Procuramos ser parte de una escuela que no seleccione, que incluya ¿Qué podemos hacer como docentes? Es cierto que sólo somos una parte del proceso, pero nuestro aporte también es imprescindible. Uno de los momentos cruciales es el de la evaluación ¿Cómo afrontarla? ¿Qué significa “transparentar la evaluación” en Educación?
Interpretaciones en
el campo evaluativo
Reconocemos que en las prácticas del campo de la evaluación
educativa –situadas, particulares, dinámicas- se involucran diferentes
componentes. Referentes, criterios, enfoques metodológicos, herramientas y
juicios de valor son, por lo tanto, posibles objetos que merecen ser
comunicables y construidos con la participación de los estudiantes. Poner en
común desde dónde nos paramos para pensar el diseño de las propuestas
evaluativas, por qué la conformamos y construimos desde ese lugar y desde qué
dimensiones sostenemos su validez, son cuestiones que hay que dialogar con los
otros.
Referenciar nuestras prácticas evaluativas, transparentando
los anclajes que las sostienen, debería ser parte del contrato pedagógico.
Optar por una estrategia de enseñanza de relacionarnos con el conocimiento y
privilegiar cierta forma de aprendizaje, de entender a la sociedad y el lugar
de los sujetos en ella, son algunas de las manifestaciones de los referentes
con los que construimos nuestras propuestas didácticas, que incluyen la
evaluación.
De igual modo, la apreciación valorativa de los procesos de
aprendizajes de los estudiantes requiere la construcción de algunos criterios
para cada situación particular. Aquello que nos orientaba desde el punto de
vista referencial, en términos generales, ahora necesita estar situado
concretamente. Sin embargo, el tránsito entre los referentes y los criterios no
es algo lineal ni mecánico. Se trata, más bien, de procesos complejos de
elaboración donde deberían emerger rasgos de aquellos marcos referenciales.
Estos últimos son el telón de fondo del espacio educativo, donde poner en
perspectiva y focalizar opciones metodológicas y, finalmente, proponer las
herramientas evaluativas sensibles y pertinentes que nos permitan conocer la
diversidad y cualidad de los aprendizajes.
La formulación del juicio de valor, identificada como
instancia evaluativa de fuerte significación por lo que articula y los
emergentes que desata, es también un vehículo que transita por los otros
componentes mencionados y actúa a modo de bisagra en la apertura de nuevos
momentos educativos.
En este artículo, creemos necesario advertir que todos y
cada uno de los componentes de la tarea evaluativa deberían ser objeto de
comunicación intersubjetiva entre docentes y estudiantes. A pesar de compartir
la preocupación sobre la tiranía del tiempo escolar, queremos argumentar la
propuesta de su inclusión en las agendas escolares, como cuestión a ser
enseñada y aprendida por su alto valor educativo.
Emerge entonces, como una primera relación potente, la idea
de transparencia como cualidad propia de una evaluación democrática. Poner en común
referentes, criterios, líneas de acción y valoraciones por las que se opta en
los diferentes momentos de construcción de las propuestas evaluativas, es a la
vez requisito y condición de posibilidad para una praxis ciudadana como
pretensión central de las instituciones educativas.
Conocer las reglas de juego con las que serán valoradas las
acciones que nos incumben y someterlas a crítica es un derecho de todo sujeto
democrático, y a la vez, un espacio de aprendizaje en la construcción de esos
propios derechos. Las escuelas son, quizás, uno de los espacios privilegiados
donde pueden aprenderse y enseñarse no sólo el uso de estos derechos sino
también descubrir o reconocer nuevas problemáticas que aludan a demandas de
nuevos reconocimientos. Esto abre, además, la posibilidad de poner en discusión
por qué es necesario y valioso ocuparse y trabajar en ese sentido.
Tomar la palabra y argumentar como praxis política y
educativa adquiere en la evaluación un plus ético y pedagógico, porque se
genera la toma de decisiones, la adhesión a posturas y la construcción de
críticas reflexivas que deseamos que los sujetos educativos asuman. Sin
embargo, cabe interrogarnos hasta qué punto se puede transparentar todo en la
comunicación escolarizada y qué significa ser transparente en evaluación.
Tenemos en cuenta, sin embargo, que la transparencia absoluta en la
comunicación no existe, que hay sentidos que llegan a no ser concientes incluso
para los propios sujetos y que hay límites en lo que cada grupo, cultura y
época puede pensar y decir. Pero, a la vez, creemos que sólo en encuentros
conjuntos se pueden acordar, confrontar, omitir, decir, develar, solapar los
heterogéneos significados y diferentes sentidos de someter a evaluación algo
del campo educativo.
Ser transparente en evaluación es intentar construir
prácticas evaluativas en las que se pueda visualizar y discutir
intencionalidades, enfoques y posturas. Ser transparente en evaluación es
exponer, en el espacio público de la escuela, razones, referentes y criterios
que sostienen nuestras decisiones como docentes. Ser transparente en evaluación
implica, un ejercicio permanente de descentración donde se abren al análisis y
la construcción conjunta las decisiones y acciones evaluativas que
cotidianamente no son puestas en común. Nos referimos aquí a los motivos que
justifican los recortes de contenidos del campo disciplinar y su organización
en la propuesta didáctica; la distribución de los tiempos; los enfoques en la
enseñanza; la elección los recursos y los espacios para el aprendizaje; las
actividades priorizadas, así como también la elaboración de las propuestas
evaluativas situadas.
Creemos que en todas las acciones mencionadas en el párrafo
anterior, los docentes tenemos reconocida autoridad para actuar como sujetos
educativos. Generalmente, los proyectos de cátedra son comunicados por el o los
profesores al equipo de dirección de la institución escolar o al departamento
de asignaturas afines, cuando estos existen. Lo que intentamos observar aquí es
que es menos frecuente que esa práctica se constituya en objeto de análisis y
tema de comunicación con los estudiantes. Se entrega el programa pero no se lo
pone a consideración; se enuncian los objetivos en términos de aprendizajes
pero no se dialoga acerca de los sentidos que los estudiantes les atribuyen; se
actúan diversas formas de enseñanza sin consultar con los destinatarios otras
alternativas; se concluyen temas sin una reflexión conjunta sobre qué se
trabajó realmente y qué pudieron recuperar y apropiarse los alumnos; se piensan
y ejecutan herramientas evaluativas sin confrontar miradas sobre su coherencia,
pertinencia y sensibilidad para poder conocer, en ellas, los procesos de
aprendizajes construidos.
Docentes y estudiantes, diferentes en saberes y prácticas, convocados
en un tiempo y espacio, nos igualamos en la posibilidad de participar en los
diferentes modos de construir el conocimiento y en el derecho a usar la palabra
como herramienta de poder democrático, para generar acuerdos posibles y
deseables sobre nuestra tarea escolar común. Al decir de E. House y MacDonald,
la participación en democracia nunca es igualitaria, pero su práctica
democratizadora construye sujetos capaces de participar en lo público. El
intento de corrernos del uso del poder vertical, descendente y centrado en unos
pocos, para favorecer su circulación y análisis crítico entre todos los
involucrados en el proceso evaluativo es algo difícil y complejo pero altamente
deseable.
Extraído de:
Diálogos entre Comunicación y Evaluación. Una perspectiva
educativa
Autoras
Susana Celman
Licenciada y Especialista en Educación. Profesora Titular
cátedra “Evaluación”. Directora de Posgrado Especialización y Maestría en
“Docencia Universitaria” UNER.
Facultad de Ciencias de la Educación - Universidad Nacional
de Entre Ríos
Virginia Olmedo
Profesora en Ciencias de la Educación. Profesora
Adscripta cátedra “Evaluación”. Facultad de Ciencias de la
Educación - Universidad Nacional de Entre Ríos.
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