Una cuestión que merece
la pena abordar aquí y que también ha generado debate tiene que ver con la coherencia
que debe existir entre la política de evaluación y otras políticas educativas. Se
trata de fomentar los efectos beneficiosos de la evaluación para el desarrollo de
la educación y de evitar sus efectos perversos. La experiencia nos demuestra que
la aparición de efectos no deseados ni deseables en este ámbito es más frecuente
de lo que debiera, lo que obliga a no ignorarlos y a prestarles atención.
Hay que insistir reiteradamente
en que las políticas de evaluación del sistema educativo no deben concebirse al
margen de las políticas generales de desarrollo del mismo. En última instancia,
las primeras deben colaborar al logro de los objetivos de la educación. Así , por
ejemplo, aunque pocos se opondrán a la utilización de la evaluación para la mejora
de la eficacia y la eficiencia del sistema educativo, existen divergencias importantes
entre la aplicación práctica de dicho planteamiento en un modelo político de corte
neoliberal o preocupado prioritariamente por la excelencia (interesado, por ejemplo,
en fomentar la competencia entre escuelas y redes escolares, presuponiendo que es
una de las claves para la mejora) y otro de corte socialdemócrata o preocupado primordialmente
por la equidad. Por
ello, las políticas de evaluación no deben concebirse como una parcela aislada dentro
del amplio campo de la política y la administración educativas.
Otro tanto podría decirse
de la conexión existente entre evaluación y currículo. Este último campo ha sido
objeto de especial atención en las reformas educativas de la década de los noventa,
aunque hoy tendamos a verlo como un elemento que debe integrarse en una visión más
sistémica del cambio. En cualquier caso, el currículo es y seguirá siendo un
elemento central en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Por ese motivo, existe
el riesgo, a veces convertido en realidad, de que las políticas de evaluación no
estén completamente de acuerdo con las políticas curriculares o incluso de que se
contrapongan a ellas. Por ejemplo, la difusión actual del modelo curricular que
conlleva la definición de unas competencias básicas que deben lograr todos los jóvenes
tiene el riesgo de contraponerse a un modelo de evaluación del rendimiento basado
en un concepto más tradicional del aprendizaje, limitando así sus posibilidades
para el cambio.
Para ilustrar estas
reflexiones, se pueden recordar los debates que recientemente se han planteado acerca
del posible impacto negativo que pueden tener las evaluaciones en gran escala sobre
las prácticas docentes, pudiendo llegar incluso a ejercer un efecto perverso. No
puede decirse que la aplicación de pruebas estandarizadas de rendimiento tenga necesariamente
un efecto negativo como el que a veces se le ha achacado, pero hay que tener presente
que existe un riesgo real de que así sea, especialmente cuando los docentes se orientan
a preparar a los alumnos para dichas pruebas, descuidando los aspectos del currículo
que no quedan cubiertos por ellas. El riesgo de que se produzca ese efecto perverso
es aún mayor cuando las pruebas son demasiado simples, cuando sus resultados tengan
un alto impacto sobre el profesorado, los estudiantes y las escuelas, y en la medida
en que los usuarios no tengan la capacidad o la formación adecuada para entender
el alcance real y las limitaciones de ese tipo de evaluaciones. Por ese motivo,
el diseño de pruebas de evaluación del rendimiento a gran escala exige un cuidado
especial y una consideración detenida de los usos que de ellas se pretende hacer.
A modo de conclusión,
debe reconocerse que la evaluación ofrece importantes posibilidades para la mejora
de la educación, pero también implica algunos riesgos que no deben obviarse.
Autor
Evaluación y cambio
educativo: los debates actuales sobre las ventajas y los riesgos de la evaluaciónAlejandro Tiana
Avances y desafíos en la evaluación educativa
Elena Martín
Felipe Martínez Rizo
Coordinadores
Metas Educativas 2021
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