Para diseñar y desarrollar la evaluación del desarrollo
profesional docente hemos de ser consecuentes con la idea de que este es a la
vez intencional, evolutivo y sistémico. Es intencional, porque no se improvisa,
sino que va dirigido hacia la consecución de unos determinados propósitos que
son valiosos y que pueden ser evaluados. Es evolutivo, porque ocupa al
profesorado a lo largo de toda su carrera docente. Es sistémico, porque no solo
incluye los aspectos personales o individuales, sino que se entiende que los
esfuerzos de desarrollo profesional de los docentes deben necesariamente
enmarcarse en el entorno organizativo, cultural y social de la escuela.
El modelo de evaluación de Guskey plantea un desarrollo
respecto al que fuera elaborado por Kirkpatrick en función de cinco momentos
claramente definidos del desarrollo profesional. El primer nivel se dirige a
conocer las reacciones de los participantes en una actividad de formación.
Estas reacciones pueden referirse al contenido (relevancia, utilidad,
adecuación, coherencia, credibilidad, amplitud, complejidad…), al proceso (las
estrategias utilizadas, la competencia del formador, los materiales utilizados,
las actividades realizadas, su organización, el uso del tiempo…) o al contexto
(tamaño del grupo, condiciones físicas, luminosidad, sillas…).
El segundo nivel de la evaluación del desarrollo profesional
se centra en conocer el aprendizaje que se ha producido en los participantes
(los docentes). La idea que se persigue es conocer si la participación en la
actividad de formación ha permitido que los profesores mejoren sus
conocimientos, habilidades y, en algunos casos, sus actitudes o creencias.
Resulta fundamental conocer este nivel de impacto porque seguramente no podrá
darse una aplicación al aula si no se ha producido un adecuado e interiorizado
aprendizaje de conocimientos y habilidades. Pero también hemos de tener en
cuenta aquí el lento proceso de cambio en cuanto a actitudes y creencias al que
ya nos hemos referido antes.
Un tercer nivel de estudio del impacto del desarrollo
profesional que plantea Guskey es el de la organización. Acorde
con su idea de que el desarrollo profesional hay que entenderlo desde una
perspectiva sistémica, la mirada a la organización en la cual se pretende
aplicar un cambio resulta imprescindible. Por mejor que se haya desarrollado
una actividad de formación, si esta entra en conflicto con las normas y
culturas de la organización, difícilmente pueda ser implantada: “un enfoque sistémico del desarrollo
profesional nos fuerza a ver el proceso no solo en términos de mejora
individual, sino también en términos de mejora en la capacidad de la
organización para resolver problemas y renovarse a sí misma”. Para abordar
adecuadamente los aspectos organizativos, desde el punto de vista de Guskey
deben analizarse las políticas organizativas dentro de las escuelas, los
recursos de que se dispone para apoyar la implantación, la protección que la
escuela provee para evitar elementos “distractores” al proceso de implantación,
el apoyo brindado durante la experimentación para evitar el miedo al fracaso,
el liderazgo del equipo directivo, el reconocimiento por el esfuerzo realizado,
así como la disponibilidad de tiempo para la realización de actividades propias
de la implantación del cambio.
Los factores que intervienen en el cuarto nivel de la
evaluación del desarrollo profesional están referidos a la utilización por parte
del profesorado de los conocimientos y habilidades adquiridas. A este respecto
se ha sugerido la utilidad del modelo CBAM, que plantea diferentes etapas en
las preocupaciones de profesores (toma de conciencia, información, personal,
gestión, consecuencia, colaboración y reenfoque), así como diferentes momentos
en los niveles de uso de la innovación (no uso, orientación, preparación, uso
mecánico, uso rutinario, refinamiento, integración y renovación).
El quinto y último nivel de análisis del efecto del
desarrollo profesional docente es el grado de aprendizaje de los estudiantes.
Ya hemos señalado que el efecto del desarrollo profesional en el aprendizaje de
los estudiantes no es siempre fácil de demostrar, sobre todo porque el
aprendizaje de los estudiantes puede depender de otras variables aparte de la
formación de los docentes. Corresponde, sin embargo, destacar que la
preocupación por los estudiantes como criterio para evaluar el desarrollo
profesional docente es una tendencia reciente y muy digna de atención, porque
propone una nueva mirada sobre la formación docente. Diseñar y desarrollar la
formación tomando en consideración el impacto en el aprendizaje de los
estudiantes ya de por sí representa un cambio trascendental en la configuración
del desarrollo profesional. Esta es una tendencia que se viene planteando por
diferentes autores. Así, Little desarrolla una propuesta innovadora en relación
con el desarrollo profesional docente, basada en el análisis de los trabajos o
tareas de los estudiantes. En esta perspectiva, el análisis de las tareas y los
trabajos de los estudiantes supone una manera de pensar la formación partiendo
de la base de que se aprende en y de la práctica. Se trata de una tendencia que de manera
creciente se asume como apropiada para la formación.
Las principales razones para proponer un desarrollo
profesional centrado en los trabajos de los estudiantes tienen que ver, en
primer lugar, con la idea de que el trabajo de los estudiantes constituye un
recurso para profundizar el conocimiento de los profesores. Se plantea -y la
investigación confirma esta perspectiva que participar en actividades de
desarrollo profesional centradas en el análisis de las tareas de los
estudiantes mejora el conocimiento, las habilidades y la confianza de los
profesores en clase, lo mismo que su compromiso con la docencia. “Aunque el número de investigaciones es
reducido, los hallazgos disponibles indican que el examen colectivo de los
trabajos de los estudiantes, cuando se diseña para centrar la atención de los
profesores en el aprendizaje de los estudiantes, puede tener un efecto positivo
en el conocimiento docente, en la práctica de la enseñanza y (en algunos casos)
en el aprendizaje de los estudiantes”. En segundo lugar, el trabajo de los
estudiantes opera como un catalizador para la comunidad profesional y la
reforma escolar. Se plantea que el análisis del trabajo de los estudiantes
ayuda a superar el aislamiento de los profesores, promoviendo el análisis
conjunto de trabajos de estudiantes y contribuyendo asimismo a crear una
comunidad escolar que habla sobre cómo se enseña y se aprende. En tercer lugar,
y por último, el trabajo de los estudiantes es considerado como un instrumento
de control externo ya que, en la medida en que se utilicen indicadores previos,
es posible establecer en el análisis de las tareas comparaciones con los
indicadores establecidos.
Extraído de
La evaluación del desarrollo profesional docenteCarlos Marcelo
En: Aprendizaje y desarrollo profesional docente
Consuelo Vélaz de Medrano
Denise Vaillant
Coordinadoras
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