¿Evaluación cuantitativa o evaluación cualitativa?
Este dilema parece estar más resuelto ahora que algunas décadas atrás. La polarización que se había instalado entre ambos enfoques no parece lícita, dado que la cantidad y la calidad aluden a diferentes dimensiones de lo real.
La primera es tangible, fácil de mensurar. La calidad es difícil de medir, ya que su definición no es unívoca. Como dice Habermas, "la calidad escapa a nuestras palabras y mora en las cosas. Es tan cierto que existe cuanto que es difícil de captar".
La fragmentación y la polarización de los enfoques no nos ayudan cuando el propósito de construir un sistema de evaluación no apunta solamente a ejercer un control sobre la calidad de la educación, sino a desarrollar un proceso evaluativo que nos permita interiorizarnos mejor de las motivaciones, intereses, actitudes, recursos, condiciones y acontecimientos escolares que interactúan para producir y dar forma al conocimiento.
No cabe duda de que conocer el comportamiento de los indicadores cuantitativos del funcionamiento del sistema educativo del país, en un tiempo dado y en su evolución histórica, siempre es necesario.
Los índices de incorporación, matriculación, promoción, repetición y abandonos facilitan importantes análisis y decisiones políticas basados en su conocimiento. Pero no podemos desconocer que las exigencias actuales se centran en la necesidad de contar con indicadores que expresen los niveles de calidad del sistema.
Para satisfacer esta exigencia se requiere producir un tipo de información distinto. Su adecuada captación y su elaboración dependen de la aplicación de otras metodologías y procedimientos para evaluar.
El enfoque cuantitativo no hace referencia a la realidad del currículum enseñado, sino que, por lo general, parte del currículum prescripto y a partir de él estima la conformidad o no de los resultados a la norma instituida.
El enfoque cualitativo, por su propia metodología, puede tomar en consideración el currículum efectivamente enseñado, la especificidad de la gestión institucional con relación a la interpretación que se hace de los saberes aprendidos por el alumno y las variables contextuales más amplias en su carácter de condiciones para la enseñanza y el aprendizaje. En esta interpretación compleja de la acción educativa evaluada, el enfoque cualitativo nos conecta más directamente con la realidad institucional, la curricular y la práctica docente reflejada en las estrategias cognitivas de los alumnos cuando producen sus respuestas en las pruebas que se les toman.
C. Gutiérrez, al hacer referencia a dos paradigmas complementarios del campo de la metodología de la ciencia, afirma:
Uno de los paradigmas correspondería al método heurístico; el otro, al método positivo. Los dos paradigmas, complementarios en el sentido de la disyunción, no en el de la conjunción, serían dos vías alternativas hacia el dominio de la realidad. Los dos enfoques serían importantes y necesarios. Habría que usar los dos, especialmente por su tendencia a contrarrestar los posibles excesos de cada uno: el peligro de inflación verbal o especulación sin garantía, por un lado; el peligro de depresión intelectual, anulación del impulso heurístico, por el otro. Sería bueno que todos tratáramos de cultivar ambos enfoques simultáneamente ya que, como el economista político diría, aunque la inflación es siempre preferible a la depresión, debemos evitar ambas.
Por otra parte, la evaluación cualitativa tiene que promover un fenómeno participativo, de modo que paulatinamente aquélla se gestione por iniciativa "de adentro para afuera" como forma factible de un auténtico mejoramiento de la calidad de la educación en sus múltiples dimensiones de expresión.
La evaluación pasa por su práctica; por ello es necesario un tiempo de "convivencia pedagógica" en la escuela para que los evaluadores externos e internos lleguen a disponer del marco conceptual e instrumental que permita complementar las informaciones que cada uno ha de aportar al sistema global.
Como señalan Cook y Reichardt, para una comprensión completa de una evaluación, ésta tendría que realizar al menos tres tareas: comprobación, valoración del impacto y explicación causal. Se trata de una gama muy amplia de tareas que, para ser eficazmente atendidas, requerirán quizá el empleo de métodos tanto cualitativos como cuantitativos. Aunque no de un modo inevitable, puede suceder a menudo que la comprobación sea realizada con mayor eficacia conforme a un método cualitativo, que la valoración del impacto se realice con mayor precisión mediante métodos cuantitativos y que la explicación causal se obtenga de mejor manera a través del empleo conjunto de métodos cuantitativos y cualitativos.
En consecuencia, la combinación flexible de ambos enfoques -para atender a las múltiples necesidades de información del sistema educativo- contribuye a corregir los sesgos que, inevitablemente, presentan los métodos cuantitativos y cualitativos cuando se los usa en forma separada. Pero debemos precisar que esta última recomendación no es fácil de seguir. Actualmente la cuestión estriba en conocer mejor ambos paradigmas, sin hacer la caricatura de ellos, como sucede cuando se describe la polarización a que conlleva optar por uno u otro.
Diríamos en rigor que, tal vez, estemos en el trance de elaborar una nueva metodología que se apoye en una dialéctica entre dos desarrollos divergentes para establecer, al fin de cuentas, el grado de su complementariedad sin eximirnos de asumir su conflictualidad, tarea segura pero prometedora como asegura Hadji (1992).
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