En la escuela no sólo se cumplen las finalidades expresas de los
docentes ni, más allá, las finalidades expresas de la Constitución y las leyes.
Por debajo de este marco evidente, se entrecruzan los fines confesados y no
confesados de diversos sectores y clases sociales, que se manifiestan en esa
institución como en otras instancias de la sociedad. Y a la hora de evaluar,
estos intereses pueden imponerse con especial fuerza, por las implicaciones del
proceso (Álvarez Méndez, 1995 Ayuste y otros, 1994).
Las discriminaciones, la justificación de las desigualdades, el
control sobre los menos poderosos, tienden a manifestarse particularmente en
este momento. No se trata de un plan diabólico sino del encadenamiento de
presiones, ideologías y acciones a lo largo del tiempo.
Así, la evaluación a partir de ejercicios vacíos de verdadero
significado, muy escolásticos, plagados de términos técnicos a memorizar,
tiende a desfavorecer aún más a los estudiantes de sectores de menores
ingresos, cuyos padres no pueden ayudarlos en sus estudios, cuyos hogares están
desprovistos de libros o periódicos y a quienes, por estas y otras razones, les
cuesta mucho más asumir una enseñanza poco pertinente y llena de
convencionalismos para ellos poco conocidos.
También, a menudo el control social es parte de la evaluación,
ganando puntos y reconocimiento las conductas más sumisas a rituales y normas
establecidas, cuya máxima razón de ser sea inculcar obediencia ciega y respeto
incuestionable al status quo.
Finalmente, el fracaso, al cual el estudiante es empujado por
una constelación de circunstancias sociales y escolares, es tomado como
justificación de la salida temprana del sistema educativo. No es la escuela la
que no ha sabido ayudar al niño, no es el sistema social el que le ha negado
oportunidades al niño, es él, el propio niño, el culpable de su repitencia y/o
deserción, por no haber logrado superar los estándares mínimos escolares,
Mendel y Vogt (1978, p.256) llegan a decir que la finalidad de la escuela en
nuestra actual sociedad es precisamente fabricar el fracaso.
Se trata de mecanismos oscuros y entrelazados, que actúan en
contra de las potencialidades de los niños, especialmente de aquellos de
sectores populares.
Conviene estar atento a que cuando se ejerza una acción evaluadora
no tomen posesión de la misma, sin que el educador se dé cuenta, esos intereses
minoritarios pero poderosos que, por la dinámica social, distorsionan la vida
escolar en su provecho.
Extraído
de
LA EVALUACIÓN EN LA ESCUELA:
una ayuda para seguir aprendiendo
una ayuda para seguir aprendiendo
Autora; Aurora
LACUEVA*
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