miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿Qué aprender?

¿Qué aprender? De acuerdo al informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI, más conocido como el informe Delors (1996), la educación a lo largo de la vida se basa en cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser.


A partir de estos cuatro pilares se desprenden tres tipos de “contenidos” o saberes, que deben hacerse presente cuando se lleva a cabo la acción educativa: saber conceptual, saber procedimental y saber actitudinal. Ya en 1819, en la Quinta Carta a Greaves, de las Cartas sobre la educación infantil, Johann Heinrich Pestalozzi (1996) aludía a estos tres tipos de saberes como elementos constitutivos esenciales del proceso educativo: Dios ha dado a tu hijo todas las facultades de nuestra naturaleza, pero el punto esencial permanece todavía indeciso. ¿Cómo se emplearán este corazón, esta cabeza y estas manos? ¿A qué servicio habrán de dedicarse? Esta es una pregunta cuya contestación envuelve un futuro de felicidad o de desdicha para la vida que te es tan cara.

Durante mucho tiempo, la capacidad de retener y de manejar información, vinculada a un saber de tipo conceptual, se constituyó como un aprendizaje de primera importancia en la sociedad. Por supuesto, que esto respondía a una causa perfectamente comprensible: antes que los seres humanos contáramos con la tecnología de las computadoras electrónicas, la organización y el procesamiento de la información requería, exclusivamente, del uso de el aprendizaje las facultades intelectuales humanas, que se apoyaban en el texto escrito y donde la memoria ocupaba un papel fundamental.

El racionalismo académico ha sido, probablemente, la expresión máxima de esta forma de entender el conocimiento y de organizar la educación y el aprendizaje. Se habla de racionalismo académico, principalmente, para referirse a un enfoque curricular centrado en los contenidos como formas de saber, que se organizan en áreas disciplinares. La incorporación de cada disciplina es el objetivo principal de la educación, que se propone formar personas cultas. El racionalismo académico surge en la tradición medieval con el trivium y el cuadrivium, las tres y las cuatro vías mediante las cuales podían adquirirse todos los conocimientos. El Trivium incorporaba la gramática, la dialéctica y la retórica y el Cuadrivium, la aritmética , la geometría, la astronomía y la música. Posteriormente, en el siglo XVIII, el pensamiento ilustrado se propone la tarea de organizar, científicamente, el conocimiento de todas las áreas.

Durante el siglo XIX, la educación primaria se hace obligatoria en muchos países de occidente, constituyéndose como una responsabilidad del Estado, bajo una concepción ilustrada del conocimiento y desde el paradigma educativo del racionalismo académico. A comienzos del siglo XIX, surge en Alemania la escuela Prusiana, cuyo objetivo era instaurar una escolarización centralizada, basada en la disciplina, la obediencia, la jerarquía y la idea de uniformar a los estudiantes. Este modelo sirvió de inspiración para universalizar una educación pública y gratuita, y fue apoyado con entusiasmo, tanto por aquellos que enarbolaban la bandera de la igualdad y querían una educación para todos, como por los empresarios industriales, que necesitaban mano de obra calificada.

Al día de hoy, la educación formal y, particularmente, la escuela, mantiene muchos de los patrones de la época en que se universalizó la educación obligatoria, inspirada en el modelo de producción industrial en cadena de montaje: preparación de los estudiantes, separados en grados y generaciones, a través de una serie de pasos ordenados. En cada etapa, un docente, a cargo de una pequeña parte del proceso, trabaja con los estudiantes determinados contenidos, pensados minuciosamente por un experto. Se mide el avance de esta producción, mediante test estandarizados.

La educación sigue siendo, principalmente, una herramienta que tiene como propósito formar trabajadores útiles y productivos. Sin embargo, el modelo prusiano militarizado, ha ido perdiendo terreno y ya no goza de prestigio. Al mismo tiempo, la educación como derecho social, garantizado por el Estado, es un concepto que se ha ido relativizando en muchos países, instalándose la idea de que se trata de un bien de consumo. Las instituciones educativas son empresas; los profesores, sus empleados; los estudiantes, los beneficiarios y el Estado o las familias, los clientes.

El aprendizaje es el producto que se vende en el mercado. En este contexto, vale la pena tomar en consideración aquellos Siete saberes necesarios para la educación del futuro, que plantea Edgar Morín (1999) para la UNESCO: Un tipo de saber que permita curar la ceguera del conocimiento, es decir, un conocimiento capaz de criticar el propio conocimiento, detectando y subsanando errores e ilusiones que se presentan mediante el acto de conocer. Para tal efecto, es necesario fomentar un escenario social donde exista reversibilidad, flexibilidad, capacidad crítica y donde puedan coexistir diferentes ideologías. Un tipo de conocimiento pertinente, potenciando la idea de una educación que promueva la “inteligencia general”, sensible ante el contexto y la globalidad, que apunte, simultáneamente, a lo general y a lo particular. Un conocimiento que enseñe la condición humana, situándonos en el universo y, al mismo tiempo, separarlo de él, es decir, los seres humanos debemos ser capaces de reconocer la diversidad y, al mismo tiempo, de la humanidad común que poseemos todos. Esto se consigue desarrollando un tipo de conocimiento contextualizado, que apunte a descubrir quiénes somos, dónde estamos, de dónde venimos y a dónde vamos. Un conocimiento que enseñe la identidad terrenal.

Hoy la tecnología permite volver a relacionar las culturas y volver a unir lo disperso, acercando la diversidad humana, a través de una conciencia antropológica, ecológica, cívica y espiritual. En este sentido, el horizonte planetario es fundamental en la educación del futuro, que necesita promover un auténtico sentimiento de pertenencia a nuestra tierra, como nuestra primera patria. el aprendizaje. Un conocimiento que enseñe a enfrentar las incertidumbres. El ser humano debe hacerse consciente de que el futuro es incierto, ya que depende de factores que no controlamos. Cuando tomamos una decisión, comienzan a operar una serie de acciones y reacciones que afectan al sistema global y no podemos predecir. D este modo, la incertidumbre afecta al futuro y si bien, contamos con algunos núcleos de certeza, navegamos en un océano de incertidumbres (Morín, 1999). Un conocimiento que aprehenda la comprensión: no necesariamente la comunicación implica comprensión. Por esta razón, la educación debe abordar la comprensión de manera directa y en dos sentidos: primero, una comprensión interpersonal e intergrupal y, segundo, una comprensión a escala planetaria. Los grandes enemigos de la comprensión sean el egoísmo, el etnocentrismo y el sociocentrismo. En este sentido, hay que tener mucho cuidado con “etiquetar” a las personas y, por el contrario, es necesario desarrollar la empatía, la tolerancia, la democracia. Sólo a través de una democracia abierta se puede realizar la comprensión a escala planetaria entre pueblos y culturas. Un conocimiento orientado a potenciar una ética del género humano. Es necesario incorporar una ética válida para todo el género humano como una exigencia de nuestro tiempo, además de las éticas particulares.

La ecuación individúo-sociedad-especie, como base para el establecimiento de una ética de futuro, requiere incorporar diversidades y antagonismos. Vale decir, el contenido ético de la democracia afecta todos los niveles y que el respeto a la diversidad significa que la democracia no se identifica con la dictadura de las mayorías. En el escenario actual, la relación individuo-especie sustenta la necesidad de enseñar la ciudadanía terrestre. La humanidad ya ha dejado de ser un concepto abstracto y distante y se ha convertido en algo concreto y próximo que interactúa y tiene obligaciones planetarias.



Autor
Marcelo Rioseco Pais
DE LA DOMESTICACIÓN A UNA EVALUACIÓN LIBERTARIA
Reflexiones en torno a la evaluación educativa
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