es aplicable para aquellos equipos directivos
que todavía no visualizan que la enseñanza cambió.
El fomento a la justicia curricular demanda construir, opciones de
futuro y que el conocimiento se convierta en pieza clave para el desarrollo
personal (no solamente objeto de evaluación y calificación) y mostrar amor,
confianza y estima hacia los estudiantes, pues desde el terreno de la
afectividad también se logra avanzar en la esfera de la equidad y el
reconocimiento del otro.
Calificación en tiempos de excepcionalidad.
En esta instancia, resulta oportuno poner en común sentidos y funciones
de la Evaluación en nuestras prácticas, y en particular en este contexto que
estamos transitando.
En primer lugar, las controversias sobre la Evaluación, en su gran
mayoría, estuvieron planteadas en torno a la evaluación sumativa, con el
propósito de calificar y acreditar los aprendizajes. Se pone el foco en la
evaluación sumativa, soslayando la importancia de la evaluación formativa, la
que se resignifica especialmente en este entorno de enseñanza y de aprendizaje,
teniendo en cuenta los desafíos que nos enfrenta el tránsito de la
presencialidad a la virtualidad, dado que permite al docente, realimentar el
proceso de enseñanza, introduciendo los ajustes en las actividades y
adecuaciones necesarias para promover los aprendizajes en este entorno.
Por ello, en este contexto, es pertinente poner en valor la evaluación
formativa, por la información que puede proporcionarnos tanto de los procesos,
avances y dificultades, no solo de los aprendizajes vinculados con los
contenidos específicos de una unidad curricular, sino también con el uso de
herramientas digitales, en tanto demandan otros procesos cognitivos, que ponen
en juego, las posibilidades de desarrollar las actividades propuestas.
En este sentido, resulta significativo para los estudiantes, que las
propuestas de evaluación estén acompañadas por la comunicación de los criterios
de evaluación, de manera explícita.
De modo tal que, cada estudiante reconozca su punto de partida, y pueda
valorar sus avances, en esto reside el sentido que le otorga Anijovich (2017) a
la evaluación formativa “como una oportunidad para que el estudiante ponga en
juego sus saberes, visibilice sus logros, aprenda a reconocer sus debilidades y
fortalezas, y mejore sus aprendizajes.”
Es fundamental, entonces ofrecer instancias de evaluación formativa que
posibiliten la retroalimentación, a través de las herramientas disponibles en
el aula virtual, que nos permitan a nosotros los docentes, ajustar nuestra
propuesta de enseñanza; y a los estudiantes, les posibilite realizar procesos
metacognitivos, reconocer sus dificultades, avances y progresos en su proceso
de aprendizaje.
Toda propuesta debería incluir, reiteramos, la explicitación de los
criterios de evaluación, expresada en forma escrita a los estudiantes; como así
también, la comunicación de los resultados obtenidos de la evaluación de las
actividades planteadas.
Capital cultural, tareas para la casa y Didáctica de la educación
virtual
La concepción de la cultura como recurso es precisamente la que propicia
que esta sea concebida como un tipo de capital, es decir, como un conjunto de
activos, en este caso, simbólicos, y que constituyen, a la manera de los
activos económicos, una herramienta de distinción. El concepto, y todo lo que
implica, fue explorado por Pierre Bourdieu, quien señala que el capital
cultural comprende todas las características, actitudes, cualidades y
conocimientos que garantizan el que una persona pueda ser considerada como
“culta” (Bourdieu, 2011).
De acuerdo la teoría del sociólogo francés, el capital cultural
consiste, primeramente, en la transmisión y acumulación de experiencias,
valores, saberes y actitudes (estado incorporado).
Estos significados, referidos al capital cultural, serían los que los
colegas docentes deberían considerar a la hora de enviar actividades y el
material didáctico a los estudiantes, en especial en nivel primario, ya que todas
las madres y/o padres y/o abuelas/abuelos no poseen idéntico capital cultural
para ayudar o colaborar en la resolución de dichas tareas, generando esta
situación, alto grado de incertidumbre y ansiedad en el seno familiar. Ni qué
decir en el nivel secundario y superior.
Es altamente meritoria la tarea que están realizando los colegas
maestros/profesores ante esta situación. Le han puesto el cuerpo, las ganas y
la creatividad. De eso no cabe ninguna duda.
Lo que no quita es que pensemos desde todos y a su vez en cada uno de
los niveles y modalidades involucradas, en la instauración como política
pública de una Didáctica de la Educación Virtual, que dialogue de manera
realista y contextualizada con la “teoría” garantizando que dichos saberes
lleguen democráticamente a todo el universo de docentes y no sólo a unos
cuantos… (pocos).
Resulta muy notoria la gran brecha formativa en estos nuevos roles,
estos nuevos modos de ser docente. Determinan la necesidad de nuevas
competencias. Pero que lleguen de una forma curricularmente justa. Estos nuevos
roles, no son tan nuevos, y las nuevas competencias vienen siendo necesarias
desde hace demasiado tiempo, las circunstancias de hoy, las ponen sobre la
mesa.
Cuarentena, plataformas virtuales y justicia curricular
La justicia curricular puede ser entendida como el diseño y desarrollo
de estrategias educativas diversificadas que operen con base en principios de
equidad, en aras de reconocer las diferencias e incluso las dificultades en el
aprendizaje y ofrecer apoyos específicos al estudiantado, de manera especial a
aquellos grupos o sectores de la población marginados y excluidos.
Se plantea hoy día, un nuevo reto al campo educativo que debiese
avizorar la justicia curricular. Dicho reto se desprende del necesario y vital
acceso a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), lo cual
brindaría un terreno inicial de igualdad.
Sin embargo y allanado el acceso a estas tecnologías, encontramos un
problema de segundo orden: su articulación con el aprendizaje y la promoción de
capacidades de largo alcance que desplieguen procesos reflexivos, creativos y
de innovación.
Cuando el uso de las herramientas tecnológicas está orientado a la
búsqueda, selección y decodificación de la información; la integración y
conexión creativa de saberes que desplieguen variadas interpretaciones; el
trabajo colaborativo en torno a experiencias y situaciones que confrontan a los
estudiantes con los problemas de su comunidad se favorece no sólo la
apropiación de las herramientas, sino la articulación de la escuela con los
entornos donde se desarrollan los propios estudiantes y la comunidad (de ubicación
urbano marginal y /o rural ) en su conjunto.
Así, la justicia curricular relacionada con el acceso y uso de la
tecnología implica incorporar las TIC a los ámbitos hogareños, por la
cuarentena decretada, y promover que los estudiantes se apropien de las
herramientas en aras de desplegar capacidades cognitivas e interpersonales
orientadas a la construcción del conocimiento. El reto radica en garantizar el
acceso a las tecnologías y también al conocimiento y al aprendizaje con
igualdad y equidad.
El fomento a la justicia curricular demanda construir, junto con los
estudiantes, opciones de futuro y que el conocimiento se convierta en pieza
clave para el desarrollo personal; y mostrar amor, confianza y estima hacia los
estudiantes, pues desde el terreno de la afectividad también se logra avanzar
en la esfera de la equidad y el reconocimiento del otro.
La justicia en el ámbito curricular implica el derecho a aprender de
todos, en especial de aquellos grupos o sectores de la población marginados y
excluidos. Al centrar la justicia curricular en el derecho a aprender, surgen
una serie de cuestionamientos: ¿Cómo promover aprendizajes significativos y
relevantes en entornos sociales y culturales marcados por la desigualdad? ¿De
qué manera garantizar que la “tarea” llegue a los más recónditos lugares de
nuestras provincias, donde no existe dispositivo, ni posibilidad de conexión?
Una pieza de este rompecabezas es la evaluación formativa y la
retroalimentación cuidadosa y sensata. Esto saca tiempo a los docentes y habrá
que saber ponerlo en juego sin desesperar, con pautas ordenadas y eficaces. Se
recomienda establecer hitos visibles y claros, en lo posible de uno o dos meses
enteros: fechas de entrega y de corrección. Pocas cosas, pero valiosas y
viables.
Y corregirlas con una devolución, aunque sea breve pero rápida,
porque este mecanismo genera acompañamiento. Los alumnos necesitan una mirada,
un seguimiento, alguien que les toque con su mano el hombro mientras hacen su
tarea. Esa mirada, comprensiva como nunca se ha dado, llena de aliento y de
afecto, es la que les permite reconstruir un camino y sortear obstáculos que en
muchos casos requerirán una redefinición del esfuerzo por aprender.
La evaluación formativa puede completarse con un modelo de portafolio,
donde los alumnos vayan depositando/mandando sus trabajos y sus proyectos.
Ya no está el aula física, ni el grupo clase presente, ni la docencia
regulada por un espacio tiempo, ni los rituales del aprendizaje. No sabemos
bien cuántos alumnos están conectados y cómo siguen aprendiendo. No sabemos
cuánto tiempo durará esto ni los grados de temor y ansiedad que viven los
alumnos y sus familias. En este nuevo mundo hay que reclasificar lo que se
puede enseñar y aprender.
Es un tiempo de diseño didáctico. En tiempos “normales” un buen docente
era aquel que, además de muchos otros atributos, era un buen conductor de
orquesta. Era aquel que manejaba bien los grupos, la interacción, la dinámica
del aula. En la pandemia esas destrezas quedan en el olvido (salvo para conducir
reuniones virtuales, un saber también bastante específico). Cobra más valor la
capacidad de diseño didáctico. Es un momento para pensar y hacer buenas
propuestas de aprendizaje, que tengan en cuenta los saberes previos de los
estudiantes y sus condiciones actuales.
El resultado final ya no podrá ser una nota ni una vara que se basa en
una ficción de igualdad y en una serie de parámetros curriculares que ya no
están ahí. Parece más adecuado a este contexto elaborar un informe cualitativo
individual de devolución al alumno para que sienta que valió la pena el
esfuerzo, para situar qué aprendió, cuáles fueron sus fortalezas y debilidades,
creando un panorama general que permita retomar su trayecto el año
próximo.
La pandemia nos empuja a juntar las piezas y armar una serie de
propuestas nuevas que puedan accionar, sabiéndose extremadamente limitadas, en
este contexto. No debería caerse en la trampa de las actividades sueltas, ni
las rutinas atrapadas en la vieja armonía escolar. Es clave priorizar el currículum:
en cantidad, en calidad y en la producción de sentido. Debemos elegir las
batallas, saber balancear aquello que más valor tiene en nuestro programa
curricular. Y a partir de allí repensar el valor de la evaluación. Y su
sentido. Sobre todo
Por Lic. Patricia E. Ojeda. Corrientes.
Argentina. Comunidad de
Educadores de la Red
Iberoamericana de Docentes
Fuente
http://formacionib.org/noticias/?Evaluacion-en-epoca-de-pandemia-O-la-desaparicion-del-sentido-comun
miércoles, 24 de febrero de 2021
Evaluar en tiempos de pandemia: ¿cómo y para qué?
La mañana del martes transcurría sin mayores sobresaltos. Después del desayuno, me dispuse a responder los mails de mis alumnos. Grande fue la sorpresa al encontrar remitentes nuevos: no me escribían los chicos de secundaria sino sus padres. Ellos expresaban su preocupación por las notas del boletín y me contaban cómo afectaban a sus hijos las calificaciones negativas, especialmente en cuarentena.
La escena anterior se repite con frecuencia en las
computadoras de todos los docentes que llevamos adelante la Enseñanza Remota de
Emergencia. Lo curioso es que el boletín que angustiaba a padres e hijos no era
sino una progresión escolar sin calificación numérica y sin valoraciones
(regular, bien, sobresaliente, etcétera). Las categorías a rellenar
consideraban el vínculo con el docente, la entrega de las actividades
propuestas y si se alcanzaron las expectativas en el proceso de aprendizaje que
intentamos llevar adelante en este contexto tan insólito.
Eliminando las
calificaciones y la jerarquización de los alumnos nos centraremos en la
relación pedagógica para fortalecer los vínculos y acercarnos a pesar de la
distancia física. Conlleva cierta injusticia educativa asignar un número del
uno al diez al trabajo que los chicos llevan adelante en sus hogares, heterogéneos
y, muchas veces, poco colaborativos a causa del contexto en el cual se
desarrolla la enseñanza (los docentes desconocemos la situación familiar de
cada alumno). Además, carecemos de contacto directo y asiduo. Enfrentamos una
educación virtual provisoria, pero por tiempo indefinido. No sabremos cuánto
han aprendido los educandos hasta no regresar a la nueva normalidad luego de la
pandemia.
El doctor Roberto
Rosler se ha ocupado de recordarnos en diversos videos y artículos que la
palabra ‘examinar’ proviene del latín examinare, cuyo significado era observar
minuciosamente algo. En cambio, ’evaluar’ está formada por el prefijo latino
ex- (hacia afuera) y valere (ser fuerte) cuyo significado era apreciar,
calcular el valor de algo. ¡Qué diferencia sustancial a la hora de poner en la
balanza los contenidos que nuestros alumnos incorporan! Como docente, ¿deseo
realizar un escrutinio detallado de aquello que memorizaron y repiten? ¿O busco
apreciar y valorar lo aprendido? ¿Cómo ordeno las prioridades enseñando a
distancia y de manera virtual?
Antes que nada, debemos considerar los dos
objetivos centrales de esta Enseñanza Remota de Emergencia. En primer lugar y
como ya hemos mencionado, mantener el vínculo entre el docente, el alumno y la
institución. Eso cobra aún más sentido si consideramos que la educación es un
derecho y el Estado y las instituciones que la brindan tienen obligación de
garantizarla.
El segundo objetivo
es mantener los cerebros de nuestros alumnos trabajando. Recluidos en sus casas
deben leer, resolver ejercicios, mantenerse activos y socializar con sus
compañeros y con el docente. En cambio, si congeláramos la educación formal
durante meses y el único estímulo que los niños y jóvenes recibieran proviniese
de la televisión o los videojuegos, su capacidad de concentración se estancaría
como un lago y costaría muchísimo retomar la enseñanza presencial y lograr que
incorporasen técnicas de estudio y fuesen proactivos. Para mantener sus
cerebros trabajando les pedimos que miren videos que filmamos, que lean cuentos
o resuelvan ejercicios matemáticos desde sus hogares. Así y todo, como hemos
mencionado, hasta el regreso a las aulas no podremos medir la efectividad de
estas estrategias ni sus resultados a medio y largo plazo.
Entonces, vale la pena repreguntarse:
¿Cómo ordeno las prioridades enseñando a distancia y de manera virtual?
Aquellos alumnos sin posibilidad de conexión o acceso a las propuestas
virtuales deben saber que no han sido dejados de lado. Los docentes debemos
considerarlos y no bajar los brazos en el intento de tender un puente
comunicacional. A aquellos alumnos con acceso al material y posibilidad de
intercambio digital de las actividades, debemos motivarlos a trabajar de manera
autónoma. No deben tener miedo a hacer preguntas y plantear dudas. Debemos
retroalimentar su esfuerzo felicitándolos y destacando los aspectos positivos
de su desempeño.
No es momento de
centrarnos en los errores sino de mantener los cerebros trabajando. Es difícil
estimular y motivar a distancia; más aún en un contexto incierto como es el
actual. Está en nuestras manos transmitir calma y recordar a los educandos y a
sus familias que calificar es inútil y las progresiones escolares que hemos
completado intentan reflejar el esfuerzo y dejar constancia de él.
La Enseñanza Remota
de Emergencia no debe llevar en su puerta el cartel que Dante Alighieri vio al
ingresar a los infiernos: “Abandonad toda esperanza los que entréis aquí”. En
cambio, debe servirnos a todos para replantear nuestras estrategias, incorporar
herramientas digitales y pensar la evaluación de otra manera. Medir menos,
pesar y examinar menos al alumno y apreciar más el valor del esfuerzo.
Como camaleones,
nos hemos adaptado en mayor o menor medida a los colores de este arcoíris
digital. Que la evaluación también se transforme de una vez y para siempre.
Recuperemos la etimología original. Valoremos, motivemos y dejemos huella.
Digamos adiós a las notas numéricas que imponen jerarquía, promueven la
competencia y desmotivan a nuestros alumnos. Ojalá que el final de la pandemia
sea también un nuevo comienzo.
Por: PROF.
CATERINA RADZICHEWSKI
Fuente
https://asociacioneducar.com/evaluar-tiempos-pandemia